“Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio”. Quizás muchos no encuentren motivos para estar alegres, sobre todo si tenemos en cuenta tantos acontecimientos (nacionales e internacionales), que nos ensombrecen con sus funestas noticias … Sin embargo, muchos santos han vivido el sufrimiento y la enfermedad como un don de Dios. Un regalo, en definitiva, donde no sólo se actúe con resignación, sino con espíritu de agradecimiento por unirse más “realmente” a Cristo … ¿Cómo explicamos esto a los que no tienen fe?
Unirse a la Pasión de Jesús no es solamente leer los Evangelios con devoción y piedad, llorando por lo que sufrió el Señor. Cuando llega el momento de la contradicción (un cambio de planes, una enfermedad, la muerte de un ser querido…), es entonces cuando hacemos “carne de nuestra carne” la vida de Cristo en la nuestra. Más allá de soportar las cosas, está el buscar con “ansia” cómo Dios se manifiesta plenamente en mi vida. ¡Qué fácil cuando el dolor es ajeno! (un consuelo, un abrazo… ), y qué angustia cuando nos toca a nosotros (“¿qué he hecho para que me suceda a mí?”).
“Él salvará a su pueblo de los pecados”. Ésta fue la explicación que recibió san José acerca del hijo que esperaba María. Sonreímos al pensar en la cantidad de promesas que recibimos todos los días, a través de la televisión, la radio o la prensa, y que nos auguran un incremento de felicidad o un mayor bienestar. Y después, ¿qué? Dios fue preparando a lo largo de los siglos la venida de Cristo. Fue anunciada por profetas y reyes durante generaciones y, a pesar de ello, el recibimiento que obtuvo, por parte de los hombres, fue la muerte de niños inocentes en Belén. José tuvo que llevarse a la Virgen y al Niño a Egipto para huir de la persecución de Herodes, vivieron durante años en silencio… y, una vez que Jesús anunció en qué consistía su misión, buscaron la manera de llevarlo a la muerte lo antes posible. Sin embargo, a pesar de los continuos obstáculos de los hombres, Dios sí que sigue cumpliendo sus promesas hasta el final.
Acudimos a la Virgen para confiarnos plenamente a ella, sabiendo que cualquier contradicción que tengamos, por pequeña que sea, pasará por su manos de madre… y tendremos paz en nuestros corazones.
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