Hace 25 años decían que había que investigar con embriones humanos para hacer milagros médicos. Era inmoral, pero cualquiera que plantease objeciones era sometido a escarnio público. Cuando en 2001 George W. Bush prohibió la financiación pública de dichos experimentos, se convirtió en un motivo de ataque político, cuyo gran alcance él mismo detalla en sus memorias Decision points.
Un cuarto de siglo después, sabemos que toda aquella destrucción de embriones no sirvió de nada para la ciencia, no dio frutos.
Un artículo de E. C. Tarne publicado el 30 de octubre de 2023 en el portal del Instituto Lozier aborda esta cuestión. Se titula Human Embryonic Stem Cell Research 25 Years On y Sabina Frendimara ofrece una síntesis en el portal provida italiano Provita&Famiglia.
Es importante saber qué sentido tiene crear bebés en un laboratorio y luego desmembrarlos para que «progrese» la «ciencia».
Células madre embrionarias: 25 años de experimentos, cero resultados
Actualmente apenas se oye hablar de la investigación con células madre embrionarias humanas (hESC, por sus siglas en inglés: «human Embryonic Stem Cell«), pero hace veinticinco años, cuando un grupo de científicos estadounidenses las aisló por primera vez, estuvieron en el centro del debate político y científico de Estados Unidos.
Su capacidad para diferenciarse a medida que el embrión crece y convertirse en parte constituyente de todos los órganos y tejidos necesarios para su desarrollo les valió el sobrenombre de «pluripotentes«, y los investigadores vislumbraron en esta peculiaridad posibles aplicaciones beneficiosas en el campo de la regeneración celular: «La lista de posibles usos terapéuticos es casi interminable«, afirmaba en 1999 Lawrence Goldstein, profesor de farmacología de la Universidad de California en San Diego.
Las perspectivas optimistas de curación de la enfermedad de Parkinson, el Alzheimer, la diabetes, las cardiopatías e incluso el cáncer hicieron que estas investigaciones fueran acogidas con clamor y entusiasmo, en la creencia de que marcarían el comienzo de una nueva era en la historia de la medicina. Incluso se llegó a especular con que el estado de California obtendría enormes beneficios de los royalties derivados de los tratamientos con hESC.
El espejismo de tales resultados, la convicción de que podrían lograrse en poco tiempo (Harold Varmus, entonces director del Instituto Nacional de la Salud y uno de los partidarios abiertos de la investigación, estimaba en 1998 que los primeros éxitos podrían alcanzarse al cabo de dos años, diez como máximo), y la masiva campaña publicitaria sobre el tema, apoyada por científicos y personalidades públicas influyentes, condujeron en 2004 a la aprobación de la Proposición 71 en California, que preveía la asignación de fondos estatales por un total de 3.000 millones de dólares en diez años para apoyar la investigación con células madre, especialmente hESC. También se creó un organismo especial para supervisar la distribución de esta ingente suma de dinero: el Instituto de Medicina Regenerativa de California.
La cuestión de las células madre embrionarias era tan candente hace 25 años, que la primera alocución televisiva a los estadounidenses por parte de George W. Bush, que había tomado posesión en enero de 2001, fue el 9 de agosto de ese año y sobre este tema. Explicó con claridad que estas investigaciones envuelven la destrucción de seres humanos y que, por tanto, aunque habría fondos públicos para estudiar con 60 líneas creadas por empresas privadas, no se destinaría presupuesto federal a la creación de nuevas líneas. Pincha aquí para leer su discurso íntegro.
Veinticinco años después, uno se pregunta qué ha fallado: no solo no hemos sido testigos de los milagrosos avances prometidos, sino que ni siquiera existen estudios clínicos sobre el uso con éxito de las hESC, y mucho menos, en consecuencia, los florecientes beneficios anunciados públicamente.
Desde el principio se vio que, incluso teniendo en cuenta su supuesto potencial terapéutico, la investigación con células madre embrionarias humanas es, por su propia naturaleza, éticamente discutible, ya que la única forma de obtener células madre embrionarias humanas es mediante la destrucción de un embrión humano vivo. El mero acto de recolectar estas células implica la destrucción del embrión.
En un principio se pensó que tales preocupaciones serían patrimonio exclusivo de los cristianos más conservadores, pero a pesar de ello no se consiguió descartarlas tan fácilmente.
Ya en 1998, James Thomson, el primero en obtener una línea de células madre embrionarias humanas, admitió los problemas éticos de la investigación, que más tarde fueron confirmados por la National Bioethics Advisory Commission (NBAC), la primera comisión presidencial que abordó el tema de forma específica. Pero todo continuó.
Esto explica que fuera necesaria una campaña publicitaria tan masiva y prometedora, que sin embargo no fue suficiente para disipar los problemas de conciencia que planteaba esta investigación.
Se intentó entonces eludir el problema trabajando con células madre adultas, pero la investigación con células madre embrionarias continuó de todos modos, aunque con resultados decepcionantes en comparación con las expectativas prometidas, hasta el punto de que hoy en día la mayoría de las becas de investigación concedidas por el CIRM -la Agencia de Células Madre de California- se destinan a la investigación con células madre no embrionarias, mientras continúan los avances médicos derivados del uso de células madre adultas.
También contribuyó a la desaparición de las hESC el descubrimiento en 2007 de las células madre pluripotentes inducidas (iPSC, por sus siglas en inglés: «induced Pluripotent Stem Cells«), que solo cinco años después le valió el Premio Nobel a su descubridor, el científico japonés Shinya Yamanaka: había encontrado la forma de obtener células pluripotentes de tipo embrionario a partir de células somáticas normales, como las de la piel, por ejemplo.
Shinya Yamanaka explica las perspectivas de investigación con células iPS, que no plantean problemas éticos.
Su descubrimiento representó un importante paradigma de cómo la ciencia puede proceder éticamente, ya que fue él quien decidió no trabajar con hESC, con la intención de evitar experimentos letales con embriones humanos. Esta decisión, que le valió el reconocimiento público, maduró a partir de su observación de un embrión humano al microscopio años antes, en la que tuvo la intuición de reconocer la dignidad del ser humano: «De repente me di cuenta de la pequeña diferencia que había entre esto [el embrión] y mis hijas… Pensé: no podemos seguir destruyendo embriones para nuestra investigación. Tiene que haber otra manera». Decidido a no transigir, utilizó ratones en su trabajo de investigación sobre reprogramación celular.
Su éxito, unido al hecho de que la investigación médica con células madre adultas y pluripotentes inducidas avanza, a diferencia de lo que sucede con la investigación con células madre embrionarias, ha demostrado que la ciencia y la ética, trabajando juntas, pueden lograr resultados más allá de lo imaginable.
Solo queda por aclarar un concepto, además de lo que explica Tarne. Si todos los seres humanos tienen la misma dignidad; si, por consiguiente, incluso los seres humanos pequeños tienen la misma dignidad que los más grandes, entonces nunca es lícito utilizar a una persona. Tampoco es lícito utilizarla para un fin bueno. No sería lícito matar a un niño ni siquiera para curar a otros.
Con mayor razón no es lícito matar solo para hacer experimentos que no han dado ningún resultado en 25 años.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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