Domingo 12-5-2024, Ascensión del Señor (Mc 16,15-20)
«Se apareció Jesús a los once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. […] Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios». Hoy se cumplen las palabras que canta el salmo: «Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas» (Sal 46,6). Hoy la Iglesia entera se viste de victoria, fiesta y alegría. Hoy el Señor asciende a lo más alto del cielo. La liturgia de la Misa, en el prefacio, proclama así este misterio: «Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido hoy, ante el asombro de los ángeles, a lo más alto de los cielos» (Prefacio I de la Ascensión). ¿Qué sucede hoy que despierta hasta el asombro de los ángeles? Los ángeles se llenan de estupor porque ha sucedido lo que parecía imposible: un hombre –de carne, como nosotros– se ha sentado a la derecha de Dios. Es decir, hoy llega a plenitud nuestra salvación: el cielo se ha abierto para los hombres. Jesús lo ha abierto, y ha inaugurado así para nosotros el Reino celestial. En el mismo corazón de Dios hay hueco para nosotros. Las puertas del Paraíso, cerradas por culpa del pecado de Adán, son ahora abiertas de par en par por el amor de Cristo. El Señor ha subido al cielo, para elevarnos a nosotros con Él.
«Ellos se fueron a predicar por todas partes». ¿Cómo no iban a asombrarse todos los ángeles, si ven al hombre elevado a tanta gloria? A ese mismo hombre a quien «lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad» (Sal 8,6) por la fuerza y el poder de Dios. Pero Jesús, que bajó del cielo como el «Hijo único del Padre», ahora sube como el «primogénito de muchos hermanos». Toda la creación participa de este movimiento ascendente que va de la tierra al cielo. Es más, los ángeles también se llenan de asombro porque Dios ha querido que los hombres le ayudemos en esta tarea de “subir” el mundo al cielo. Este es el sentido de la misión que Jesús resucitado encomienda a sus discípulos antes de ascender: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Mediante la predicación del Evangelio, el bautismo y los demás sacramentos, y el testimonio de la vida, participamos en esa apasionante tarea. Cristo cuenta con nosotros, cuenta contigo y conmigo, para ayudar a otros a subir al cielo.
«El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Jesús se va, pero no nos deja. Él sube a lo más alto del cielo, pero no nos abandona en la tierra. Cristo asciende, para que nosotros subamos con Él. Por eso no deja a nadie atrás, ni nadie es demasiado lejano para Él. Los ángeles se alegran en este día y repiten aquellas antiguas palabras de Moisés: «¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?» (Dt 4,7). El cielo se llena de asombro por esta asombrosa cercanía de Dios. En la oración del inicio de la Misa –la oración colecta–, se nos invita a «exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias» en este día. Los ángeles se asombran por lo que hoy sucede… ¿y nosotros no nos llenamos de alegría y esperanza?
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