Hay muchas veces en las que nos cuesta reconocer la acción de Dios en lo que nos rodea. Por ejemplo, pensemos en alguien que nos pide ayuda, pero estamos tan ocupados o preocupados con nuestros asuntos que no queremos complicarnos la vida. Quizás sabemos en el fondo que deberíamos actuar, pero buscamos excusas para no comprometernos.
El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición a reconocer a Dios en nuestras vidas, especialmente en este tiempo de Adviento, que nos prepara para su llegada. Los sumos sacerdotes y ancianos no querían comprometerse con una respuesta, no porque no supieran, sino porque estaban más preocupados por su imagen y por evitar conflictos que por buscar la verdad. Su corazón estaba cerrado, lleno de cálculos humanos y temores.
Adviento es el momento perfecto para abrir el corazón y aprender a reconocer las señales de Dios en lo simple y cotidiano. Es como cuando un niño nos pide ayuda con una tarea que parece insignificante, pero que puede ser una oportunidad para sembrar amor y paciencia. O cuando alguien nos da un consejo sencillo pero verdadero, y lo ignoramos porque nos parece incómodo o porque no coincide con nuestros planes.
La pregunta que nos lanza el Señor en esta tercera semana de Adviento es: ¿Estamos dispuestos a escuchar a Dios, aunque eso implique cambiar nuestros planes o salir de nuestra comodidad? Jesús nos invita a dejar de lado los cálculos humanos y a responder con fe y sencillez. Él viene, pero necesita un corazón dispuesto y confiado para que podamos reconocer su autoridad en nuestra vida.
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