23/12/2024

¿A DÓNDE VAS, SEÑORA?

 La Madre de Dios sale de su cielo llena de majestad. Un querubín la trae en sus alas, en unas alas de variados colores, semejantes a las de las aves de México. Millones de millones de ángeles la preceden formados en inmensos escuadrones. Las músicas celestiales resuenan en los ámbitos del universo y los Ángeles de la América entonan la marcha de la redención: ese canto de que nos habla David en el salmo 110: Redemptionem missit populo suo (mandó la redención a su pueblo).

A su paso los astros que pueblan la inmensidad del firmamento se inclinan ante la primogénita de las criaturas. Baja el sol a cubrirla con sus rayos y las estrellas vienen a engalanar su manto verde-mar… No la preceden el rayo y el relámpago, como en otros tiempos al Dios del Sinaí; sino la luna, señal de paz y de alianza, de la alianza que viene a celebrar con un pueblo que será suyo para siempre.

Los coros angélicos se preguntan asombrados: Quae est ista?  ‘¿Quién es esa Virgen hermosísima,  cuya tez es morena y cuyos cabellos son negros como los de las hijas de Cuauhtémoc y de Moctezuma? ¿Cuyo talle es esbelto como las palmas de Anáhuac y cuyos ojos son castos como los de las palomas de nuestros lagos?’

Ellos preguntan: ‘¿A dónde vas, Señora? ¿Vas a Roma, la Ciudad Eterna? y María les responde: ‘No’  -¿Vas a Grecia, la antigua patria de las ciencias y de las bellas artes?’ -‘No’ -‘¿Vas a España, la señora de los mares, la más rica del mundo?’ -‘No’- ‘¿Vas a Jerusalén, esa hermosa cautiva, antes cantada por David y Salomón y ahora con sus cabellos destrenzados y su frente en el polvo?’

-‘¿Vas a Nazareth, vas al Monte Carmelo, tu antigua y querida morada?’

‘No. Voy a un rincón desconocido del mundo, que se llamará México. Voy a la nación sencilla de los Opatas, que habitan en Sonora bajo tiendas de pieles de cíbolo, y a la nación de los Huaxtecas, que viven en chozas de paja, bajo las palmeras del Potosí. Voy a la nación de los Otomites, que no tienen casas y que duermen en hamacas, como las calandrias cuelgan sus nidos en forma de red de los sabinos de Querétaro. Voy a la nación de los Tarascos, que ejercen sus artes mecánicas en Michoacán y en la Sierra de Guanajuato. Voy a la nación de los Aztecas, que habitan en las lagunas de Tenochtitlan, en Zacatecas, Jalisco y Colima, que al son de su tamboril y de su teponahuaxtli y en el más dulce de los idiomas me cantarán los loores del Testamento Nuevo.

‘Voy a la nación de los Totonacas, que son blancos, habitan en la falda del Orizaba y de Acultzingo, y usan de la circunsición, como aquellos israelitas llevados cautivos por Salmanazar, que se perdieron en los hielos de la Rusia. Voy a la nación de los Mixtecas, que en Oaxaca edifican templos al estilo etrusco y cultivan la grana, más preciosa que el múrice de los griegos. Voy a la nación de los Chiapanecas, que viven en Chiapas, que dicen ser los pobladores del Nuevo Mundo y descender de un venerable anciano que fabricó una barca muy grande para salvarse a sí mismo y a su familia en una inundación del mundo. Voy a la nación de los Chichimecas, que viven en míseras barracas de Jalostitlán, Teocaltiche y Comanja.

‘De todas estas y otras muchas naciones de diversos idiomas, costumbres, creencias y gobiernos, voy a formar una sola familia: una cosa muy grande, muy santa, muy querida que se llama la Patria; y yo seré la Protectora y la Madre de esa nueva Patria. Llevo retratados en las niñas de mis ojos a todos los mexicanos; llevo todos sus pesares en mi corazón y sus nombres escritos en mi mano derecha. Voy a rescatar sus almas del pecado y sus cuerpos del embrutecimiento.

‘No habitaré en los palacios de mármol de Venecia, ni en los jardines de la Alhambra de Granada, sino en un árido monte. Viviré sobre las rocas como la paloma, para orar y conmover al Eterno en favor de este mi pueblo hasta hoy errante y desgraciado. No voy a hablar con Carlos V ni con Francisco I, sino con un indio, que no tiene más que un tosco ayate, fruto del iztle de sus campos. En ese ayate, que es la cuna de sus hijos, estamparé mi semblante. Y este semblante, que venerarán extáticos, será la prenda que dejaré a los mexicanos de mi eterno amor».


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