¿Qué sucede cuando una persona con visión crítica empieza a acudir a congresos de médicos del negocio del cambio de sexo?
¿Qué les oye decir, qué comentan sobre sus actividades y decisiones?
Eliza Mondegreen, una estudiante que investiga temas de «identidad de género» acudió durante 3 días al congreso mundial de «Salud Transgénero» en Montreal en septiembre de 2022 (WPATH). Calló, escuchó y lo que encontró durante tres días fue una especie de secta donde lo que más le asombró fue la unanimidad y la absoluta falta de dudas éticas sobre lo que hacen, que básicamente es deformar cuerpos químicamente y extirpar órganos sanos.
Los 4 principios de la bioética y ética médica
En 1979, los bioeticistas Tom Beauchamp y James Franklin Childress, basándose en «la moral común y la tradición médica», establecieron los 4 principios básicos de la bioética que hoy todos citan y las personas con buen criterio ético tratan de conjugar:
– la beneficiencia: una actuación médica debe hacer el bien, curar, paliar, y si no se puede, al menos acompañar;
– la no maleficencia: es el «ante todo no dañar» («primum non nocere»), evitar daños innecesarios, dolores, mutilaciones; no cortar piernas o brazos (u órganos sexuales) si no es por un bien mayor (salvar la vida bloqueando un cáncer o gangrena);
– la autonomía: las personas tienen libertad y capacidad para decidir sobre su salud; pero hay matices: ¿están de verdad bien informadas sobre tal o cual tratamiento y sus efectos?; ¿son niños, son discapacitados psíquicos, sufren una depresión o trastorno psíquico que les impide un juicio razonable y equilibrado?
– la justicia: buscar equidad en la distribución de cargas y beneficios, evitar las discriminaciones injustas, hacer un reparto justo de los costes de ayudar, intentar llegar a los que lo necesitan…
Por lo que cuenta Eliza, en el negocio del cambio de sexo sólo interesa cobrar, operar y hormonar, y para eso se aferran al principio de autonomía («el cliente/paciente lo pide»), con absoluto desprecio de sus matices o de los otros principios.
Cosas que escuchas entre los «médicos de género»
Eliza Mondegreen explica en la revista digital Unheard lo que escuchó esos tres días en ponencias y en pasillos.
Por ejemplo, los profesionales del cambio de sexo decían «que los eunucos son una de las identidades de género más antiguas y que los médicos no deben juzgar sus extraños deseos de castración, sino cumplirlos».
O que a una persona psicótica, o con otros trastornos, se le puede llenar de hormonas para el cambio de sexo puesto que, después de todo, seguro que ya toma otras muchas medicinas. ¿Y los efectos que pueda tener? Da igual: igual que consiente en las otras medicinas (se supone que probadas y necesarias) también puede consentir (con o sin psicosis) a estas.
¿Está capacitada una chica autista para pedir que le extirpen los pechos? Los médicos del congreso prohibían incluso formular la pregunta: preguntar eso, cuestionarlo, era según ellos «ableísmo» es decir, discriminación contra alguien por tener una discapacidad psíquica. Autistas, psicóticos, niños o depresivos, todos pueden perfectamente pedir que les mutilen y hormonen, y el «deber» del médico, según este congreso, es darles todo lo que pidan.
¿Y si tiene múltiples personalidades en conflicto?
Eliza Mondegreen escuchó a alguien decir que si un paciente dice tener múltiples personalidades que no se ponen de acuerdo sobre qué pasos irreversibles dar (mutilar órganos), pueden «encontrar un consenso, o al menos un quorum, usando una app de smartphone«.
Mondegreen dice sobre este congreso: «A menudo sentí como si hubiera caído en un extraño universo que opera con otras leyes, donde abajo es arriba y las chicas son chicos y la medicina ha abandonado su modesto objetivo -curar- en una búsqueda jadeante de trascendencia».
Eliza Mondegreen llevaba años leyendo libros y artículos de estos médicos y empresarios, pero era la primera vez que acudía a un encuentro en persona con ellos. «Quería ver lo que decían los médicos de género tras puertas cerradas, ver cómo entienden lo que hacen y a los pacientes que sirven y las críticas que afrontan».
Tras el encuentro de Montreal, también acudió al de la industria europea del sector (el congreso de la European Professional Association for Transgender Health en Killarney, Irlanda, en abril) y al de la asociación norteamericana USPATH en noviembre en Denver, Colorado.
Las preguntas del mundo exterior no les llegan
En el mundo exterior, la gente y los médicos «normales» hacen preguntas muy incómodas sobre los cambios de sexo y sus efectos:
– ¿De verdad un menor puede dar consentimiento a una intervención que le mutila y esteriliza?;
– ¿Cómo afecta el autismo, la orientación sexual, la influencia social (incluso el contagio social por redes) a las enormes cifras de niños y jóvenes que de repente se declaran trans?;
– ¿qué respuestas dar a los datos y evidencias cada vez más grandes sobre gente que declara haber sido dañada por estas prácticas, que declara arrepentimiento y pide la detransición (pero los órganos mutilados y la esterilidad no se arreglan ya)?
Eliza pensó que en los congresos de los médicos que hacen estas operaciones, reflexionarían científica y éticamente sobre el tema. Pero no hay reflexión, dice. Es como una secta donde hay que mantener a los fieles convencidos y sin dudas convencidos de ser «la vanguardia revolucionaria en la medicina».
En el mundo real, se pide al médico que sepa lo que hace, que lo entienda profundamente.
En el mundo de los médicos de género, se dice al médico que no tiene por qué entender: sólo aceptar y actuar. Si el paciente se autoidentifica con X y cree que para eso le han de quitar tal o cual órgano, el médico de género debe ser «humilde» y simplemente aceptarlo.
Contra las preguntas de «la gente de fuera» (de la secta-negocio)
En Denver, Eliza escuchó a un médico decir: «La gente fuera de esta sala se atasca con preguntas del tipo ‘¿Cómo podemos asegurarnos de que estas personas son realmente trans y no se arrepentirán después de su transición?’ Es fácil caer por ese camino. Así que no es una conversación en la que yo participe«.
Para estos médicos, no existe el concepto «ser realmente trans». Para ellos, dice Eliza, «sólo existe lo que el paciente dice y la disposición del médico de ponerse al servicio de la visión del paciente».
En esos congresos, se considera que es malo el médico que cree «tener derecho a saber» por qué tal paciente dice sentirse así, o por qué busca tal intervención. En estos congresos critican a estos médicos y les llaman con gran desdén «gatekeepers» (guardianes de la puerta): nadie debe guardar la puerta, al menos ellos no, que pase cualquiera, con cualquier edad, en cualquier situación, a hormonarse y mutilarse.
En estos congresos, a los médicos que en el mundo exterior hablan de «buscar la causa o raíz de los sentimientos o identidad transgénero» se les considera «patologizantes». Y a cualquier médico o psicólogo que propone a un joven esperar o desistir del cambio de sexo, simplemente le acusan de «valorar las vidas cis por encima de las vidas trans».
En estos congresos animan a los suyos a no dejarse asustar ante casos complicados, por ejemplo, personas con autismo, múltiples personalidades u otras condiciones psicológicas: simplemente tienen «neurodiversidad» y hay que apoyarles (darles lo que pidan, por lo general hormonas y mutilación).
En el mundo exterior, el resto de médicos y psicólogos hablan de acompañar a los menores con sentimientos trans con «asesoramiento cuidadoso y comprensivo». En el congreso de médicos de género odian esas palabras y esos consejos y se avisan unos a otros: «Su respuesta siempre parece ser más asesoramiento y más tiempo [de espera y reflexión]. Eso es ser guardián de la puerta», se indignan los cirujanos de género.
Talleres para conseguir el consentimiento de quien sea
Si el médico no consigue el consentimiento necesario del paciente (para hormonar, mutilar y cobrar) es culpa del médico por no saber venderlo mejor. Por suerte para ellos, en congresos así aprenden a venderlo a quien sea, con talleres que hacen pensar en la terrible teleserie Dopesick (allí vendían la droga Oxycontín saltándose las reglas médicas básicas con dedicación y esfuerzo).
En el congreso de Denver, Eliza vio como mediante una interpretación (un rol teatralizado, como un teatrillo) representaban a un médico pidiendo al paciente que firmara su consentimiento para que le extirparan el útero y le construyeran un pene (que requiere varias cirugías); el paciente era un ‘semichico’ con esquizofrenia y en la frontera del autismo, recientemente internado en un hospital psiquiátrico. Perseverando, logran que firme: ¡que nadie se haga preguntas sobre si ese consentimiento es libre o válido o incluye una reflexión madura sobre la salud y el propio cuerpo!
Para esta industria, no hay paciente/cliente del que no se pueda obtener el consentimiento legal.
En el mundo exterior, médicos y otras personas que no están completamente en contra de los cambios de sexo, piden que al menos se constate que si el que lo pide tiene una enfermedad mental, que al menos esté «bien controlada» antes de recurrir a las hormonas o la cirugía.
Pero en un congreso Eliza escuchó a un médico de género decir que la frase o criterio «enfermedad mental bien controlada» él no la aplica, y que en 15 años ha dado vía libre a toda petición que recibiera (excepto un único caso de un cliente que gritaba con alucinaciones en su despacho). Asegura que todos los demás recibieron su «carta de recomendación, aprobación del seguro y viven felices para siempre».
La parte de «viven felices» se la inventa: no hay ningún seguimiento.
Durante años, los médicos de género han insistido en que el cambio de sexo es lo único que puede aliviar a sus pacientes y que las terapias psicológicas -psicología de hablar y escuchar- son ineficaces, a menudo las llaman también «terapia de conversión» (que algunos países ya han ilegalizado). Pero pasan los años y van llegando más datos de arrepentidos del cambio de sexo y de personas que optaron por la terapia psicológica y hoy lo agradecen.
¿Cómo afrontan eso en estos congresos? No lo hacen. Muchos se hacen trampas al solitario en sus estudios o declaraciones. Por ejemplo: una chica se extirpa los pechos, pasados los años sigue con sufrimiento psicológico y además complicaciones físicas y lamenta ya no poder dar el pecho. El médico de género lo puntúa como «un éxito», porque aunque la chica tenga más problemas de salud y ha perdido órganos sanos, «se hizo lo que ella pedía, y eso es un éxito».
La nueva moda: quitar genitales, género neutro «como un Ken»
Un paciente le pidió a un médico -que lo contó en el congreso- que le hiciera una «anulación de género», es decir, dejarle sin genitales externos, liso, como un muñeco Ken de Barbie. Dice que esa primera vez sintió «inquietud» pero que ahora hace muchas de esas y las recomienda hacer a sus colegas.
Lo que repiten una y otra vez en estos congresos es «no tengas dudas, no investigues, no te preguntes por los resultados a medio o largo plazo, por la proporcionalidad de medios»; simplemente, se anima a hormonar, operar y cobrar.
«Nadie, en ninguna convención, debatió los riesgos o aspectos desconocidos de los bloqueadores de pubertad, de sus posibles efectos en el desarrollo del cerebro, o la evidencia que apunta que los bloqueadores pueden afectar a un niño al hacer que lo que debía ser una fase de desarrollo se convierta en una condición permanente«, recuerda Eliza tras pasar por 3 encuentros.
El chantaje del suicidio
Para convencerles de no rechazar ningún caso, en Denver una mujer con gran obesidad explicó que como paciente una docena de cirujanos de Colorado se negaron a extirparle los pechos («algo que necesitaba desesperadamente para no matarme, y me lo negaban solo por mi índice de masa corporal»). Daba gracias al médico de género por hacer la operación que otros doce rechazaron (porque fuera del mundillo de la «medicina de género» la ética médica no la acepta). Ningún asistente realizó ninguna pregunta buscando matizar o entender mejor el caso.
Es el chantaje que usa la ideología de género una y otra vez: dales lo que pidan o serás culpable de su suicidio. Curiosamente, nadie aplica eso a las anoréxicas u otros casos de autolesiones.
En el congreso en Denver, los expertos en relaciones públicas de la asociación dijo a los médicos de género que evitaran hablar y dar detalles de lo que hacen a periodistas, abogados o políticos. Nada de hablar de hormonación que deforma el cuerpo o mutilaciones de órganos sanos que esterilizan de por vida. Hay que decir cosas muy vaporosas como «cuidados médicamente necesarios» o «cuidados con prescripción médica».
Como dijo uno de sus expertos, Kellan Baker, a la gente del mundo exterior -no a los médicos de género- «les asusta la idea de que los jóvenes hacen decisiones irreversibles y que nadie más supervisa esas decisiones».
También enseñaron a los asistentes que al hablar con foráneos hay que evitar cualquier dato concreto: no hablar nunca de límites en edades concretas, no hablar nunca de los efectos concretos de los bloqueadores de pubertad y las hormonas, ni hablar de cómo son las cirugías.
Baker dijo: «los dinosaurios están asustados». Es decir, la gente normal y anticuada, condenada a desaparecer, los que están fuera de la vanguardia del cambio de sexo, no les entenderá. Estos médicos se enseñan unos a otros que para «salvar vidas» (de personas que piden el cambio de sexo) es necesario ocultar y difuminar lo que hacen.
Quien proteste es tránsfobo (o genocida, ya de paso)
¿Qué dicen en estos congresos de las personas que se oponen al cambio de género? Pues que son tránsfobos, o dinosaurios tontos que se extinguirán, o directamente genocidas. Un ponente principal en el congreso de Irlanda dijo que el «movimiento crítico con el género es una fuerza totalitaria y genocida que apunta no sólo contra la gente trans sino contra todas las instituciones que sostienen la democracia y los derechos humanos individuales».
En el encuentro de Denver, un político de Colorado declaró, directamente, que quienes hagan leyes restringiendo los cambios de sexo con menores «matarán niños, no con sus propias manos, pero lo harán».
La conclusión de Eliza es clara: «el resultado de esta visión maniquea es que no hay diálogo posible con los críticos ni espacio para un disenso serio dentro del movimiento. ‘Si luchamos entre nosotros, las fuerzas de la opresión ganan’, declaró la presidenta saliente de USPATH, Maddie Deutsh.
«Escogemos no escuchar»
En Irlanda, el presidente saliente de la EPATH dijo: «Respetamos la libertad de expresión de todos, pero escogemos no escuchar», y todos le aplaudieron. ¿Para qué escuchar lo que dicen los arrepentidos, las víctimas, los otros estudios, el resto de los médicos, la ética médica, etc…?
Eliza intenta explicar la psicología de estos médicos que amputan miembros sanos y mutilan para siempre, convencidos de ser buenísimos, humildes, generosos y en el «lado correcto» de la Historia.
«La mayor parte son gente decente, capaz de sentir un horror genuino si por equivocación dicen ‘¿qué tal, chicos?’ en vez de ‘¿qué tal, gente?’. Sus mejores impulsos -su empatía, su humildad al aceptar que hacen cosas que no entienden, su sincero deseo de ayudar a pacientes angustiados- han sido secuestrados por un movimiento ideológico dentro de la medicina. En este proceso, han dejado de ver lo que hacen».
Para lograr el consentimiento, harán de todo y se entrenarán. Por ejemplo, en Denver les daban ideas para ofrecer el cambio de sexo a pacientes con autismo: darles un juguete que puedan tener en las manos, evitar el contacto visual directo, evitar las preguntas abiertas, usar luz muy tenue, y si el paciente no puede o no quiere hablar, hacer preguntas de sí o no con pulgares arriba o pulgares abajo.
Lo han pensado todo, escribe Eliza, asombrada. Excepto una cosa, advierte: «¿Qué pasa si están equivocados?» Es una pregunta que tienen prohibida.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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