«Lamentablemente, en la historia de la Iglesia nos encontramos con la actitud colaboracionista de muchos eclesiásticos con los poderes de este mundo, incluso con poderes abiertamente hostiles a la fe y empeñados en hacerla desaparecer”. La cita pertenece al prólogo escrito por el padre Santiago Cantera, hasta hace unos días prior de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, al libro de otro sacerdote, Javier Olivera, sobre la contrarrevolución cristera en México, recientemente aparecido. Aquel movimiento, próximo ya a cumplir un siglo, fue la reacción popular ante una persecución gubernamental de carácter masónico que tuvo a los sacerdotes como principal objetivo. Y, sin embargo, fue el alto clero, con la anuencia de Roma, el que vendió ignominiosamente a los rebeldes que luego fueron masacrados sin piedad: “Por cobardía, por interés de conservar un bienestar material y temporal o su status personal o, en el mejor de los casos, por ingenuidad y mal cálculo de resultados finales, optan por establecer una vía diplomática de pactos, acuerdos y cesiones que al final terminan siendo un desastre para los fieles, para el clero y para los religiosos consagrados”.
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