13/11/2024

Bud Spencer y Terence Hill: el éxito eterno de dos hombres de fe que hacían reír a puñetazo limpio

Bud Spencer y Terence Hill son tan actores italianos como legendarios vaqueros del Far West, tienen un museo en Berlín y una estatua en Budapest. En todo el mundo se les quiere. Muchos fueron al cine a ver sus películas con sus padres y las ven ahora en la televisión con sus hijos. Daban puñetazos sin odio y hacían reír limpiamente. Eran, además, dos hombres de fe

En su número 244 (noviembre de 2024), Il Timone ha dedicado a la inmortal pareja cinematográfica sendos artículos de Mauro Mazza y Samuele Pinna, que reproducimos a continuación.

El «eterno» éxito de Bud y Terence (por Mauro Mazza)

El reel (así se llama técnicamente) obtuvo 230.000 visitas en poco más de un mes. Se hizo viral, como dicen los expertos en redes sociales. Un amigo me dijo: «Las visualizaciones serán muchas, sobre todo de los apasionados de la pareja».

Ocurrió que en Berlín, donde me encontraba por negocios antes de la Buchmesse (Feria del Libro) de Frankfurt, me topé con el «museo» dedicado a Bud Spencer y Terence Hill. Se encuentra en Unter den Linden, la avenida más importante de la capital alemana, famosa para lo bueno (tras la caída del Muro) y para lo malo (fue la avenida de las manifestaciones nazis). Al ver los dos escaparates con sus grandes caras, no pude resistirme. Y grabé un breve vídeo para mi página de Instagram. Ha sido un boom.

Mauro Mazza, a las puertas del Spencer Hill World de Berlín.

Pero, ¿cómo es posible que el mito de la pareja Bud/Terence perdure? ¿Qué es lo que atrae a jóvenes y mayores que acuden cada día a esos locales de Berlín para visitar el reconstruido plató de Trinidad, hacerse un selfie junto a las estatuas de cera de los dos actores o incluso simplemente para comprar una lata de judías, de esas que gustan incluso a los ángeles?

Pueblo y élites

Es un fenómeno que merece una reflexión. En un mundo que todo lo devora rápidamente, que consume y olvida pronto a artistas, actores y cantantes que parecían eternos, ¿por qué estos dos resisten la prueba del tiempo? Y hay que decir que cuando sacaban películas, una tras otra, a razón de dos/tres al año, se confirmaban regularmente como campeones de taquilla en el cine, pero siempre eran ignorados o despreciados por la crítica.

Hay que señalar que en las últimas décadas del siglo pasado, las reglas de la casa eran las mismas que hoy. Entonces como ahora, esos críticos sabelotodo se exaltaban por las películas de gran compromiso político-social (las que tenían un «mensaje» que inculcar a la gente) y no consideraban dignas de atención las películas de Bud y Terence. Sin embargo, la saga de Trinidad fue un superéxito de taquilla y habría estado bien prestar atención a esos dos. Para no perder el sentido de la realidad. Para comprender los gustos del público. Para captar los sueños y las necesidades de una cultura realmente popular.

A quienes aún albergan dudas, les aconsejaría que compararan el número de telespectadores que siguen disfrutando -por enésima vez- de películas como …Y si no, nos enfadamos con los (muy pocos) que el pasado septiembre decidieron ver el estreno televisivo de la última película de Nanni Moretti…  el mismo autor/actor que en Ecce Bombo hizo gritar a su alter ego, a modo de insulto al público italiano: «¡Alberto Sordi, te lo mereces!». (Hablando de lo que gusta y lo que no gusta…)

Una escena icónica del cine italiano: en ‘Ecce Bombo’ (1978) de Nanni Moretti, el protagonista, miembro de una generación de jóvenes burgueses ficticiamente ‘comprometidos’ -como denuncia la película- acusa a un cliente del bar de no posicionarse políticamente ‘como si estuviésemos en una película de Alberto Sordi’, actor cómico de gran éxito acusado así por Moretti de dicha falta de compromiso político (izquierdista, obviamente).

Sin embargo, no es difícil comprender lo que distingue a la cultura popular de la pedantería propia de la élite: en la cultura, en el espectáculo y en la política. El público reconoce la autenticidad de lo que se le ofrece. Elige una historia y, si le gustan los ingredientes, la premia. Prefiere las historias sencillas y auténticas. Si va al cine, no quiere enfrentarse a una visión-del-mundo; mucho mejor unas buenas carcajadas. Una cosa más: el público detesta (¿por qué culparlo?) a quienes desprecian sus gustos, sus pasiones genuinas, su sencillez.

Simple humanidad

Aquellos dos gustaban y siguen gustando porque sus historias rebosan humanidad. Terence Hill corteja a las chicas guapas, pero no las toca ni con un dedo y mucho menos las besa o va más allá… Bud odia que le molesten o le malinterpreten y cuando tiene que hacerlo, lanza puñetazos a diestro y siniestro. Debe de estar convencido de que, para la gente malintencionada, sus puñetazos son más eficaces que las charlas. Pero es tranquilo, imperturbable, porque esas peleas no hacen daño (como mucho rompe sillas y mesas en el saloon); de hecho, los dobles se vuelven a levantar para recibir más puñetazos. Y todo el mundo se ríe a carcajadas.

Arrancar la cizaña a golpes es una forma distinta de evangelizar: Bud Spencer y Terence Hill en ‘Dos misioneros’ (Franco Rossi, 1974).

Luego están los factores humanos que convierten en inmortales esas películas. ¿Cuántos, hoy, de los que tienen entre cincuenta y sesenta años, vieron Trinidad en el cine de la mano de sus padres? ¿Y cuántos volvieron a verlas por televisión con sus hijos, que mañana harán lo mismo con los suyos?

La conquista del Este

He hablado de Berlín. Desde allí se desplazará hacia la región de Romaña para preparar un evento el próximo verano: un festival dedicado, con visitas entre los recuerdos durante el día y, por la noche, con las películas de la pareja proyectadas al aire libre. Después está Budapest, donde en una pequeña plaza, no lejos del centro, hay una estatua de Bud Spencer.

En 2017 se inauguró en Budapest una estatua homenaje a Bud Spencer (Carlo Pedersoli), que descubrieron sus dos hijas (tiene también un hijo). En el pedestal, inscrita en húngaro, una frase de su compañero Terence Hille: «Nunca nos hemos peleado».

En Hungría es un mito muy querido. En 2018, en la capital húngara, los hermanos De Angelis (los Oliver Onions) celebraron un concierto en su memoria, ante 12.000 personas entusiastas que aplaudían y cantaban las bandas sonoras de sus películas más amadas. Es cierto que, durante los años del comunismo en Hungría, las películas de Trinidad eran los únicos westerns que el régimen permitía proyectar. Pero esto no basta para explicar un éxito tan arraigado y duradero. Había (y hay) más.

El camino hacia la alegría

Consideramos a Bud Spencer la versión moderna del clásico forzudo todo músculos y barriga, el héroe intrépido y gentil que hace triunfar la justicia con sus maneras bruscas pero no violentas. Es el gigante amable en el que todos confían, pero al que es mejor no contradecir. Gigante, encárgate tú…

Lo mismo puede decirse de Terence Hill. En las películas de la pareja -antes de convertirse en el Don Matteo de la serie de televisión- era el clásico personaje astuto y sagaz, menos rudo que su compañero pero más guapo, a su manera fascinante. Juntos, pocas palabras (los guiones eran ajustados, el resto se dejaba al instinto y la improvisación) y muchos golpes y bofetadas para restablecer el orden. Eran tan buenos a la hora de pegar, esos dos, como para conseguir el máximo sin hacerle daño a nadie ni derramar una sola gota de sangre.

Terence Hill es el sacerdote-detective Don Matteo en la serie de la RAI que desde 1998 suma ya casi trescientos episodios. La decimocuarta temporada se estrenó el pasado mes de octubre. 

La indiferencia y el ostracismo hacia ellos sólo cesaron en 2010, cuando -a buena hora- los señores del cine italiano decidieron concederles el David di Donatello honorífico. Bud y Terence aparecieron en el escenario elegantísimos, con sus esmóquines.

Bud Spencer y Terence Hill recibieron en 2010 el Premio David de Donatello, que entrega la Academia del Cine Italiano.

Le tocó a Tullio Solenghi leer la motivación escrita por el director Ermanno Olmi, que disfrutaba del momento en primera fila. La suya era una «carta de disculpas por haber separado el cine de calidad, el de puntos y asteriscos» otorgados por la crítica, del cine «de consumo». Olmi se declaró «convencido de que no sólo la cultura o la belleza salvarán al mundo, sino que podremos escapar al declive de la civilización si sabemos practicar el camino de la alegría«. Porque «una carcajada bella, refinada y sincera es también por derecho propio una obra de arte, que es buena para el espíritu, para la cultura y también para la salud». Sí, realmente nos merecemos a Bud y Terence.

* * *

Una verdadera amistad para una fe común (por Samuele Pinna)

Terence Hill (Mario Girotti, n. 1939) y Bud Spencer (Carlo Pedersoli, 1929-2016) fueron dos actores legendarios que supieron regalar alegría con sus películas, creando una armonía única y expresando aquello en lo que creían: los niños, los ancianos y las mujeres estaban a salvo de los «malos», también porque, como señalaba Bud, «las bofetadas llegaban donde las palabras y las oraciones no servían de nada«.

La suya era una amistad verdadera, aunque discreta, como recuerda Maria Amato, la mujer de Carlo: «Entre ellos había comprensión, respeto mutuo, ausencia de envidia. Ambos eran creyentes y anteponían el valor de la familia a todo lo demás. No eran sólo compañeros». El cariño mutuo que siempre se expresaban era profundo y lleno de aprecio por la vida del otro, no por simple afinidad o simpatía, sino porque daban testimonio de esos valores que les pertenecían a ambos: «Cada año», dice Terence, «cuando volvíamos al plató para rodar una nueva película, Bud siempre decía: ‘Es como volver al colegio‘. Creo que con esas palabras también quería decir: ‘Y volver a ver a mi compañero, mi mejor amigo'».

Si Bud repetía a menudo que eran una de las pocas parejas de cine que nunca había peleado, Terence confirmaba que siempre se habían «respetado y querido». Este vínculo marcó sus vidas, en las que la fe desempeñó un papel importante: «He hecho muchas cosas», afirmó Bud, «pero sin Dios no habría hecho nada. Estoy muy agradecido al Cielo».

[Lee en ReL: Muere Bud Spencer, hombre de fe, familiar y provida: «Soy católico, el hombre sin Dios no es nada»]

Lo mismo ocurre con Terence, que declaró: «Cuando pienso en mi carrera, digo: ‘Gracias, Dios‘». Este es otro punto en común de la pareja, en el que su creencia en Jesucristo les ha llevado a prescindir de las cosas del mundo. «Soy católico practicante», dijo Terence: «En el pasado, sobre todo cuando vivía en Estados Unidos, tomé decisiones profesionales que muchos consideraron una locura. Renuncié a mucho dinero, pero era feliz porque las madres me paraban por la calle y me decían: ‘Sigue así, al menos podemos llevar a nuestros hijos al cine sin miedo a sorpresas desagradables‘».

Bud también rechazó varias propuestas por «decencia», como cuando Fellini lo quiso en Satyricon (1969), en una escena en la que debía aparecer completamente desnudo en una bañera. Aunque pasó por «loco», había comprendido que era necesario poner en primer lugar algo más, hasta el punto de reconocer: «La fe me hace falta. Creo en Dios, eso es lo que me salva. Y rezo. ¿Que por qué? Porque cada vez reconozco con más fuerza que lo que antes para mí tenía un gran valor, en realidad no es nada. El deporte, donde quería tener éxito, la popularidad. Los que se enorgullecen de estas cosas, los que sólo persiguen el éxito, la fama, son idiotas».

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»