Si es que no falla y mira que nos cuesta darnos cuenta. Años y años llevamos aguantando a los autoproclamados poseedores de la verdad conciliar, los intérpretes infalibles del más puro espirtu del Vaticano II sin que se pueda llevarles la contraria en lo que sostienen doctrinalmente, o ponerles ante sus ojos las flagrantes contradicciones de sus vidas. Ya saben: vivan los pobres y vivir como señores, viva la Iglesia humilde, sencilla y en salida, pero nosotros nos situamos en los lugares de decisión y manipulación del resto. Es que es así.
El argumento es viejo de pura repetición: que quienes somos nosotros para llevarles la contraria y que no hay que juzgar a los demás. Añadimos a esto ese grito de libertad que pide acabar con las normas -especialmente si no les convienen-, y ese otro mantra de no discriminar a nadie por raza, religión, nacionalidad o preferencias sexuales. Genial. Hasta que les aplicas su propia medicina.
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