A sus 28 años, Andrés Farías, venezolano y residente en México, se encuentra planteándose la mejor forma de «entregar la vida a Dios y a la Iglesia«.
En su camino espiritual pasó por la santería, la nueva era, el chamanismo y una macabra experiencia antes de «tocar fondo».
Como cuenta al canal El rosario de las 11, Andrés se crió junto a sus tres hermanos y sus padres, practicantes de la santería antes de que él naciese. La santería es una mezcla de brujería con rituales e invocación de espíritus, aunque a veces usando nombres o imágenes de santos (por ejemplo, la Virgen del Carmen como tapadera de Yemanyá, la diosa vudú del mar).
En la familia de Andrés, al principio, lo compaginaban con ir a misa a veces. A él, de niño, le gustaba tanto la misa que «lloraba para ir y antes de tener que irme».
Desde niño, amante de la misa y combativo con la santería
También siendo un niño enfrentaba la santería de su familia, rompiendo los ídolos de su hogar y «detestando» las invocaciones y prácticas.
Pero la santería acabó predominando en su familia, que abandonó por completo la práctica religiosa, impidiendo que Farías pudiese ir por su edad y la inseguridad de su país.
Arrastrado por aquellas prácticas, la familia se instauró en el «catolicismo no practicante» mientras la nueva era, el chamanismo o los gurúes cobraban más peso, incluso en él mismo.
Ya adolescente, asimiló la cosmovisión panteísta del «todo es dios, todos somos dios y todas las religiones valen lo mismo», mientras la familia comenzaba a frecuentar oscuras prácticas orientales.
El cambio tan variado de cosmovisiones en su familia le llevaría a una «fuerte crisis de identidad«, también religiosa. «Y aunque nunca dije que ya no era católico, tampoco podía decir que lo fuese». No conocía la fe ni creía en la Iglesia, «solo en Dios», recuerda, al mismo tiempo que se planteaba las implicaciones del budismo o el monoteísmo.
Impactado por la Iglesia: «No sabía nada»
La familia entró en una fuerte crisis. Primero su padre entró en depresión, el matrimonio se separó y el padre enfermó de cáncer.
Pero en el caso de su padre, considera que, en cierta manera, la enfermedad «fue una bendición» porque no solo «amansó» su fuerte carácter, sino que también le llevaría a regresar a la fe y la práctica religiosa.
Tiempo atrás, Andrés había empezado a investigar diferentes creencias y religiones.
Ahora se daba cuenta de que, en realidad, ¡nunca había leído nada sobre el catolicismo! No sabía nada sobre la Iglesia.
«Empecé a leer sobre su historia y origen. Me impactó el recorrido tras 2.000 años de historia. Era tanta información que nunca hubiese creído que la Iglesia era tan rica», comenta.
Entre María y el acecho diabólico
Aunque todo lo que leía le llevaron a «hacer un click», él seguía yendo a sus meditaciones y otras prácticas religiosas, mientras una estatua familiar de la Virgen reclamaba cada vez más su atención y mirada.
Una noche actuó de forma impulsiva, «completamente irracional»: «No lo pensé. Solo me arrodillé y empecé a llorar y a rezar como nunca lo había hecho en mi vida. Y dije: `No sé qué camino tomar, cuál es la verdad, si tu Hijo es la verdad… Si la Iglesia es la verdad, ayúdame a llegar a ella, a entenderla, porque solo no puedo´».
Conforme pronunciaba aquellas palabras, también presenció una «macabra experiencia» en la que escuchó una risa burlesca, sintiendo que quería alejarle de su oración.
«En vez de asustarme, tuve la convicción de que ese era el camino correcto«, confiesa.
A raíz de episodio, Andrés decidió ir a misa y su madre le acompañó.
Aquel día sintió el deseo de confesarse, motivado por su investigación sobre los sacramentos y la deficiente catequesis que recibió en su infancia. Las pocas ocasiones que antes había estado en un confesionario fueron «un desastre» por esa falta de formación.
Una nueva primera confesión
En esta ocasión, dice, aunque «nervioso y sin saber cómo empezar», sintió como si se desprendiese de un enorme peso. «Me sentí de una manera increíble» recuerda sobre su nueva «primera confesión».
Su vuelta a la misa y la vida parroquial no fue como la imaginaba. En los vídeos de liturgia en Internet, veía la solemnidad y homogeneidad de la liturgia oriental o de la misa «tradicional». Pero en su parroquia veía «abusos litúrgicos» y eso le llenaba de malestar.
Aunque en un principio respondió de forma «bastante reaccionaria», pronto tomó conciencia de que «ya no vivía la misa, solo estaba pendiente de juzgar cualquier error».
«No podía ser que me hiciese un Dios a imagen y semejanza mía como yo había criticado antes de los santeros y otros. Traté de retomar una fe más sencilla, a veces intentaba expresárselo [el descontento] a los sacerdotes, pero casi siempre se ofendían», recuerda.
Su director espiritual fue especialmente importante en sus nuevos primeros pasos en la fe. Sobre su reacción a los abusos, recuerda que fue de los pocos sacerdotes que le escucharon, pero también le ayudó a «no alejarse» de la Iglesia o de la virtud.
Una familia convertida ante la adversidad
La enfermedad de su padre empeoraba rápidamente. Recuerda que aquel proceso supondría un acercamiento a la fe de toda la familia, pero no estaba exento de otras pruebas. Mientras él animaba a su familia para volver a la Iglesia, sus vecinos evangélicos también querían «convertir» al resto de la familia, y otros familiares y conocidos querían introducirlos de nuevo en otras doctrinas e incluso en la santería.
«Intenté mantenerme firme en lo que estaba aprendiendo y que volvieran a la fe», recuerda él.
El 5 de diciembre de 2016, su padre falleció, tras recibir los sacramentos, con Andrés habiéndole perdonado y también a sí mismo. Y aunque fue un tiempo de «dolor terrible», también lo recuerda como una «bendición», pues aunque era un «hombre duro, cerrado y de carácter fuerte, el sufrimiento le amansó, le hizo recapacitar y que Dios fuese la prioridad en su vida».
La pérdida también terminó por acercar a su hermana y a su madre a la Iglesia, frecuentando la misa, los sacramentos y nuevas amistades cristianas, «viviendo la fe lo mejor que se podía entonces«.
Viviendo la fe en un «gobierno anticristiano»
Y es que ya hacía varios años que había comenzado la crisis en Venezuela, dándose entonces un ambiente social que, según el venezolano, «estaba en picado y deriva completa», también con un fuerte carácter «anticristiano» del gobierno. Cuenta cómo vivió en primera persona las protestas, la ausencia de luz, gas, agua, comida o dinero en efectivo. «Era como vivir un apocalipsis y no sabíamos qué hacer o qué iba a pasar mañana», relata.
Pese a las limitaciones y la «dura prueba» que suponían para mantener la fe, la familia trató de llevar «una vida católica» en la medida de sus posibilidades.
La primera oportunidad apostólica del converso surgiría de la Juventud Franciscana, donde pudo empezar a formar a otros jóvenes, quedando cautivado del carisma franciscano mientras maduraba en la fe.
Tocando fondo con las iglesias cerradas
Su siguiente prueba fue una grave depresión y ansiedad, en torno a 2019, con ataques, alucinaciones y terrores nocturnos en los que afirmaba ver «demonios acechando» que le llevaron a la necesidad de ansiolíticos. No ayudó el inicio, poco después, de la pandemia.
«Cerraron todas las iglesias, pasé un año sin confesar y comulgar y toqué fondo. Creo que por eso empeoré en el ámbito psicológico. Jesús era lo único que me mantenía cuerdo y sentí que me lo quitaron. Y yo no podía por mi cuenta», lamenta.
Gracias a un psicólogo católico, Andrés superó sus ataques en unas pocas sesiones y pudo aventurarse a abandonar el país.
Vida nueva en México
Llegó a México, quedando impactado por la fe y devoción popular de los mexicanos.
No estaba acostumbrado a ver parroquias tan llenas y que la gente expresase su fe públicamente y sin miedo. «Me recibieron de maravilla», comenta.
Actualmente, el joven de 28 años lleva cuatro planteándose su discernimiento vocacional y admite que le atrae la vida contemplativa.
«Y en esas estoy», concluye, «me dirijo a entregar mi vida al servicio de Dios y la Iglesia, es a lo que me siento llamado. La Virgen ha sido esa estrella que me ha indicado el camino siempre. Y si alguien está pasando por una situación donde no ve salida y donde no se ve salida, os invito a poner a Jesús como esa brújula. Solo con mirarlo, el resto se ilumina».
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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