16/09/2024

Abrir los oídos del corazón a su Palabra

En el Evangelio de hoy le presentan a Jesús “un sordo que, además, apenas podía hablar” y que tras la intervención del Señor “se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua”. Nosotros necesitamos que “nos presenten” a Jesús para que nos abra el oído a su Palabra y podamos darle gracias y se nos suelte la lengua para presentar a otros a Cristo. La auténtica curación de una persona comienza con la escucha y contar lo que nos sucede. “Quisiera decir a todos insistentemente: abrid vuestro corazón a Dios, dejad sorprenderos por Cristo. Dadle el derecho a hablaros durante estos días. Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que Él ilumine con su luz vuestra mente y acaricie con su gracia vuestro corazón” (Benedicto XVI, JMJ, Colonia, 18-VIII-2005). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia.

Abramos nuestros oídos y nuestro corazón a la Palabra de Dios. “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo” (Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis 84). Dejarse sorprender por el evangelio y en su lectura meditada el Espíritu Santo actúa y descubrimos ese encuentro que empieza a modificar mi corazón, mi mente, mi vida. “Vale para toda la invitación a escuchar y meditar la palabra de Dios con espíritu contemplativo, a fin de alimentar con ella tanto la inteligencia como el corazón. Eso favorece la formación de una mentalidad, de un modo de contemplar el mundo con sabiduría, en la perspectiva del fin supremo: Dios y su plan de salvación. Juzgar los acontecimientos a la luz del Evangelio. En eso estriba la sabiduría sobrenatural, sobre todo como don del Espíritu Santo, que permite juzgar bien a la luz de las razones últimas, de las cosas eternas. La sabiduría se convierte así en la principal ayuda para pensar, juzgar y valorar como Cristo todas las cosas, tanto las grandes como las pequeñas, de forma que se refleje en sí la luz, la adhesión al Padre, el celo por el apostolado, el ritmo de oración y de acción, e incluso el aliento espiritual de Cristo. A esa meta se puede llegar dejándose guiar por el Espíritu Santo en la meditación del Evangelio, que favorece la profundización de la unión con Cristo, ayuda a entrar cada vez más en el pensamiento del maestro y afianza la adhesión a él de persona a persona” (San Juan Pablo II, Audiencia general 2-VI-1993).

Pidamos a Nuestra Madre esa disposición del corazón para acoger como Ella la Palabra y se haga carne en nuestras vidas.