Estudiando en la universidad en los años 80 Joseph Calvert era ateo. Muy ateo. Incluso generosamente ateo. Tan ateo que cuando ahorró 100 dólares trabajando en una cadena de comida rápida (a 3,6 dólares la hora) se los gastó en comprar varias copias de «Por qué no soy cristiano» de Bertrand Russell para repartirlas gratis a quien pasase por el centro del campus.
¿Cómo es que Calvert es hoy diácono permanente en dos parroquias de Kentucky? El cambio empezó cuando siguiendo instrucciones de un gurú indio empezó a leer unos poemas de Santa Teresa de Ávila. Y eso le hizo conocer más a Teresa, a su época, y empezar a estudiar la fe católica que había despreciado tanto.
La universidad le hizo ateo
Joe Calvert fue bautizado de niño y se educó en una familia protestante. El único católico que conocía era su abuelo, quien iba a misa cada domingo, pero no se acercaba a comulgar porque estaba casado con una divorciada baptista. Joe veía que su abuelo era una persona humilde, generosa y convencida de la igual dignidad de todas las personas.
En la universidad, a mediados de los 80, donde estudió inglés e ingeniería, Joe abrazó el ateísmo militante. Explica a ReligionEnLibertad que las clases que recibió lo llevaron a eso. «En las clases de historia, de literatura, de filosofía, no nos decían nada bueno de la Iglesia Católica ni del cristianismo. Sólo nos hablaban de la Inquisición española, de un par de Papas corruptos, y de dos mil años de machacar a las mujeres con la religión. En cambio, a los pensadores ateos los presentaban como los iluminados que nos sacaban de la prisión de la religión organizada».
El libro de 1957 del matemático Bertrand Russell usaba un lenguaje divulgativo y confrontacional: ‘Afirmo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está organizada en iglesias, ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo’, proclamaba. Joe Calvert, fascinado, lo compraba ¡y regalaba copias!
Los católicos, unos lemmings que no piensan
Nadie fue nunca a presentarle la doctrina católica a Joe, a invitarle a nada católico, a proponerle ninguna lectura. Una vez preguntó a un católico por qué doblaba una rodilla en la iglesia. «Bueno, es lo que haces al pasar por en medio», respondió. Superstición, ritos repetidos sin razón ni argumentación, pensó Joe.
«En mi opinión, los católicos eran unos lemming que no pensaban, que creían supersticiones sólo por haberlas recibido de sus padres. La Iglesia Católica era sólo otra entidad ansiosa de poder y riquezas. Pensaba que el Papa, que era San Juan Pablo II, sólo era un difusor de supersticiones y lo ridiculizaba cuando hablaba de él».
Y sin embargo, aunque Calvert era en esta época favorable al aborto y la anticoncepción, de alguna manera reconocía que admiraba a Juan Pablo II ya entonces por ser capaz de plantarse «ante la ONU y el presidente Clinton, contra el control de natalidad, el aborto, la ordenación de las mujeres y otros temas. Sentía cierta admiración por su fuerza al mostrarse en desacuerdo. Su fuerza y consistencia serían una de las cosas que luego contribuirían en mi conversión».
El presidente Clinton intentaba marcarle el camino a Juan Pablo II, pero éste se mantenía firme en su defensa de la vida y la familia cristiana.
El sentido de la vida… y explorar el budismo sin dios
¿Qué sentido tenía la vida sin Dios ni la fe? Pensaba que había que ser «virtuoso» en la línea de Russell o de George Bernard Shaw (1856-1950). De éste último apreciaba un pasaje: «Este es el verdadero gozo de la vida: ser usado para un propósito que uno reconoce como poderoso; desgastarte antes de ser arrojado al montón de chatarra; ser una fuerza de la Naturaleza en vez de un pequeño montón de quejas y agravios que protesta porque el mundo no se dedica a hacerte feliz».
Joe exploró el budismo porque le parecía que podía encajar con esa idea. «Músicos como los Beatles, Carlos Santana y John McLaughlin iban a la India a aprender de sus gurús y parecían ganar paz con ello», explica Calvert a ReL. «Muchos pensaban que había una mayor sabiduría en las religiones orientales. Esos músicos incluían frases de sus gurús en sus discos y a mí me gustaban. Por ejemplo, en la portada de un álbum de Carlos Santana había una frase de Sri Chinmoy: ‘O Maestro Músico, afíname para la vida, otra vez. Mi corazón quiere llegar a ser el gozo de un nuevo despertar. Me atrapa la altura del éxtasis».
John McLaughlin y Carlos Santana con el gurú Sri Chimnoy en su disco de 1973 ‘Love Devotion Surrender’.
Joe estudió una rama de budismo que consideraba que Buda era, simplemente, «un maestro capaz, que diagnosticó que la gran enfermedad de la humanidad era el egoísmo. Mi budismo enseñaba la prioridad de quitar todo egoísmo del pensamiento, mediante la meditación, para poder quitarlo de la vdia, y así un día poder alcanzar el nirvana, la total eliminación del yo. Se supone que entonces uno ya no tendrá individualidad ni separación, sino que se fundirá en algún estado superior del ser». Y así, de forma disciplinada, empezó a hacer meditación cada día.
De la meditación ¡a Santa Teresa!
Joe se ayudaba con textos del Ecknath Easwaren, un indio que había fundado en California el Centro de Meditación Blue Mountain. Easwaren recomendaba, para meditar, una serie de poemas de místicos, entre ellos, el clásico de Santa Teresa de Ávila:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta.
«Estos poemas de ella me llevaron a leer sus libros, como Camino de Perfección y El Castillo Interior«, explica Calvert. «Su vida y escritos eran irreconciliables con lo que me habían enseñado en las universidades sobre la Iglesia. Me habían dicho que la Iglesia machacó a las mujeres durante dos mil años. Pero aquí teníamos una mujer intelectual brillante, superfuerte, y precisamente de la España del tiempo de la Inquisición, llena de gozo y amor por la vida y por la Iglesia. Esta fue la primera andanada seria contra el muro aparentemente impenetrable de mi orgullo intelectual», recuerda.
John Calvert, en una entrevista en Coming Home Network.
Los católicos en su entorno: «tenían un brillo interno»
Joe empezó a prestar atención a los católicos que conocía de cerca. Estaba su abuelo, ejemplo de constancia y generosidad. Y estaba la gestora de la oficina del negocio de su padre, donde trabajaba como ingeniero. «Era como una segunda madre, por su bondad». Y estaba su suegra, la señora Raquel Jeannette, de Panamá, «una santa en la tierra viviendo las virtudes de constancia, mansedumbre y humildad». «Estas personas tenían un brillo en su interior que yo quería tener».
Había conocido a su esposa Berta al final de sus estudios universitarios: era su profesora de español en un cursillo intensivo. «Entonces era una católica de nacimiento que había dejado de ir a misa regularmente, pero su catolicismo era profundo en su pensamiento y acciones. Tenía una bondad que me atraía y que años después reconocí que se originaba en su catolicismo», recuerda.
Joe Calvert, ya diácono, con su esposa Berta, de origen panameño.
Estudiando el Catecismo y Evangelium Vitae
Su corazón, pues, llevó a su intelecto a explorar las doctrinas católicas. «Así, me leí el Catecismo de principio a final y no encontré nada que no fuera lógico o digno de confianza», constató asombrado.
Y después reflexionó sobre el tema del aborto y la anticoncepción, a partir de la encíclica «Evangelium Vitae» de Juan Pablo II. «Su argumentación lógica paso a paso sobre la santidad de cada vida humana fue devastadora para mi orgullo y mi apatía, para las mentiras de la llamada libertad reproductiva».
Católico a los 35 años
Finalmente, el 23 de diciembre de 1995, a los 35 años, ingresó plenamente en la Iglesia Católica con el sacramento de la confirmación. «Dejé ir mis últimas objeciones, nada trae más paz de mente y alegría que hacer la voluntad de Dios», constata. «Me sentí cientos de kilos más ligero después de limpiarme décadas de pecados en el sacramento de la Penitencia. Durante la Confirmación sentí que el Espíritu Santo pasaba a través de mí y me llenaba como si fuera un líquido, y era una luz sanadora y fortalecedora que me atravesaba y se quedaba en mí, en esa forma». Era una experiencia de poder y libertad, dice.
Visitando España: la fe en Europa
Joe desarrolló una fuerte devoción mariana. Tres veces peregrinó a Fátima y tres veces estuvo en Garabandal, donde conoció a las religiosas del Hogar de la Madre («jóvenes y risueñas») en Santander, que con ladrillos y cemento edificaban ellas mismas un nuevo dormitorio. Explica a ReligionEnLibertad que le apena ver multitudes de turistas ante catedrales y conventos históricos en España y Europa, pero que no son capaces de relacionar la belleza estética con el Dios que suscitó esa belleza y el pueblo cristiano que la creó con su trabajo. Le emociona, en cambio, rezar en Guadalupe entre las personas humildes, y pensar en los sencillos niños videntes de Fátima.
«Creo que nunca me cansaré de Fátima», añade. «He tenido grandes experiencias en el convento de Santa Teresa en Ávila, en Loyola y otros sitios, pero mi corazón me llama más a los santuarios marianos: cuanto más me acerco a Ella, más cerca estoy de Él».
El diácono Calvert reza antes de misa en su parroquia de St Christopher, en Radcliff, Kentucky.
Un diácono para la Iglesia
Durante años le animaron a hacerse diácono y lo comentó con su confesor. Tanto él, como su esposa e hija, le animaron a considerarlo en serio. Durante meses se lo planteó a Dios en adoración. «Creo que me dijo: sé diácono de María o no seas diácono», explica. «Creo que Ella es el mejor camino hacia Él».
John Calvert, con su esposa y su hija, de vacaciones en Red Rocks, Colorado.
En sus años como diácono, le ha entristecido ver como los casos de abusos de clérigos corruptos han dañado al pueblo de Dios. Cree que muchas veces es la arrogancia de los clérigos y otros cristianos lo que aleja a la gente de Cristo y su Iglesia. Por otra parte, le inspira ver a muchos laicos en estos tiempos duros se alzan a servir y a evangelizar. «Dios ciertamente sigue trabajando hoy», explica.
Recuerda que a él nadie nunca le ofreció conocer la fe católica y piensa que los católicos deberían salir a evangelizar, invitar, ir a las casas. «En eso hemos de aprender de los Testigos de Jehová y los mormones», dice. Y añade: «Jesús no dijo: ‘limítate a ser buen católico, ten limpio tu porche trasero y dedícate a tus asuntos’. Él dijo: ‘id y haced discípulos de todas las naciones’.«
Publicado en ReL el 31 de julio de 2019.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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