17/11/2024

Así es la madre de siete hijos que busca la cura contra la ELA: «La ciencia nos convence de Dios»

«Entre tubos de ensayo, pipetas y disoluciones químicas; así transcurre la jornada laboral de la doctora Ana Martínez», comienza diciendo una interesante entrevista a esta científica, madre de familia numerosa, abuela y católica. Revista Misión la publica en su último número. 

Ana Martínez tiene siete hijos, trabaja en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) e investiga junto a un equipo las posibles curas de la ELA, una enfermedad «muy cruel, pero que tiene esperanza».

Sus «otros compañeros» de laboratorio

«Es verdad que no hay una cura, pero nosotros investigamos una proteína que es capaz de frenar el desarrollo en modelos animales. Hay un fármaco pensado para otra enfermedad que hemos demostrado que funciona contra la ELA, sólo hay que probarlo en personas», comenta Ana.

La ELA afecta en España a cerca de 4000 personas, cada año mueren 1000 y fallecen otros tantos de esta enfermedad. Cifras realmente importantes que algunos consideran insuficientes como para implementar una ley o para encontrarle una solución médica. 

En el laboratorio de Ana «hay dos cosas que llaman especialmente la atención: los iconos de Jesucristo y la Virgen María de estilo bizantino, y las fotografías de su familia numerosa», dice el reportaje de Misión.

Ana Martínez en su laboratorio del CSIC (foto: Dani García/Revista Misión).

A la pregunta de cómo ha logrado conciliar todo, responde: «Con paciencia, organización y el apoyo de mi marido». Ana tiene siete hijos –cuatro casados, una religiosa y otros dos aún en casa– pero además tiene ocho nietos y dos más en camino.

Ana lleva 37 años casada y conoció a su marido, José, cuando era joven. Tuvieron un noviazgo de algo más de seis años, que sentó las bases sólidas de lo que hoy es su matrimonio. Recibió la fe en su familia, pero fue estando con José cuando tuvo un encuentro mucho más personal y cercano con Dios.

«La vida de Ana significa tres cosas: fe, familia y laboratorio. Ella ha conseguido conjugarlas a la perfección, ya que ha mantenido su fe y su familia a la vez que se convertía en uno de los grandes referentes mundiales en la lucha contra la ELA», dice la revista.

De hecho, la investigadora asegura que la ciencia le ha ayudado a acercarse todavía más a Dios: «Siento que es un mandato que tengo; conocer la naturaleza, las enfermedades, la biología… Es la vocación que el Señor me ha dado y, a la vez, la forma de demostrarme que realmente existe. La ciencia me convence cada día de que Dios es verdad, porque cuanto más veo lo organizado que está todo, a medida que bajo a la pequeñez y analizo todo a vista de microscopio, me doy cuenta de que todo es perfecto, que es imposible que esté hecho por azar. Eso te confirma la existencia de un Creador».

«Encontrar la solución para esta enfermedad o tratamientos eficaces para otras dolencias neurodegenerativas se ha convertido para mí en un objetivo vital», confiesa. Solo el 6  % de las familias españolas puede pagar los cuidados que requieren esta enfermedad en la fase final. No hay ayudas, y este coste, que puede ascender a más de 60.000 euros al año, lo asume por entero el paciente.

Seguir viviendo se puede convertir en una ruina, por lo que muchos enfermos rechazan someterse a la traqueotomía, que es la única opción para alargar su vida conectado a un respirador. Otros, además, optan directamente por la eutanasia, que se ofrece como alternativa para no endeudar a sus familias.

Algo que se suma al déficit inmenso que hay en cuidados paliativos. En España mueren cada año 80.000 personas sin recibir los cuidados paliativos que necesitan. «Lucho por la vida, sin duda. Ofrezco mi investigación de cada día para gloria de Dios», dice Ana, que repite jaculatorias a lo largo del día, en el laboratorio y entre disoluciones químicas.

«‘Señor, ayúdame’, suelo decir», relata. La pasión con la que habla de su trabajo es sorprendente. «Después de mi primera baja maternal estuve a punto de plantarme. Me parecía difícil asumir el ritmo de la investigación, pero fue precisamente mi marido quien me convenció de volver al laboratorio. Ahora le doy las gracias», recuerda.

Aún así, no ha sido nada fácil, muchas veces se ha sentido como «una malabarista de circo” intentando llegar a todo. «Hemos sido un gran equipo», cuenta. Ana ni siquiera en las bajas maternales se desconectaba por completo: «Llamaba a los doctorandos para saber cómo iban, incluso algunos se venían a mi casa y yo les apoyaba».

Asegura que su truco es aunar sus grandes pasiones: la familia, la ciencia, el voluntariado… «Hemos hecho pastoral familiar en cursos de preparación para el matrimonio y actualmente participo en el Proyecto Raquel de acompañamiento a mujeres que han abortado«, responde.  «Todo es cuestión de organizarse. Si me sobra alguna hora, suelo ir a cantar en un coro», concluye.

Así me comunico con vosotros gracias a unos infrarrojos que leen el movimiento de mis ojos y me permite utilizar un teclado virtual para escribir y un reproductor de voz para hablar. 😀💪 pic.twitter.com/uoFrAbyEsh

— Jordi Sabaté Pons (@pons_sabate) August 24, 2020

Así pueden comunicarse los enfermos de ELA.

La ELA es una enfermedad mortal para la que no existe una cura, va paralizando poco a poco los músculos del cuerpo y la esperanza de vida va de tres a cinco años. En 2022, Ana recibió el Premio Nacional de Investigación Juan de la Cierva por sus aportaciones en el campo del diseño y desarrollo de fármacos para enfermedades neurodegenerativas e infecciosas.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»