Jason Blakely es profesor de Políticas en la Universidad Pepperdine (Malibú, California). Ha escrito libros influyentes como We built reality y Lost in ideology.
Fue durante muchos años ateo, entre el nihilismo y el existencialismo. Leía mucha filosofía y se consideraba un valiente frente al Vacío, un héroe ante un mundo sin sentido.
Empezó a cambiar cuando reflexionó sobre el amor, pensando en el amor de su novia, perseverante. ¡Con amor, el mundo tiene sentido! Después le cautivó la honestidad intelectual del filósofo católico Charles Taylor. Y luego, combinando la lectura de Dostoyevsky y los cuatro Evangelios, quedó fascinado por Cristo y su enseñanza.
Ha contado con detalle y buena pluma su evolución intelectual y de fe en la revista America, de los jesuitas de Estados Unidos, a partir de una versión que pronunció en un encuentro académico.
El testimonio de Jason Blakely en la revista America de los jesuitas de EEUU.
El nihilismo de los suburbios feos
Blakely usa toda su capacidad literaria para intentar definir la nada fea del suburbio donde creció. Piensa que Dostoyevski tiene razón en Los Demonios (o Los Poseídos, o Los Endemoniados): el peor veneno en la vida humana no es la ira sino el aburrimiento.
Esa fue la experiencia de su juventud: un suburbio gris en Colorado, feo, repetitivo, las mismas casas, las mismas tiendas de franquicias. «Era un aburrimiento que contiene el más firme rechazo a la existencia, un aburrimiento burlón, perezoso, orgulloso y lamentable, que mira al ser, a su grandeza brillante, a su novedad inagotable y le dice una sola palabra: no».
Recuerda que a una hora de su casa, en la escuela Columbine, en un suburbio idéntico al suyo, casi clonado, en Littleton en 1999, dos estudiantes mataron a 12 compañeros y se suicidaron. En esa época no estaban acostumbrados a esos tiroteos absurdos, que luego se multiplicarían. «Quizá sentían el mismo veneno impío que corría por nuestras venas«, apunta, esa desesperación nihilista.
Ateísmo por hábito
«Mi primer ateísmo no era de convicción. Eso vendría después. Era un hábito, un estilo de vida, una manera de estar en el mundo, el sentimiento de una ausencia», escribe.
«Mi increencia tenía la ventaja de mirar a la realidad sin locas conjeturas metafísicas y aditivos innecesarios. No era un ateísmo muy militante, incluso apático», detalla.
«Mi padre podía ser un fiero crítico de la religión organizada, particularmente del cristianismo, pero no era ateo. Me enseñó a ver en la naturaleza una dimensión espiritual profunda, de excursión por las montañas, y a admirar la búsqueda artística en la contracultura», escribe. Su madre era católica y le llevaba a misa los domingos. Pero Blakely siempre fue escéptico en todo lo espiritual, «para mí era un engaño, desde los cristianos evangélicos a los hippies New Age».
Además, le parecía que los cristianos, por los que conocía, estaban dormidos, inactivos ante el sufrimiento humano y la injusticia, «más aclimatados al mal y a ese mortal aburrimiento».
El vacío palpable
En la escuela secundaria, Blakeley conoció a Lindsay, su novia. Cuando la conoció, Blakeley ya llevaba 2 años sin ir a misa con su madre y sin recibir los sacramentos, excepto ocasionalmente. La misa de Confirmación fue su última misa en más de 10 años.
Jason Blakely en el año 2000, con 18 años, empezando la universidad.
Con 18 años estudió Políticas y Filosofía en en Nueva York. Su profesora de Filosofía proponía el existencialismo y citaba aforismos de Nietzsche «igual que los cristianos citan la Escritura«.
«Me convencí de que la única visión racional de la existencia es que es absurda. Leí a Camus, Kafka, Sartre, Kierkegaard, y sobre todo a Nietzsche y Heidegger», recuerda.
«Aquí es cuando el vacío por primera vez se hizo palpable, incluso terriblemente real. Era más real que cualquier otra cosa. Era tan vasto, tan abrumador, que quizá anunciaba, sin yo saberlo, un misterio que ninguna mente puede comprender. Si un ateo puede sentir el temor de Dios sin saberlo… creo que esa era mi experiencia», detalla.
En esa época, consideraba que el ateísmo era la opción del que tiene verdadero «coraje intelectual», que el ateo puede «sobrevivir ante la verdad más que otros, el ateo podía mirar más rato al sol terrorífico». Ser ateo era una forma de ser heroico ante la realidad.
Y añade, con cierto humor: «Los que nunca han sido ateos tienen que saber que cualquier cosa en la vida puede significar la muerte de Dios. Eso incluye la familia, las relaciones, la ciencia, la política, la tecnología, la psicología, la naturaleza, tu conciencia… ¡Todo puede ser testimonio del vacío y rendirle homenaje!»
Mientras tanto, su novia Lindsay había estudiado en Boston en una universidad de los jesuitas. Allí también leían a Nietzsche, pero lo acompañaban del Evangelio de Juan y de La Tierra Baldía, el poema de T.S.Eliot de 1922 (Eliot se haría cristiano cinco años después, en 1927).
Jason Blakely en 2003, convencido que un artista crea su propio destino.
Escribir, voluntad superior… y colapso
En Nueva York, Blakely trabajaba en una librería de día y leía y escribía horas y horas por las noches. «Decidí ser novelista y poeta. Los artistas crean sus propios significados ex nihilo, como una rebelión contra el vacío. El arte sería mi gran amén de la voluntad creativa ante el vacío de un mundo sin Dios». Incluso pintaba un poco.
Pero colapsó. En octubre de 2005, tras meses de dolores, mareos y agotamiento, Blakely empezó a ir a los médicos. Ellos no encontraban problemas físicos. «Mi cuerpo estaba entumecido: parecía como si me faltara la voluntad de vivir. Yo no sabía qué era una vida buena, más allá de la lucha de la voluntad contra el vacío. La muerte, aunque yo la contemplaba constantemente, era casi inconcebible para mí. Si yo moría ¡moriría conmigo todo lo que es significativo!»
Se dio cuenta de que más que una enfermedad, vivía una caída de significado, «no solo espiritual sino también en mi cuerpo».
Jason y Lindsay en verano de 2005, pocos meses antes de colapsar.
Su novia Lindsey le cuidaba y poco a poco su salud mejoraba.
Emocionado, él le pidió que se casaran. Ella quedó sorprendida. «¿Lo dices en serio?», preguntó. «Sí, en serio». Ella lloró de alegría. Él siempre había dicho que el matrimonio era una convención vacía de la clase burguesa. Pero sufrir, dice, le había enseñado algo distinto: «había belleza en la promesa de acompañar a alguien».
Eso le acercó a otra idea: si había sobrevivido a la ‘lucha contra el vacío’ y al colapso, no era por ninguna fuerza propia de superhombre nietzschiano, sino por una fuerza exterior a él: el sentido del amor.
Estudiando más Filosofía
En Chicago estudió Filosofía Política. Pero ahora que conocía que el amor da fuerza y sentido, estaban cambiando muchas de sus ideas.
El ateísmo, por ejemplo, parecería bastante creíble si el universo de verdad pudiera explicarse sólo de forma naturalista, con un determinismo inmanente, pero veía que nadie había logrado ni acercarse a probar algo así.
Por otra parte, veía que los humanos una y otra vez descubren significados e historias, y no un vacío.
Él durante años pensó que el cristianismo implicaba ser intelectualmente deshonesto. Pero cambió de opinión en estos años leyendo Una Era Secular, el gran libro de 2007 del filósofo católico Charles Taylor.
«La pregunta filosófica final no era el suicidio, como decía Camus, sino ¿qué historia extrae más sentido de nuestras existencias? La pregunta no es por qué el universo carece de sentido, sino ¿por qué el mundo tiene tanta abundancia de sentido, tan fascinante, que nos deja perplejos? ¡Huye a la esquina más lejana del cosmos, pero no podrás escapar de tu historia!», era lo que ahora pensaba.
Qué es vivir bien: el modelo de Jesucristo
Lindsay y Blakely ahora hablaban mucho sobre matrimonio, amor y lo que significa ‘vivir bien’. Y Cristo aparecía más y más en esas charlas.
Cristo era, para ellos, «una persona hermosa cuya vida resuena con la historia de lo que significa vivir bien. Cristo parecía ser la primera persona en la historia que enseñaba que el significado más profundo y fundamental es el amor como don sacrificial de uno mismo«. Blakely después sospecharía que Cristo les había acompañado como pareja en su decisión de nunca abandonar al otro, ni en la distancia ni en la enfermedad.
«Empecé a releer a Dostoyevski, junto con los Evangelios, y a insistir en que el cristianismo era la historia más noble imaginable y que ninguna mente humana podría haber pensado algo tan hermoso. La biografía de Cristo en sus cuatro versiones era absolutamente asombrosa, inimaginablemente buena. En su historia estaban sus historias, extrañas parábolas sobre viudas y semillas de mostaza, monedas, ovejas perdidas, odres y perlas, hijos pródigos, ricos y sirvientes».
A partir de cierto momento, Lindsay, empezó a ir a distintas iglesias los domingos por la mañana. «Ella estaba convencida de que la fe necesita una relación con algo o alguien fuera de uno mismo: tú amas a alguien con toda tu persona, no solo tu mente», explica Blakeley.
A misa, tras muchos años…
Un día de Cuaresma, fueron juntos a una misa católica. Era la primera de la mañana, había muchos bancos vacíos y parroquianos de pelo blanco. La luz del invierno iluminaba un crucifijo de madera. «Cristo parecía a la vez pesado y ligero, como levitando en la Cruz, con serenidad y dolor congelado», recuerda.
El sacerdote pronunció las palabras iniciales de la misa y Blakeley se asombró al notar que su cuerpo reaccionaba con el gesto de la cruz y las respuestas que volvían de su infancia. Esas palabras ahora estaban llenas de contenido, eran muy actuales, reales: «Yo confieso a Dios Todopoderoso, y a vosotros hermanos, que he pecado…».
Blakeley intenta definir esa sensación: era como encontrar a alguien que durante años pensaste que no volverías a ver ir, y al encontrarlo por sorpresa descubres que es familiar y fascinante, dice.
Su conversión fue gradual durante un año. Aprender a rezar o arrodillarse golpeaba su orgullo. Una vocecita resonaba en su cabeza: «esto es ridículo, ¿ante qué te arrodillas? Necio, ante una gran nada«. Pero él perseveró en la práctica semanas y luego meses y «esa voz del ego empezó a evaporarse en el silencio».
«La misa arraigaba en mi carne y mis huesos. Las palabras volvían a mi lengua: Dios de Dios, luz de luz... Como Pascal había señalado, la práctica puede preceder a la creencia. Si entras en relación con Dios, misteriosamente se te ofrecerá la fe. Solo necesitas la humildad de acercarte y pedir».
La Vigilia Pascual de 2010, Lindsay y Jason Blakeley fueron acogidos como católicos en esa parroquia de Santa María Magdalena.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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