A sus 40 años, la chilena Consuelo Martínez disfruta con su marido y sus tres hijos de una vida cambiada por la oración y dirigida por la fe. Una situación muy distinta a la que vivió pocos años antes y que relató recientemente al canal El rosario de las 11, tras remontarse a su infancia, educada por una familia de firmes raíces católicas, especialmente su abuela.
Consuelo profesó una profunda piedad y práctica religiosa desde que tiene uso de razón y a los 14 años conoció la congregación que la recibiría como novicia a los 19.
Como religiosa, recuerda grandes momentos que contribuyeron a su perseverancia en la oración, pero también contemplaba ciertas cosas en el día a día de la congregación que no contribuían al progreso espiritual, con una conciencia cada vez más violentada.
Llegado un momento, la novicia desesperó y recordando los votos hechos ante la Virgen, reiteró su compromiso con ella, pidiéndola que la sacase del convento al permanecer ella fiel a su promesa.
Solo dos semanas después, su camino pareció empezar a definirse tras un episodio «terrible», cuando varias niñas bajo su responsabilidad fueron heridas y quedaron al borde de la muerte tras ser picadas por todo un panal de abejas, recibiendo hasta 4.000 picaduras.
Pese a lo terrible del suceso, la joven también sabe que la Providencia se sirvió para responder a su petición, pues el superior de la congregación la recomendó pasar unos días de descanso en su casa de Chile. Concluido el plazo, no hubo vuelta al convento.
«Había gastado el plazo de visa de turista y mi superior me dijo que esto parecía providencial, que volviese a la Universidad y terminase la carrera y que hablaríamos después», cuenta ella.
Cuenta que continuamente se sentía «con un pie dentro y otro fuera» de su vocación, y que lo que más le costó fue adaptarse a la inestabilidad, sin saber qué sería de su futuro.
«Finalmente hice la consulta canónica y el canonista me respondió que mis votos eran meramente privados, que solo era necesario que mi párroco me los anulara», relata, lo que finalmente ocurrió un 8 de septiembre.
Lejos de la fe y devoción: «Dios no estaba en mis planes»
Lo que más le costó fue lograr una disciplina espiritual que nunca había aprendido, quedándose a rezar hasta elevadas horas de la noche como hacía siendo religiosa. Pero con su regreso al estado laical, consideró que no era necesario rezar como antes y poco a poco se alejó hasta que abandonó la oración por completo.
«Muchos días ni siquiera rezaba un Avemaría, dejé de ir a misa porque sabía que yo no estaba bien y no era amiga de justificar las cosas mal hechas. Conocía el estado de mi alma. Dejé de ir a misa todos los días, después iba solo los domingos, dejé de acercarme a la comunión… Así me fui alejando y cambiando el anhelo que yo tenía de santidad por las cosas del mundo. Quería ser una abogada exitosa, tener mucho dinero, amistades y casarme con alguien que me quisiera, pero Dios no estaba en esos planes«, confiesa ella.
`Estuve perdida buscando el amor en el éxito laboral, buscando el amor de los hombres, del mundo, la felicidad en las cosas pasajeras, en las fiestas y el alcohol´.
Tras diez años sin rumbo, Consuelo se casó. Su marido no compartía con ella la fe, pero se comprometió a contribuir para que la familia fuese católica.
Mientras, «trataba de volver a rezar el rosario, pero todos los buenos propósitos quedaban en nada. Pero trataba de hacerlo porque la voz de mi conciencia me decía que ni mi marido ni mis hijos iban a oír hablar de Dios si yo no lo hacía».
Los efectos del alejamiento de la fe se hicieron omnipresentes en la vida de Consuelo. Prácticamente ya no rezaba ni con sus hijos cada noche, cuando miraba los libros de doctrina que años antes la emocionaban ahora los miraba «como si fuesen historias fantasiosas«, su desorden vital amenazó con problemas económicos que meterían a toda la familia en problemas y la acedia «era total».
Trabajo, fiestas, alcohol… «Supe que nada llenaría mi alma, solo Él»
Consciente de que era «humanamente imposible» solventar sus problemas económicos, se acercaba la solemnidad del Sagrado Corazón cuando comenzó la novena redactada por el Padre Pío, conocida como la «irresistible al Sagrado Corazón».
«Esta vez empecé a rezar con mucho fervor y no como antes. Estaba tan desesperada que empecé a rezar el rosario y la novena, que comprendía tres gracias. Pedí que se solucionase mi problema económico, perseverancia en la oración y la santificación de mi familia», enumera.
La novena al Sagrado Corazón redactada por el Padre Pío.
El día que terminó la novena, Consuelo recuerda tener una piedad renovada, acudió a misa con fervor y se decidió a bendecir su casa con una imagen del Sagrado Corazón.
«Me arrodillé frente esa imagen y me di cuenta de que ahora tenía ansias por rezarlo, de que estuve perdida buscando el amor en el éxito laboral, buscando el amor de los hombres, del mundo, la felicidad en las cosas pasajeras, en las fiestas, el alcohol«, detalla, pero supo que «nada de eso iba a llenar mi alma. Vi que mi alma solo se iba a llenar amándolo y encontrándolo a Él y mi corazón se llenó de una paz enorme».
Acosada por una rabia demoníaca
Decidida a que su vida consistiese en «buscar a Dios todos los días», Consuelo comenzó a sentir un extraño miedo y vulnerabilidad. «Sentí la conciencia de que el demonio estaría muy enfadado con esto, sentí su rabia, psicótica, y un miedo tan grande que no podía estar sola. Lo único que quería era rezar».
Pero nada más empezar a rezar, la sensación de terror y amenaza crecían de inmediato. Lo buscó todo para escapar, desde novenas a santos a pronunciar una larga lista de oraciones de memoria, pues «sabía que si rezaba dejaría de sentir ese miedo«.
Liberada por la confesión y cambiada por la oración
Cada vez que tomaba la resolución de irse a confesar, sucedía algo que hacía que pareciese imposible, hasta que decidió ir de cualquier modo a la capilla de adoración perpetúa para suplicar con su oración. Después de hacerlo, dice, «desaparecieron todos los obstáculos que me impedían irme a confesar y al día siguiente, cuando me dio la absolución, el miedo se esfumó de un segundo a otro y entendía que se había ido para siempre. Después de esa gracia, el día del Sagrado Corazón, entendí que la oración es muy importante», admite.
Hoy, Consuelo ha dedicado su vida a la oración mental, siguiendo la doctrina y vida de religiosos y santos como Antonio Royo Marín o Alfonso María de Ligorio, entre otros.
«Mi vida ha cambiado radicalmente desde que empecé a hacer oración mental y seguir los pasos que los santos aconsejan. Pido ayuda al Espíritu Santo, que venga para tomar conciencia de que Dios está presente en el alma en gracia, que Él todo lo ve, que está en todas partes y que nada se escapa de su mirada. No escucho voces, pero sí tengo impresiones claras en el alma y me doy cuenta de que Dios es el que me habla. La vida cambia y Dios se dirige a ti», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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