El arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, presidió este martes en la catedral de la Almudena de Madrid una misa por las víctimas y afectados de la gota fría del pasado 29 de octubre, eucaristía que concelebraron 107 obispos españoles congregados para su Asamblea Plenaria, y el nuncio en España, Bernardito Auza, junto a numerosos sacerdotes. Una imagen de la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia, presidió la celebración.
Además de esta plegaria, todas las parroquias de España celebrarán una colecta en las misas del próximo domingo 24 que irá destinada a los damnificados por las inundaciones.
Al acto litúrgico acudieron representantes de otras comunidades religiosas, cristianas y no cristianas, así como autoridades políticas y militares. Entre otros: la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; el alcalde de la Villa y Corte, José Luis Martínez-Almeida; la directora general de Libertad Religiosa, Mercedes Murillo, en representación del Gobierno; la directora general de la Guardia Civil, Mercedes González; el director general de la Policía Nacional, Francisco Pardo; y el general jefe de la Unidad Militar de Emergencias, Javier Marcos.
Desde la fe
En su homilía, monseñor Benavent recordó a todos los afectados, no solo de Valencia sino también de Letur (Albacete), Mira (Cuenca) y Málaga: «Son acontecimientos que nos han consternado a todos y que estamos llamados a vivir desde la fe«.
Interior de la catedral de la Almudena durante la celebración. Foto: Infomadrid.
«Desearía que la presencia y la oración de todos los obispos que hoy nos hemos reunido para celebrar esta eucaristía ayudaran a todos los que sufren alguna consecuencia de estas inundaciones», añadió, «y especialmente a quienes han perdido algún ser querido, a sobrellevar con más esperanza estos momentos, a mitigar el terrible sufrimiento que están pasando».
El prelado destacó la «experiencia de solidaridad» vivida en la tragedia, que «ha sacado a la luz lo mejor que hay en el corazón del ser humano: ha habido personas que en las horas más dramáticas han arriesgado su vida para salvar la de los demás; hemos visto la solidaridad de asociaciones e instituciones, entre las que hay que mencionar a la Iglesia, que han ofrecido sus locales e instalaciones para acoger a los afectados y ofrecerles lo que necesitaban en los primeros momentos; el testimonio de los miles y miles de voluntarios, muchos de ellos jóvenes que, de una manera espontánea, se han ofrecido para ayudar a los afectados; la profesionalidad de los cuerpos de seguridad y de todos los servidores públicos venidos de toda España, que no se han limitado a realizar su trabajo, sino que lo han hecho con un auténtico espíritu de servicio y entrega«.
La esperanza es Cristo y la vida eterna
El arzobispo de Valencia puso como modelo y consuelo los sufrimientos de Cristo, porque «nadie como Él ha compartido los sufrimientos de la humanidad» y porque «no hay ningún dolor humano que Él no haya experimentado en sí mismo, en su propia carne. Acerquémonos a Él con la confianza de saber que Él es quien mejor comprende el dolor de los que sufren»: «No dudéis de que Cristo también está junto a vosotros«, añadió, dirigiéndose a sus feligreses.
La solidaridad cristiana inspirada en «los mismos sentimientos de Cristo… pone a la persona que sufre en el centro de su acción y se olvida de él mismo y de sus intereses», pero no se limita a «compartir el dolor» sino, «ante todo», a «compartir la esperanza«. Así lo han hecho quienes, con sus «gestos», han «sembrado esperanza» porque las víctimas «se han sentido queridas, se ha aliviado su soledad y su tristeza, han experimentado en ellos una mano amiga».
«Ahí han estado muchos jóvenes y adultos cristianos movidos por un compromiso de fe«, señaló don Enrique, y gracias a ellos el anuncio de la esperanza cristiana se hace más creíble. Por todo esto debemos dar gracias a Dios. También ha habido otros, movidos por otras motivaciones. También nos alegramos por ello, porque nos hemos de alegrar de todo el bien que se hace, venga de donde venga y porque nos hemos sentido verdaderamente hermanos de todos».
Algunos de los obispos concelebrantes. La asamblea plenaria de la conferencia episcopal está teniendo lugar estos días en Madrid. Foto: Infomadrid.
Por último, y antes de implorar la protección de la Madre de los Desamparados monseñor Benavent reiteró que «los cristianos no podemos ocultar que nuestra esperanza tiene un nombre: Cristo«, cuyo amor se ha hecho presente «acercándose a todo ser humano necesitado de salvación, que somos todos, y abriendo nuestra vida a una esperanza de vida eterna«.
Por eso, «la experiencia que hemos vivido nos debería llevar a reflexionar sobre los valores en los que se sustenta nuestra vida y a reconocer nuestra pobreza… A menudo el mundo nos hace creer que somos ricos, porque estamos orgullosos de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que conseguimos, de lo que hacemos; a menudo nuestro mundo nos hace creer tanto en nosotros mismos que nos incapacitamos para creer en Dios. Y eso no es verdad. Solo el amor de Cristo es el tesoro que nos da la verdadera alegría. El encuentro con el Señor y con su amor, en cualquier circunstancia de la vida, puede convertirse en un acontecimiento de gracia, porque puede ayudarnos a reconocer nuestra pobreza y nuestra pequeñez y a encontrar la alegría en el Señor».
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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