20/11/2024

4 de octubre, San Francisco de Asís: predicó a mahometanos, creó el belén, tuvo los estigmas…

Francisco de Asís nació en Italia en 1181 ó 1182. Como hijo de un padre comerciante y una madre perteneciente a una familia noble, su situación económica siempre fue desahogada.

Bautizado como Juan, desde joven le apodaron Francesco por ser Francia uno de los focos de comercio de su padre. En su juventud acostumbraba a gastar mucho dinero, pero también mostró un acentuado interés en dar limosnas a los pobres.

Cuando rondaba los 20 años, Francisco fue hecho prisionero durante un año por los pleitos entre las ciudades de Perugia y Asís, lo que trató de sobrellevar con alegría. Al ser liberado, el santo cayó gravemente enfermo, fortaleciéndole y haciendo madurar su espíritu.

Al sanar, Francisco decidió formar parte del ejército, se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio.

Francisco comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales, regalándoles vestidos y dando frecuentes limosnas.

«Francisco, repara mi casa»

Un día, mientras rezaba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, el crucificado le habló directamente:  «Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas».

Francisco decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero.

Al enterarse de lo sucedido, su padre fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió, pasando días en oración y ayuno.

A su regreso, su padre lo llevó a su casa y lo golpeó, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación, teniendo él 25 años.

Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se fue de nuevo a San Damián. Su padre fue de nuevo a por él, golpeándole y advirtiéndole de que si no regresaba a su casa, le desheredaría.

Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre. Acto seguido, el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.

El joven partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo, vistiéndose con una túnica, un cinturón y unas sandalias que le regalaron.

Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia, donde soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capilla benedictina llamada Porciúncula, en una llanura cerca de Asís.

Sus primeros seguidores

Allí, Francisco regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar de la penitencia, tocando el corazón de quienes le escuchaban y al saludar siempre lo hacía con un «la paz del Señor sea contigo«.

Francisco tuvo pronto numerosos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. El primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de Asís.

Juntos asistían a misa y estudiaban la Sagrada Escritura para conocer la voluntad de Dios. Bernardo vendió cuanto tenía y repartió lo ganado entre los pobres y después se incorporaron Pedro de Cattaneo y el hermano Gil.

En 1210, cuando el grupo contaba ya con 12 miembros, Francisco redactó una regla breve e informal que consistía principalmente en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Con ella se fueron a Roma a presentarla para obtener la aprobación del Sumo Pontífice, lo que concedió Inocencio III.

Entre nieve y zarzas por mantener la gracia

Desde su conversión, Francisco mostró una elevada abnegación. Se cuenta que en su cambio de vida, cuando sufría tentaciones, no dudaba en revolcarse sobre la nieve para evitarlas o en disciplinarse e incluso adentrarse entre zarzas.

También es conocida la cercanía que Francisco mostraba con animales y naturaleza, especialmente cuando «reprendió» a un grupo de golondrinas en plena predicación: «Hermanas golondrinas: ahora me toca hablar a mí; vosotras ya habéis parloteado bastante».

Predicando a los mahometanos y haciendo el primer belén

Con la orden ya constituida, esta empezó a crecer y Francisco no dudó en ir a predicar ante el mismo sultán de Egipto Malek-al-Kamil, a quien no dudó en invitarle a abrazar la fe arriesgando su vida y diciéndole: «Si tú y tu pueblo estáis dispuestos a oír la palabra de Dios, con gusto me quedaré con vosotros. Y si todavía vaciláis entre Cristo y Mahoma, manda encender una hoguera; yo entraré en ella con vuestros sacerdotes y así veréis cuál es la verdadera fe».

Se dice que el sultán, impresionado, respondió: «Si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano«.

La predicación no tuvo éxito. Su siguiente misión sería la de revisar la regla de la orden y mantener la pobreza y la humildad como rectoras de la misma, buscando suprimir la posesión de bienes materiales entre los frailes menores. La regla sería aprobada como tal, en la línea propuesta por su fundador, en 1223 por Honorio III. Sería también por esas fechas cuando Francisco llevó a cabo el primer belén navideño, aunque distinto a los que se realizan a día de hoy, cuando en una gruta de Greccio colocó el pesebre, una mula y un buen, tras afirmar su deseo de emular el nacimiento con estas palabras: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño».

El milagro de los estigmas 

No pasó mucho tiempo, menos de un año, hasta que en 1224 se sucedió el milagro de los estigmas, retirado en el Monte Alvernia, imprimiéndose en su cuerpo las señales de la pasión y pasando a cubrir su manos con las mangas del hábito.

Enfermo, el santo enamorado de la pobreza y la abnegación, llegó a afirmar: «Nada me consuela tanto como la contemplación de la vida y Pasión del Señor. Aunque hubiese de vivir hasta el fin del mundo, con ese solo libro me bastaría».

También predicó abundantemente sobre la vigilancia espiritual y la vivencia de la gracia: «Cuidémonos mucho de la malicia y astucia de Satanás, el cual quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y anda dando vueltas buscando adueñarse del corazón del hombre y, bajo la apariencia de alguna recompensa o ayuda, ahogar en su memoria la palabra y los preceptos del Señor, e intenta cegar el corazón del hombre mediante las actividades y preocupaciones mundanas, y fijar allí su morada».

Bienvenida, hermana Muerte

La salud de San Francisco se fue deteriorando desde entonces, quedando debilitado y prácticamente sin vista. En 1225, poco antes de morir, dictó un testamento en el que recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo.

Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo «¡Bienvenida, hermana Muerte!«, pidiendo después que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»