Podría resultar complejo tratar de imaginar rezando devotamente a un japonés ateo de orígenes samuráis y a una francesa colonial con una fe reavivada. El caso de Mikaël Block y Béatrice Souriant muestra a la perfección que la suya es el tipo de unión que solo podría resultar gracias a la oración.
Entrevistados por Sarah-Christine Bourihane para el canadiense Le Verbe, el matrimonio residente en Chicoutimi (Canadá) cuenta que su relación comenzó en torno al año 2000, cuando sus caminos se cruzaron en la ciudad francesa de Niza, donde él vivía.
«Mi madre es japonesa y mi padre francés. Nunca me hablaron de religión, no son ni practicantes ni creyentes. Mi madre me transmitió su cultura, la cultura samurái, una cultura de luchadores, de personas íntegras y totalmente comprometidas», cuenta Mikäel.
Por sus antecedentes se puede suponer que abrazar el cristianismo no sería algo sencillo o que estuviese en sus planes.
El dilema de compaginar la fe y malas influencias
El caso de Béatrice es opuesto: criada en la Guadalupe francesa, un solitario archipiélago antillano perdido en El Caribe, cuenta que la fe le acompañó desde el día en que nació.
«Iba a misa todos los domingos, rezábamos el rosario en familia… Me gustaba ir a la iglesia y mi tía se quedaba impresionada porque me sentaba sobre ella durante toda la misa», recuerda.
Era el año 2000 y Béatrice dejó su Guadalupe natal para mudarse a Niza, convencida de que en su nuevo destino «todos creían» en Dios.
Pronto supo lo «ingenua» que había sido. Aún no había terminado de asentarse y ya veía cómo mantener su fe y cercanía a Dios y tratar de agradar a sus nuevas amistades era todo un dilema, un momento de tensión en el que vivía cada vez más relaciones fugaces alejándose sin darse cuenta de la fe que le vio nacer.
Y en ese momento, conoció a Mikaël.
Un ateo movido por la curiosidad
«Era muy respetuoso con mi fe. No lo creía, pero no le molestaba tanto», cuenta Béatrice, por entonces se conformaba con poder visitar la iglesia cada día.
Mientras, a él no le cuesta admitir que «no quería saber nada de eso». Al menos al principio, pues no tardó en sentir curiosidad por acompañarla a la Iglesia.
El problema, recuerda, es que no entendía lo que veía, especialmente por qué la gente se levantaba en un momento determinado y recitaba una u otra fórmula.
«Lo único que disfrutaba eran las homilías, pero unas veces no estaba de acuerdo y otras no las entendía», admite.
El interés de Mikaël pareció crecer cuando, tras mudarse al norte de Quebec por trabajo en 2007, mantenía largas conversaciones por teléfono con Béatrice, muchas sobre la fe.
Un misterioso sueño con Dios… a raíz de una burla de fe
Recuerda especialmente una en la que él dijo que era «una tontería» pensar que la Biblia es un libro inspirado y Dios su autor principal.
Cerca de cumplirse las dos décadas, Mikaël aún no ha logrado olvidar aquella noche, cuando tuvo un misterioso sueño que le llevaba a la presencia misma de Dios.
«Me llamó por mi nombre, me atrapó y me mostró [un libro], La Biblia. Inmediatamente pensé en la discusión con mi esposa y tuve vergüenza. [Y Dios] me dijo: `Este es un libro sagrado, su origen viene de aquí´», le dijo el gigante señalándose hacia el corazón.
Hoy, recuerda aquel momento como un «punto de partida» en el que empezó a vivir «no solo con la cabeza, sino también con el corazón».
Pasó un año hasta que Béatrice lo dejó todo atrás para estar cerca de Mikaël durante los siguientes tres años, plagados de mudanzas, desarraigo, aislamiento y adaptación. Hasta que en 2010, con ella deseando un compromiso más perfecto y coherente con su fe y con él cada vez más convencido de casarse por la Iglesia, obtuvieron el permiso para unirse en matrimonio. Lo que no esperaba él era que recién casado, su mujer sufriría un drástico reavivamiento de fe.
El matrimonio de Béatrice Souriant y Mikaël Block.
«Tuve una conversión después de una confesión. Dije cosas que nunca dije, pedí perdón y recibí perdón. Fue una liberación. Después se me hizo más fácil amar, porque ya no tenía expectativas. Me dije que Dios iba a cuidar de Mikaël y que mi misión era amarlo más y volverme a Dios», confiesa.
Solo la fe importaba: a Medjugorje, costara lo que costase
Por su parte, Mikaël bromea al recordar aquella situación diciendo que «entró en pánico». Especialmente, dice, «cuando vi que ella rezaba mucho y que estaba más enfocada en Dios. Fue un shock para mí. Aunque había iniciado un cierto camino espiritual desde mi llegada a Quebec, me dije: ya está, se ha unido a una secta«.
Con una fe revigorizada, Béatrice se decidió por peregrinar a la aldea bosnia de Medjugorje, sin que las complicaciones administrativas o la posible pérdida de trabajo le importasen.
«Ir en peregrinación fue un acto de fe. Todavía no teníamos residencia permanente y si Béatrice abandonaba el país, era posible que a la vuelta no se le permitiera el acceso. En este caso, perdería su trabajo. Ella se fue. Cuando regresó, en vez de tener problemas, le dieron la residencia. La consiguió antes que yo», explica él.
Pero en su caso, por la mentalidad en que había sido criado, Mikaël no iba a aceptar la fe hasta que no estuviese convencido por completo. Y si algo se lo dificultaba especialmente, eran los milagros, pues aunque «caminaba en la fe con Dios, tenía dificultades con Jesús. No me gustaba cuando se volvía sobrenatural. Todavía no entendía el lado divino [de Jesús]».
Él decidió leer e investigar todo lo que el tiempo se lo permitiese, como si debiese resolver el misterio por sí solo, acudía a oraciones, meditaciones, con un sacerdote… Y todo acabó siendo «como una certeza que llega».
Restaurados: una conversión, un matrimonio y una hija
Fue precisamente en la capilla, cuando se sorprendió ante su propia oración: «Te digo que no quiero seguirte, aunque hable contigo y me guste venir a verte«. Incapaz de continuar con ese razonamiento, se dio por vencido. «Tú ganas, ¿por qué rechazar algo que creo que es bueno», pensó.
En ese momento, en invierno de 2015, Mikaël orquestó todo para bautizarse, lo que sucedería en Pascua del mismo año.
«Fue como si el fuego recibiera más oxígeno. Realmente vi la diferencia entre el antes y el después y me comprometí completamente, con alegría», recuerda de su bautismo.
Tras 16 años juntos y con la gracia obrando en su matrimonio, ella admite sin dudar que están «más unidos». Algo a lo que también contribuyó la llegada de su hija Clara, enferma de Síndrome de Down, hace cuatro años y tras dos abortos espontáneos.
«Clara me salvó de mis prejuicios, de mi forma de mirar a Dios. Ahora miro al ser humano mucho más con el alma que con el cuerpo, mientras que antes para mí era muy importante la apariencia», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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