Diciendo que María es la Inmaculada decimos de ella dos cosas, una negativa y una positiva: negativamente, que ha sido concebida sin la «mancha» del pecado original; positivamente, que ha llegado al mundo llena ya de toda gracia. En esta palabra está la explicación de todo lo que María es. El Evangelio de la fiesta lo subraya haciendo que volvamos a escuchar la palabra del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 26-38).
La palabra gracia tiene dos significados. Puede significar favor, perdón, amnistía, como cuando decimos de un condenado a muerte que ha obtenido gracia. Pero puede significar también belleza, fascinación, amabilidad. El mundo de hoy conoce bien este segundo sentido de gracia, es más, el único que conoce.
También en la Biblia gracia tiene estos dos significados. Indica ante todo y primariamente el favor divino gratuito e inmerecido que, en presencia del pecado, se traduce en perdón y misericordia; pero indica después también la belleza que se deriva de este favor divino, lo que llamamos el estado de gracia.
En María hallamos estos dos significados de gracia. Ella es «llena de gracia» ante todo porque ha sido objeto de un favor y de una elección únicos; ella ha sido también «agraciada», esto es, salvada gratuitamente por la gracia de Cristo. (¡Ella fue preservada del pecado original, «en previsión de los méritos de Cristo»!) Pero es «llena de gracia» también en el sentido de que la elección de Dios la ha hecho resplandeciente, sin mancha, «toda bella [tota pulchra]», como le canta la Iglesia en esta fiesta.
Si la Inmaculada Concepción es la fiesta de la gracia y de la belleza, ésta tiene algo importantísimo que decirnos hoy. La belleza nos toca a todos, es uno de los alicientes más profundos de la acción humana. El amor por ella nos une a todos. «El mundo será salvado por la belleza», dijo Dostoievski. Pero debemos añadir inmediatamente, el mundo también puede perderse por la belleza.
¿Por qué tan frecuentemente la belleza se transforma en una trampa mortal y en causa de delitos y de lágrimas amargas? ¿Por qué muchas personificaciones de la belleza, a partir de la Helena de Homero, han sido causa de enormes lutos y tragedias y muchos modernos mitos de belleza (el último el de Marilyn Monroe) acabaron de forma tan triste?
Pascal dice que existen tres órdenes de grandeza, o categorías de valores, en el mundo: el orden de los cuerpos y de las cosas materiales, el orden de la inteligencia y del genio, y el orden de la bondad o santidad. Pertenecen al primer orden la fuerza, las riquezas materiales; pertenecen al segundo orden el genio, la ciencia, el arte; pertenecen al tercer nivel la bondad, la santidad, la gracia.
Entre cada uno de estos niveles y el sucesivo hay un salto de calidad casi infinito. Al genio no quita ni pone nada el hecho de ser rico o pobre, bello o feo; su grandeza se sitúa en un plano diferente y superior. De la misma forma, al santo no añade ni quita nada el hecho de ser fuerte o débil, rico o pobre, un genio o un iletrado: su grandeza se sitúa en un plano diferente e infinitamente superior. El músico Gounod decía que una gota de santidad vale más que un océano de genio.
Todo lo que Pascal dice de la grandeza en general, se aplica también a la belleza. Existen tres tipos de belleza: la belleza física o de los cuerpos, la belleza intelectual o estética, y la belleza moral y espiritual. Igualmente aquí entre un plano y el sucesivo hay un abismo.
La belleza de María Inmaculada se sitúa en el tercer plano, el de la santidad y de la gracia, más aún, constituye su vértice, después de Cristo. Es belleza interior, hecha de luz, de armonía, de correspondencia perfecta entre la realidad y la imagen que tenía Dios al crear a la mujer. Es Eva en todo su esplendor y perfección, la «nueva Eva».
¿Es que los cristianos despreciamos o tenemos miedo de la belleza, en el sentido ordinario del término? En absoluto. El Cantar de los Cantares celebra esta belleza en la esposa y en el esposo, con entusiasmo insuperado y sin complejos. También ella es creación de Dios, es más, la flor misma de la creación material. Pero decimos que ella debe ser siempre una belleza «humana», y por ello reflejo de un alma y de un espíritu. No puede ser abajada al rango de belleza puramente animal, reducida a puro reclamo para los sentidos, a instrumento de seducción, a sex appeal. Sería deshumanizarla.
Todos podemos hacer algo para entregar a las generaciones que vendrán un mundo un poco más bello y limpio, si no de otra forma eligiendo bien lo que dejamos entrar en nuestra casa y en nuestro corazón, a través de las ventanas de los ojos. Aquello que fue para María el punto de partida en la vida es para todo creyente el punto de llegada. También la Iglesia de hecho está llamada a ser un día «sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada» (Ef 5, 27).
Tomado de Homilética.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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