20/11/2024

29 de septiembre: San Ciriaco el Venerable, el carmelita a quien protegía un león en el desierto

La leyenda del Carmelo hace santo propio a este eremita, cuya memoria recogen casi todos los menologios orientales, siempre añadiendo una leyenda laudatoria.

Impulsado por las Escrituras

Según nos ha llegado, fue San Ciriaco hijo de un presbítero llamado Juan, y su madre se llamaba Eudoxia. Su tío, obispo de Corinto, viendo las prendas de sabiduría, piedad y sensatez impropias de su corta edad, lo tomó junto a sí, y con solo 10 años le ordenó de lector de su catedral. Este oficio le hizo conocer y amar las Sagradas Escrituras, en las que hallaba consuelo, inspiración y por las que sentía crecer su deseo de ser totalmente para Cristo.

Aún era adolescente cuando las palabras de San Mateo 16, 24 («si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, tome su cruz y sígame») se le revelaron como definitivas y apremiantes. Sin más dilación lo dejó todo, se fue al puerto de Corinto, tomó un barco en el que se ofreció para trabajar y se embarcó hacia Jerusalén.

En busca de la soledad y el silencio

En la santa ciudad veneró todos los Santos Lugares, conoció a los monjes “carmelitas” del convento del monte Sión, a los que pidió el hábito. Pero estos, constatando que el joven buscaba más soledad, le enviaron a las lauras de San Eutimio el Grande (20 de enero), el cual le dio el hábito y, viendo en él grandes perlas, lo mandó al Jordán, junto al célebre abad San Gerásimo (4 de marzo). Este, para formarle, no le permitió vivir en soledad como era el deseo de Ciriaco, sino que le ordenó vivir en la comunidad con los otros monjes.

Era un monasterio este en el que los monjes dividían los días entre la soledad y la vida comunitaria. De lunes a viernes eran solitarios, salvo aquellos de los que se precisaban sus oficios para la comunidad. Los sábados y domingos compartían la iglesia y las oraciones. Apenas llegar, Ciriaco se dio a una vida de oración y penitencia. Observaba dos cuaresmas al año en las que solo se alimentaba de pan y agua, y en otros tiempos solo añadía algunas verduras a estos. Era devotísimo de la Virgen Santísima, a la que llamaba su Señora. Era perfectamente obediente, no dejaba oportunidad para servir a los demás aunque le costara.

Tras la estela de San Gerásimo

Tenía la costumbre San Gerásimo de retirarse por Cuaresma al desierto de Rouva, donde vivía una temporada de austeridad y penitencia extremas. Jamás llevó compañero alguno, pues consideraba que ninguno resistiría su nivel de penitencia. Eso hasta que llegó Ciriaco, pues el santo abad, viendo la pureza, obediencia y vida sencilla de aquel, le eligió para que le acompañase. Así durante varios años: se iban al inicio de Cuaresma hasta el Domingo de Ramos y allí en el desierto se daban del todo a Dios, sin comunicarse entre ellos más que para alabar a Dios juntos.

En 474, luego de la muerte de San Gerásimo, San Ciriaco regresó a las lauras de San Eutimio, teniendo 27 años y habiendo muerto también Eutimio. Ciriaco, ya monje experto, obtuvo una celda solitaria en la que dedicarse a la contemplación. Su vínculo con el monasterio era el virtuoso monje Tomás, que sería elegido Patriarca de Alejandría. Diez años pasó en soledad Ciriaco en su celda, solo recibiendo alguna comida por parte de los otros monjes. Su principal alimento era la Palabra de Dios y su amor acendrado a Cristo y su Madre Santísima. Tenía 37 años cuando el obispo quiso servirse de su sabiduría y santidad para el apostolado y le ordenó diácono.

Combatiendo la herejía

Luego de unos años la disciplina se relajó en el monasterio, surgieron partidos y la herejía se coló entre los monjes, por lo que Ciriaco se fue al monasterio de San Caritón (28 de septiembre), en Souka. Este monasterio era tan austero, que recibía a todos como novicios, aunque fueran monjes ancianos, presbíteros u obispos. Para estos monjes, su vida era tan preciosa que los que venían de fuera necesitaban comenzar de cero, eliminando incluso sus costumbres adquiridas en otros cenobios.

Así que Ciriaco calló su vida con Gerásimo y sus años de soledad para ser el último de la comunidad, sirviendo a todos con alegría y paciencia. Ejercitó la paciencia, se introdujo aún más en la liturgia de la Iglesia y la lectura de las Escrituras. Pasaba gran parte de la noche en oración y alabanza. Esto hizo que le eligieran canonarca, o sea, aquel monje que procura que el canto y la salmodia sean correctos, en el tono justo. Además, por su oficio de diácono, era el encargado de entonar algunos cánticos como los Kyrie eleison.

Le buscaban por sus milagros

Treinta años vivió Ciriaco en las lauras de San Caritón, hasta que con setenta años se cansó de oficios y compañías, y se fue al desierto, admitiendo un discípulo, el monje Juan. Por cinco años vivieron sin ver a nadie más, alimentándose de verduras y agua, entregados a la oración y de vez en cuando a santas conversaciones.

Al cabo de ese tiempo fueron descubiertos por un transeúnte, cuyo hijo estaba endemoniado. Lo llevó el hombre a la presencia de Ciriaco y este le sanó, haciendo la señal de la cruz. Y fue su cruz, pues el hombre hizo correr la voz y comenzaron las visitas de aquellos que buscaban consejo, curación, resolución de negocios o querían ser sus discípulos.

Huían Ciriaco y Juan, pero allá adonde fueran, les perseguían los necesitados. Aun escondiéndose, de lejos, libraba a los pobres posesos, manifestando su poder contra los demonios. Finalmente se dejó vencer y comenzó a atenderlos, sanando a todos con la santa cruz y ungiéndoles con aceite.

Así diez años, hasta que con ochenta años se adentró más al desierto, a un sitio entre dos riachuelos. Siete años vivió solo y en paz, hasta que los monjes de Souka le hallaron y pidieron volviera con ellos, pues le necesitaban para contener a los herejes. Y lo hizo, por caridad, ocupando la celda que había sido de San Caritón.

La aparición

La apologética, tarea que nunca había acometido, se convirtió en su nuevo trabajo por Cristo. Para ello contó con la inestimable ayuda de la Madre de Dios, la cual se le apareció acompañada de San Juan Bautista (24 de junio, Natividad; 23 de septiembre, Imposición del nombre; 24 ó 21 de febrero, primera Invención de la cabeza; 29 de agosto, segunda Invención de la cabeza, hoy fiesta de la Degollación; 25 de mayo, tercera Invención de la cabeza) y San Juan Evangelista (27 de diciembre, 6 de mayo, Ante portam Latinam; 8 de mayo y 26 de septiembre, Iglesias Orientales).

En esta visión, la Santísima Virgen le ordenó Ciriaco guardar la enseñanza de la fe en su pureza y combatir la herejía esforzadamente, prometiéndole que Ella sería su valedora y consuelo. Y para probarlo, le alertó de un monje de su monasterio diciéndole: “En su celda está mi enemigo”. Mandó Ciriaco revisar la celda del monje y halló una copia de las herejías de Nestorio contra la Maternidad Divina de la Virgen, con lo que le castigó y le hizo abjurar de sus errores. Esta aparición de la Madre de Dios al santo se conmemora el 8 de junio por algunas comunidades ortodoxas.

Así que con este socorro rebatió mediante palabra y obra a los herejes origenistas, que desvirtuaban las enseñanzas de Orígenes. Ciriaco convencía a unos, descubría los errores a otros, corregía a los monjes o les expulsaba cuando veía no había arreglo. Se enfrentó a los principales herejes origenistas de su época: Nonus y Cirilo, a los que predijo su desgraciada muerte si no se convertían, como ocurrió.

Protegido por un león

Cuando tenía ya noventa y nueve años, tomó de nuevo a su discípulo Juan y volvió al desierto de Susakim. No era este un desierto tranquilo, pues en él se escondían ladrones y merodeadores, pero el santo contó con una especial ayuda del cielo: un león le esperaba, para protegerle de los males. No permitía que nadie se acercara al santo, a la par que se dejaba acariciar y alimentar por el santo, que logró comiera de sus mismas hierbas, puesto que la carne la tenía prohibida.

Otros portentos realizó nuestro San Ciriaco, como hacer llover en el desierto para llenar el agujero de una piedra donde ambos eremitas almacenaban el agua. Con 107 años volvió al monasterio, a su pobre celda, para darse al estudio y la oración y el trabajo. Sin ser el abad, era el monje más venerado y escuchado por los monjes. Al final, con 109 años, sintiéndose morir, llamó a los monjes, les dio algunas máximas espirituales, les bendijo y entregó el alma al Creador.

Fuentes

Tratado de la Iglesia de Jesucristo o Historia eclesiástica, Volumen 5. Félix Amat de Palau y Pont. Madrid, 1806.
Glorias del Carmelo, tomo III. José Andrés, S. I. Palma, 1860

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