15/11/2024

Ayaan Hirsi Ali, la Voltaire negra, diva del Nuevo Ateísmo, explica por qué ahora es cristiana

Ayaan Hirsi Ali, ex-musulmana, atea muchos años ubicada en el Nuevo Ateísmo de Dawkins y Hitchens, famosa por sus críticas a Mahoma y al islamismo, escritora hoy afincada junto a la muy ‘woke’ Universidad de Stanford (California), antiguamente diputada en Holanda, ha declarado, y luego detallado en un artículo en Unherd que ahora, el día que cumple 53 años, es cristiana y va a la iglesia cada domingo.

No ha especificado en qué denominación cristiana practica la fe. Su esposo desde 2011, el historiador escocés Niall Ferguson, explicaba en 2021 que él fue educado en el ateísmo, «en un contexto ético calvinista, aunque sin Dios», pero que defiende que el cristianismo es bueno y necesario para proteger a la civilización de muchos horrores. 

Esta argumentación de que los retos del mundo necesitan del cristianismo la da también su esposa Ayaan en su artículo de Unherd del 13 de noviembre titulado «Por qué ahora soy cristiana«. 

Es un artículo peculiar, porque argumenta muy bien a favor del cristianismo como factor de bien en el mundo, especialmente frente al Islam, los totalitarismos, y «la expansión viral de la ideología woke, que está devorando la fibra moral de la nueva generación», pero no menciona a Jesús en persona, aunque en una ocasión menciona «la enseñanza de Cristo». 

«No sería fiel a la verdad si atribuyera mi aceptación del cristianismo sólo a entender que el ateísmo es una doctrina demasiado débil y divisiva para fortalecernos contra nuestros amenazadores enemigos. También he acudido al cristianismo porque al final he visto que la vida sin un consuelo espiritual es insoportable, de hecho, cercana a lo autodestructivo. El ateísmo fracasa a la hora de responder una pregunta sencilla: ‘¿cuál es el significado y propósito de la vida?«

En este vídeo, de hace unos meses, Ayaan explica en qué se parecen, y como se apoyan la ideología woke y el Islam, según lo ve ella.

Reacciones de anticristianos, y de cristianos exigentes

Enseguida han resonado voces comentando el artículo. Los anti-cristianos se escandalizan porque aseguran que el cristianismo es muy malo con las mujeres y los homosexuales. Se lo dicen a una africana que sufrió ablación genital de niña y que ha recibido el primer Premio Simone de Beauvoir «por la libertad de las mujeres» en 2008 (y el Premio a la Tolerancia de la Comunidad de Madrid en 2005).

Algunos ateos, sobre la pregunta del «sentido y propósito de la vida», responden que no tiene ninguno y que es una ‘blanda’ por no aceptar esa dura ‘realidad’. (En realidad, estudios y sondeos indican que sólo 1 de cada 3 no creyentes dice que la vida no tiene ningún sentido).

Y luego hay voces cristianas señalando que convertirse por razones instrumentales (el cristianismo es útil para el bien, y me da consuelo espiritual) no es una conversión muy profunda.

Pero la misma Ayaan escribe que apenas está empezando un camino (algo que han reconocido miles y miles de conversos cuando empiezan a dar pasos en la fe). «Por supuesto, aún tengo mucho que aprender sobre el cristianismo. Descubro un poco más en la iglesia cada domingo. Pero he reconocido, en mi larga travesía por un desierto de miedo y duda de mí misma, que hay una forma mejor de afrontar los retos de la existencia que lo que el islam o la increencia tenían que ofrecer».

Una mujer valiente

Queda por ver si declararse cristiana dificultará el trabajo de su Fundación AHA por los derechos de las mujeres  (contra matrimonios forzados y ablación genital, por ejemplo) y la libertad de expresión. Pero Ayaan no se achantará ante las críticas, ha demostrado su valor y ha sido amenazada de muerte muchas veces.

Hay que insistir en la relevancia de su figura. En un artículo hace 8 años en XLSemanal la definían como «la Salman Rushdie holandesa» y «la Voltaire negra que se vio obligada a vivir oculta».

Aseguraba que perdió la fe musulmana con los atentados de las Torres Gemelas de 2001. En enero de 2003 criticó a Mahoma y desde entonces vive amenazada.

Cuando avisó de que el Islam violento llegaría a Europa, la llamaron racista. Criticó la ingenuidad de muchos intelectuales. En 2004, un hijo de marroquíes mató a disparos a su amigo el cineasta Theo Van Gogh en Holanda, no consiguió acabar de cortarle la cabeza y le clavó en el pecho un cuchillo con una carta amenazando a Ayaan. Holanda y Europa se horrorizaron. Luego llegarían más matanzas: Charlie Hebdo y Bataclán en París, los atentados de Londres, Niza, Estocolmo, Manchester, Barcelona…

Para el Nuevo Ateísmo, con quien compartió cartel en muchos actos y congresos, es una pérdida importante: una intelectual negra, africana, mujer, que rompía la imagen del movimiento de ser cosa de hombres blancos occidentales. Ahora la intelectual negra con premios de defensa a la mujer apuesta por el cristianismo.

***

¿Por qué ahora soy cristiana?

por Ayaan Hirsi Ali, noviembre de 2023, traducción de extractos por ReligionEnLibertad

En 2002 descubrí una conferencia de Bertrand Russell titulada ‘Por qué no soy cristiano’. No se me pasó por la mente, al leerla, que un día, casi un siglo después de que él la pronunciara en la rama del sur de Londres de la National Secular Society, yo me vería impulsada a escribir un ensayo precisamente con el título opuesto.

[…]

Cuando leí la conferencia de Russell, sentí que aliviaba mi disonancia cognitiva. Era un alivio adoptar una actitud de escepticismo hacia la doctrina religiosa, rechazar mi fe en Dios y declarar que tal entidad no existía. Lo mejor de todo, podía rechazar la existencia del infierno y el peligro del castigo eterno.

La afirmación de que la religión se basa sobre todo en el miedo encontró eco en mí. Yo había vivido demasiado tiempo aterrorizada por los terribles castigos que me esperaban. Aunque había abandonado todas las razones racionales para creer en Dios, el miedo irracional al infierno aún permanecía. La conclusión de Russell llegaba como una especie de alivio: ‘Cuando muera, me pudriré».

Para entender por qué me hice atea hace 20 años, antes tenéis que entender el tipo de musulmana que había sido. Era adolescente cuando los Hermanos Musulmanes entraron en mi comunidad en Nairobi, Kenia, en 1985. Creo que antes de venir ellos, yo nunca había entendido la práctica religiosa. Aguantaba los rituales de abluciones, oración y ayuno como tediosos y sin sentido.

Los predicadores de los Hermanos Musulmanes lo cambiaron. Articulaban una dirección, un camino recto. Un propósito: trabajar para ser admitidos en el paraíso de Alá tras la muerte. Un método: el manual de instrucciones del Profeta sobre qué hacer y no hacer, lo halal y lo haram. Como detallados suplementos al Corán, los hadices deletreaban como poner en práctica la diferencia entre el bien y el mal, lo correcto y lo erróneo, Dios y el mal.

[…]

La alternativa, complacerse en los gozos del mundo, era merecer la ira de Alá y ser condenado a una vida eterna en el fuego del infierno. Algunos de esos «gozos mundanales» que criticaban era leer novelas, escuchar música, bailar e ir al cine, todo lo cual me avergonzaba admitir que me encantaba.

La característica más impactante de los Hermanos Musulmanes era su habilidad para transformarme a mí, y a mis compañeros adolescentes, de creyentes pasivos a activistas, casi de la noche a la mañana. No sólo decíamos cosas o rezábamos por ellas: hacíamos cosas.

Como chicas, aceptábamos el burka y juramos rechazo a la moda occidental y el maquillaje. Los chicos cultivaban su vello facial al máximo. Vestían ropa blanca, como los vestidos tawb usados en países árabes, o recortaban sus pantalones sobre los tobillos. Operábamos en grupos y éramos voluntarios en servicios de caridad a los pobres, viejos, discapacitados y débiles. Pedíamos a otros musulmanes que oraran y a los no musulmanes que se convirtieran al Islam.

[…]

Se nos decía en términos claros que no podíamos ser leales a Alá y Mahoma y a la vez mantener amistad y lealtad a los no creyentes. Si explícitamente rechazaban nuestras invitaciones al Islam, debíamos odiarles y maldecirles.

Aquí, un odio especial se reservaba para cierto grupo de no creyentes: los judíos. Maldecíamos a los judíos varias veces al día y expresábamos horror, asco e ira por la letanía de ofensas que supuestamente habían cometido. habían traicionado a nuestro Profeta, habían ocupado la Mezquita Santa de Jerusalén, continuaban dispersando corrupción del corazón, la mente y el alma.

[…]

La religión, decía Russell, estaba enraizada en el miedo. «El miedo es la base de todo el asunto, miedo de lo misterioso, miedo de la derrota, miedo de la muerte».

Como atea, pensé que perdería ese miedo. Encontré un círculo de amigos completamente nuevo, tan distinto de los predicadores de Hermanos Musulmanes como se pueda imaginar. Cuanto más tiempo pasaba con ellos, con gente como Christopher Hitchen y Richard Dawkins, con más confianza sentía que hice la elección correcta.

Porque los ateos eran listos. Y también eran muy divertidos.

¿Qué cambió? ¿Por qué ahora digo que soy cristiana?

Parte de la respuesta es global. La civilización occidental está bajo amenaza de tres fuerzas distintas pero relacionadas:

– el resurgir del autoritarismo y el expansionismo de gran poder, en las formas del Partido Comunista Chino y la Rusia de Vladimir Putin;
– el crecimiento del Islamismo global, que amenaza con movilizar a una gran población contra Occidente;
– la difusión viral de la ideología woke, que está devorando la fibra moral de la siguiente generación.

Intentamos frenar estas amenazas con herramientas modernas, seculares: esfuerzos militares, económicos, diplomáticos y tecnológicos para derrotar, sobornar, persuadir, apaciguar o vigilar. Y aún así en cada ronda del conflicto vemos que perdemos terreno. O nos quedamos sin dinero, con una deuda nacional de decenas de trillones de dólares, o perdemos el liderazgo en la carrera tecnológica con China.

Pero no podemos combatir a estas fuerzas formidables a menos que podamos responder a la pregunta, ¿qué es lo que nos une? La respuesta de que «Dios está muerto» parece insuficiente. También lo es el intento de encontrar consuelo en el «orden internacional liberal basado en reglas».

La única respuesta creíble, creo yo, descansa en nuestro deseo de defender el legado de la tradición judeocristiana.

Ese legado consiste en un elaborado conjunto de ideas e instituciones diseñadas para proteger la vida humana, la libertad y la dignidad, desde el Estado nación y el imperio de la ley a las instituciones de la ciencia, la salud y el aprendizaje.

Como ha mostrado Tom Holland en su maravilloso libro ‘Dominion’, todo tipo de libertades aparentemente seculares -de mercado, de conciencia y de prensa- tienen sus raíces en el cristianismo.

Y así he llegado a darme cuenta de que a Russell y mis amigos ateos los árboles no les dejan ver el bosque. El bosque es la civilización construida en la tradición judeocristiana. Es la historia de Occidente, aunque sea con verrugas. La crítica de Russell a las contradicciones de la doctrina cristiana es seria, pero también demasiado estrecha de miras.

[…]

Para mí, la libertad de conciencia y de expresión es quizá el mayor beneficio de la civilización occidental. No ha llegado al hombre de manera natural. Es el producto de siglos de debate entre comunidades judías y cristianas. Son estos debates los que hicieron avanzar la ciencia y la razón, disminuyeron la crueldad, suprimieron supersticiones y construyeron instituciones para ordenar y proteger la vida, a la vez que garantizaban libertad al máximo de gente posible.

Al contrario que el Islam, el cristianismo creció por encima de su estado dogmático. Cada vez fue más claro que la enseñanza de Cristo implicaba no solo un papel delimitado para la religión como algo separado de la política. También implicaba compasión por el pecador y humildad para el creyente.

Pero no sería fiel a la verdad si atribuyera mi aceptación del cristianismo solo a darme cuenta de que el ateísmo es una doctrina demasiado débil y divisiva para fortalecernos frente a nuestros amenazadores enemigos. He acudido al cristianismo porque al final veo que la vida sin consuelo espiritual alguno es insoportable, de hecho, casi autodestructiva.

El ateísmo falla a la hora de responder una pregunta sencilla: «¿cuál es el significado y propósito de la vida?»

Russell y otros activistas ateos creían que con el rechazo de Dios entraríamos en una era de razón y humanismo inteligente. Pero ‘el agujero con forma de Dios’, el hueco dejado al retirarse la iglesia, lo ha llenado una jerigonza de dogma irracional casi religioso.

El resultado es un mundo donde sectas modernas depredan sobre masas descolocadas, ofreciéndoles razones espurias de ser y actuar, sobre todo mediante el teatrillo de señalar virtud a costa de una minoría victimizada o nuestro planeta supuestamente condenado.

La frase que a menudo se atribuye a G.K.Chesterton se ha convertido en profecía: «Cuando los hombres deciden no creer en Dios, no pasan a no creer en nada, sino que son capaces de creer en cualquier cosa».

En este vacío nihilista, el reto para nosotros es de civilización.

No podemos resistir a China, Rusia e Irán si no podemos explicar a nuestra población por qué es importante lo que hacemos. No podemos luchar contra la ideología woke si no podemos defender la civilización que está decidida a destruir. Y no podemos contrarrestar el islamismo con herramientas puramente seculares.

Para ganar los corazones y mentes de musulmanes aquí en Occidente, tenemos que ofrecerles algo más que vídeos de TikTok.

La lección que aprendí de mis años con los Hermanos Musulmanes fue el poder de una historia unificadora, incrustada en los textos fundacionales del Islam, para atraer, implicar y movilizar a las masas musulmanas. A menos que ofrezcamos algo así de significativo, temo que la erosión de nuestra civilización continuará. Y, afortunadamente, no hay necesidad de buscar mezclas new-age de medicación y mindfulness. El cristianismo lo tiene todo.

Por eso ya no me considero una apóstata musulmana, sino una ex-atea.

Por supuesto, aún tengo mucho que aprender sobre el cristianismo. Descubro un poco más en la iglesia cada domingo. Pero he reconocido, en mi larga travesía por un desierto de miedo y de duda de mí misma, que hay una forma mejor de afrontar los retos de la existencia que la que el islam o la increencia pueden ofrecer.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»