Este próximo lunes 12 de febrero, a las 19.30 horas, se presenta en el Espacio Ardemans de Madrid (Ardemans, 66) el libro Despierta y combate a los bárbaros que arruinan tu vida, publicado recientemente por la editorial LibrosLibres, del que es autor el editor y periodista Álex Rosal, director de Religión en Libertad.
Es un auténtico manual de combate contra el globalismo, que no solo señala el mal sino la forma de luchar contra él, y que alienta la esperanza de la victoria, porque el objetivo de estas páginas, como nos explica él mismo, es convertir a cada lector en un «guardián» de la civilización que los «bárbaros» quieren destruir.
-¿Dónde reside el poder que tienen esos «bárbaros» para descomponer la sociedad y apoderarse de ella?
-Los bárbaros tienen una hoja de ruta clara para alcanzar el poder y mantenerse. Y para ello siguen las indicaciones que Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista italiano, dejó plasmadas en casi tres mil páginas compiladas bajo el título «Cuadernos de cárcel», y que conforman una especie de biblia comunista para lograr una «hegemonía cultural» que concluya en «hegemonía política». «La única forma que tenemos para hacernos con el poder como comunistas, no es lo que hizo Marx -señala Antonio Gramsci-. Nosotros debemos infiltrarnos en la sociedad, infiltrarnos dentro de la Iglesia, infiltrarnos en la comunidad educativa, lentamente, e ir transformando y ridiculizando las tradiciones que se han sostenido históricamente, a fin de ir destruyéndolas y formando la sociedad que nosotros queremos».
»El secreto que ha llevado a los bárbaros de distintos pelajes a conquistar los gobiernos de medio mundo es dominar, primero, la cultura, siendo hegemónicos en los medios de comunicación, en la literatura, en las series de televisión, en el cine, en el teatro… a fin de moldear a la opinión pública creando un marco mental adecuado para sacar, posteriormente, los réditos electorales.
-¿Cómo han llegado a tener una capacidad tan asombrosa de poder y manipulación?
-Si a todo lo anterior sumamos lo que decía Edmund Burke, que «para que triunfe el mal sólo hace falta que los hombres buenos no hagan nada», es normal que los bárbaros vayan ganando esta guerra cultural en la que estamos metidos.
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-En su libro habla de bárbaros «globalistas» y bárbaros de «izquierda radical». ¿Qué les une?
-Los bárbaros, en general, son arquitectos de la maldad que quieren poner patas arriba al mundo, invitándonos a experimentar un nuevo Paraíso que no es más que otro infierno en la tierra. La utopía de los bárbaros es trastocar el orden natural de las cosas para crear un nuevo estilo de vida que sólo nos traerá más esclavitud. El envoltorio de su mercancía ideológica es sugestiva y atrayente, pero es pura mentira.
-¿Y qué les diferencia?
-En este momento, Carmelo, tal y como indicas, hay dos tipos de bárbaros, que en otra época serían antagónicos, pero que hoy en día tienen una alianza, una agenda común y se auxilian mutuamente.
»Por una parte estarían los «bárbaros de izquierda reaccionaria» que creen a pies juntillas que hay que desmantelar nuestra sociedad para crear una nueva, y alumbrar así a un «hombre nuevo», socavando los pilares cristianos de nuestra civilización.
»Y, por otra, estarían los «bárbaros globalitarios» que tienen como objetivo incrementar su cuenta de resultados y ganar más poder, y estarían representados por los Soros o los Gates de turno, que les beneficia tener a una población fragmentada, sin vínculos familiares y comunitarios ,y llenas de adicciones que les lleve a un mayor consumo.
-¿Qué papel juega el alarmismo climático en esa estrategia globalista?
-En Francia hay un pastor de ovejas que gracias a su sentido común es reclamado por muchos políticos para asesorarlos en el arte de gobernar. Este pastor, que posee miles de cabezas de ganado, explica su secreto para controlar ese rebaño, y es que esas ovejas sean dóciles, sumisas y obedientes: «Hay que jugar con el miedo y con la necesidad de seguridad«, dice. Cuando este pastor necesita esquilarlas, vacunarlas, confinarlas o llevarlas al matadero, les grita: «¡Cuidado hay un lobo! ¡Un gran lobo! ¡Corred rápido al redil a refugiaros!». Y las ovejas se ponen como locas para llegar rápido a ese sitio seguro que es el establo. Tienen necesidad de seguridad.
»Con las personas pasa un poco lo mismo. Lo bárbaros en el poder se han dado cuenta de que el alarmismo apocalíptico mete el miedo a media humanidad, y los hace dóciles. Por eso las profecías falsas se convierten en una poderosa herramienta de dominio social.
-¿Cómo?
-La manera de crear esos estados de pánico es muy sencilla: se difunde un argumentario de una futura catástrofe de proporciones bíblicas, y ese terror se interioriza de tal manera que ya no hay forma de pararlo. No importa que esas tesis estén en fase de estudio, que no sean del todo científicas o que no haya mucho consenso entre los entendidos… el pánico viaja a velocidad de la luz y eso provoca que gritemos en silencio o exijamos públicamente una solución ante ese apocalipsis. Y los poderosos ofrecen una suerte de contrato social a los ciudadanos para aplacar ese desastre que se avecina: «Os exigimos sacrificios a cambio de frenar el cataclismo». Y de forma gregaria, aceptamos. Nos convertimos en un rebaño. No hay casi rebelión. Damos por bueno que el análisis de la futura hecatombe humanitaria es correcto, y nos arrodillamos ante las medidas que deben frenar ese hipotético desastre.
-Tanto pánico roba la esperanza…
-Lo peor de estos bárbaros es que están imbuidos por un pesimismo antropológico. Temen el presente y el futuro, y llevan puestas una gafas negras que les proporciona una visión oscura de todo lo que los rodea. Por ejemplo, ven a los niños que nacen más como un problema que como una solución. Consideran que gastarán y consumirán, sí, pero no perciben que tienen un cuerpo, un cerebro, dos brazos y dos piernas, y que también van a producir y aumentar la riqueza de sus naciones. Esos niños no son una carga; son un activo…
-Una buena parte del libro aborda la capacidad de manipulación de los algoritmos de las redes sociales…
-Nunca ha sido tan fácil, como ahora, dominar a los pueblos sin violencia. La estrategia moderna para la dominación de las naciones ya no consiste en el uso de la fuerza, lanzando a los ejércitos a la conquista de unos territorios, y de una población, metro a metro. No, eso es muy costoso. Lo que se lleva ahora es dominar a una población gracias al control de su mente. Influye en sus pensamientos, sugestiona sus emociones y controlarás sus decisiones. Y la primera premisa para conseguir el control mental de una población es lograr que se entretenga. Y aquí juegan un papel importantísimo las llamadas Big Tech, además de todas las empresas de aplicaciones de juegos. Sus objetivos se enmarcan en que consumamos muchas horas de sus productos y eso es magnífico para los bárbaros que están en el Poder.
-¿Por qué?
–Con una población permanentemente distraída no hay capacidad de rebelión. No hay tiempo material para combatir a esa telaraña diabólica que nos atrapa y nos lleva al precipicio vital.
Álex Rosal habla a fondo sobre ‘Despierta y combate a los bárbaros que arruinan tu vida‘.
-¿Qué estrategias a nivel personal permiten librarse de esa telaraña y de ese precipicio?
-Es necesario tener una cierta disciplina interna para evitar estar en la distracción, perdiendo el tiempo con actividades banales. Si tenemos en cuenta que el móvil nos arrastra a fragmentar nuestra atención, eso tiene como resultado que no podemos hacer un trabajo productivo, ya que socava nuestra capacidad de concentración. Por eso propongo ayunar del móvil. Puede ser por bloques de horas, o tiempos más largos, pero, sobre todo, con estos periodos de desintoxicación, nos ayuda a tener más capacidad para controlar el tiempo de atención al móvil.
-Si elevamos la visión del problema, ¿cree que puede hacerse una lectura teológica de esta nueva «invasión de los bárbaros»?
-Es la lucha entre el bien y el mal que siempre ha estado presente en la historia de la humanidad. Pero ahora vivimos una época única. Nunca había pasado que el mal se revistiera de bien con tanta eficacia, y que en ocasiones intercambiara su posición o suplantara su esencia con tanto éxito. Las fronteras se han difuminado. Ya no se puede explicar lo que nos pasa con la simplicidad de antes. Todo ello ha saltado por los aires. La frontera del mal que delimita con el bien es ahora más sutil y complicada de desentrañar. Por eso estamos inmersos, no solo en una batalla cultural, sino sobre todo en una guerra espiritual. El mal avanza y hace que nuestro mundo sea más peligroso y decadente gracias a que los hombres buenos llamados a frenarlo, están dormidos o entretenidos, sin capacidad de reacción.
-¿Y qué papel juega la Iglesia en este proceso?
-Me temo que estamos un tanto despistados. Un poco como ese boxeador al que han dado una paliza y está como grogui, sin saber dónde está; tumbado en la lona sin capacidad de levantarse.
»Creo que los católicos, en general, que deberíamos ser la sal de mundo y ejercer un papel de iluminar a una sociedad desnortada, estamos imbuidos de una cierta ingenuidad que nos hace estar postrados ante el espíritu de los tiempos y, claro, eso nos inmoviliza y nos bloquea. Estamos más preocupados por ser del mundo, y recibir el aplauso del mundo, que por cambiar el mundo con el espíritu del Evangelio.
-¿Cómo damos la vuelta a esa situación?
-El problema principal que tenemos los creyentes es que no escuchamos lo que el Espíritu Santo quiere de cada uno de nosotros. Estamos distraídos con asuntos colaterales, pero no somos capaces de acoger el susurro de Ruah [término hebreo para el Espíritu] y dejarnos imbuir por su Sabiduría en nuestra vida. Vivimos inmersos en un clima de excesiva palabrería. A veces, incluso, de griterío. Qué bueno sería que el Papa pudiera proclamar un Año de Escucha, pero no de escucha de entre nosotros, sino de escucha al Espíritu Santo.
-¿En qué consistiría ese Año de Escucha?
–Paralizar la publicación de encíclicas, documentos, y toda clase de notas, así como las reuniones y eventos que se enmarquen en una cierta burocracia eclesial… y que toda la Iglesia, con sus comunidades y miembros, estemos en actitud de estar receptivos a dejarnos iluminar por el Espíritu, además de permanente alabanza a Dios. Un año, solo doce meses, pero qué bien nos vendría para reconducir nuestro camino particular… y el común de la Iglesia. Lo llamaría: Año de Escucha al Espíritu Santo.
-Como se ve desde el título (Despierta y combate…), su libro es muy militante, orientado a movilizar al lector. ¿Es ahí donde está el problema, en que «los buenos no hacen nada», como lamentaba Burke en la frase que citó antes? Pero, ¿qué puede hacer una persona aislada ante un poder tan inmenso?
-Todo. El primer paso es ¡despertar! y tomar conciencia de que estamos metidos en una guerra en la que todos los días perdemos terreno.
»El segundo paso es saber cuáles son las razones para ir a esa guerra: tenemos que comenzar a valorar todo aquello que tenemos y que en algún momento podemos perder.
»Y, el tercero, deberíamos dejar de delegar nuestra responsabilidad en otros, así como pasar de las microcobardías a los pequeños gestos de valentía o de bondad. Si poco a poco vamos generando esas acciones que construyen comunidad, la suma de esos miles de gestos se convertirán en una revolución difícil de parar. Además de que esas pequeñas actividades arrastrarán a otros y multiplicarán sus efectos…
-¿Cree que la ‘opción benedictina’ es un buen instrumento para todo esto?
-La Cristiandad ha muerto y vamos directos a una Iglesia de pequeñas comunidades. Y quizás sea ese el estilo de Dios a lo largo de la Revelación: eligió siempre lo pequeño y débil, muchas veces humanamente frágil, para que se pusiera de manifiesto que es su poder, y no la sabiduría y cualidades de los hombres, lo que vence. Quizás en este momento histórico Dios quiere dejarnos claro que Él es el que salva, y no nuestras fortalezas humanas, y por eso nos despoja de todo aquello en lo que nos podamos gloriar.
»En ese sentido, en un momento de fragilidad de la propia Iglesia, de cierto desprestigio ante el mundo, de persecución en muchos países, lo interpreto como si Dios nos estuviera recordando el pasaje de San Pablo, en la segunda epístola de los corintios, en el que el Señor le recuerda que «te basta mi gracia… Mi poder se perfecciona en la debilidad». Es decir, en la debilidad actual, si dejamos entrar a Dios en nuestra vida, Él lo llenará todo. Y cuanto menos nos agarremos en confiar en nuestras fuerzas; más experimentaremos la suya.
»Si aprovechamos la oportunidad de invitar a que Dios nos dé su gracia en medio de esta fragilidad en la que vivimos también en la Iglesia, estoy seguro de que su fortaleza se convertirá en un nuevo Pentecostés que avivará nuestras comunidades.
-Busca usted convertir a los lectores en «guardianes», antítesis de los «bárbaros». ¿Qué hay que hacer para eso?
-Los guardianes son esos hombres y mujeres que tienen conciencia de lo rápido que avanza el mal en el mundo, gracias al trabajo de estos bárbaros que controlan el Poder, y no se resisten a quedarse de brazos cruzados.
»Los guardianes no esperan a que otros hagan para levantarse del sillón. Ellos dan un paso al frente y prefieren no delegar su responsabilidad en nadie. Aunque se sientan frágiles y pequeños, evitan sumar nuevas micro-cobardías a nuestro ecosistema.
»Los guardianes combaten a los bárbaros no porque sientan odio hacia ellos, no, sino más bien porque quieren defender todo lo que aman.
»Los guardianes quieren preservar y guardar todo lo bueno y bello que heredaron de sus antepasados, para poderlo legar a sus hijos y nietos… por eso luchan contra los bárbaros: para conservarlo y transmitirlo.
»Los guardianes están dispuestos a sacrificar su buen nombre y aceptar otros martirios cotidianos, para recordarnos que los bárbaros están dentro de nuestras fronteras físicas y mentales, nos someten a sus dictados, y pretenden hacernos unos semi-esclavos de sus políticas.
»Los guardianes, que están hartos de idearios falsos, se guían, simplemente, por el «sentido común», y ante los postulados locoides de los bárbaros, quieren defender el sentido natural de las cosas.
Por eso necesitamos a tantos guardianes…
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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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