Fallecido ayer, a sus 93 años, hoy a muchos se nos estruja el corazón de tristeza, mezclada con la gozosa esperanza del futuro reencuentro.
En una época en que los fieles suplicamos obispos santos, dignos sucesores de los Apóstoles, verdaderos padres, es una gracia inestimable -de esas que nunca, nunca, se pueden agradecer cumplidamente- haber tenido el consuelo de conocer y tratar a uno de ellos, comprobando las maravillas que Dios obra en sus hijos fieles. ¡Gracias, Señor, por haberle concedido el don inestimable de la fidelidad!
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