18/01/2025

«Cónclave»: ¿solo «una película anticatólica»? Es, además de eso, «un luminoso error de Satán»

Me veo en la obligación de romper el silencio que prometí al señor director de este diario. Un silencio gozoso y esperanzado: uno ya no mira al pasado, ni se duele de los placeres idos y de las impotencias de la carne; ni se atormenta buscando volver a una luciferina eterna juventud. Tampoco rinde culto a un cuerpo cada vez más vulnerable y frágil. No, no. El único recuerdo que me hace llorar es el de mis pecados.

Mi alegría, la del Cielo. Mi paz, la misericordia infinita del Buen Dios. Si una vida es poco para reparar, cuanto menos lo es una década de más o de menos. El mundo ha pasado con sus vanidades: humo perdido son los deseos, los proyectos, los logros, los seres queridos, ¿qué nos dio el mundo que no hayamos perdido? ¿Llorar pérdidas? ¡No! Esperar las ganancias donde no hay gusano, ni polilla, ni herrumbre, ni miedo, ni odio, ni mentira, ni traición, ni codicia, ni el maldito «yo, me, mi, conmigo». Silencio. Silencio. Esperar el Cielo, el abrazo eterno con Jesús al amparo dulce de María Santísima. Esperar orando, alabando, adorando, expiando. El soplo de la vida del hombre sobre la tierra solo puede perdurar llevado más allá, siempre más allá, por el Espíritu. 

Cónclave es una película que deben ver todos los católicos

Y, muy especialmente, los progres, los católicos progresistas, como suelen definirse. Se trata de una obra cuidada hasta el más mínimo detalle para transmitir lo que pretende ser una crítica devastadora -una más- del catolicismo, de la Iglesia de Roma, del Papado y de la propia entraña del cristianismo.

Se utilizan todas las tácticas del demonio: el uso torticero y falaz de las Escrituras, la presencia de alegorías visuales tentadoras, la clásica apariencia de bien y de verdad en las cuestiones fundamentales, el uso abusivo del Nombre de Dios en vano y la soberbia no disimulada por un triunfo teológico disolvente y letal que ni los «tradicionalistas», ni los «progresistas» aciertan a ver: prefieren escandalizarse. 

Me quedo con la ataraxia mental o emocional de Carlos Boyero, ateo confeso y honesto, crítico en El País, a quien no puede exigirse cultura religiosa de ningún tipo y, menos aún, formación bíblica y teológica. Que el final de la película le parezca literalmente «de risa» es, efectivamente, lo honesto en una crítica materialista sin más. Dicho de otro modo: es lo honesto en aquellos que, como Évole o Risto, ven en la Iglesia católica solo una organización tan compleja como eficiente, dos mil años de burocracia asfixiante la avalan. Es lo honesto porque, profesionalmente, la vuelta final del guion es tan absurda como es absurdo el pingüino o el pavo real para el bienintencionado señor Darwin. Dios tiene estas salidas kafkianas y el diablo le copia. Mal, pero le copia.

De aquellos vientos, estas tempestades

La clave de Cónclave es la homilía inicial del cardenal decano. Presten atención. Podría firmarla el Papa Francisco. A la mayoría, si no están alerta, les sonará razonable, evangélica, fundamentada en la Palabra de Dios. A partir de ahí, la coherencia del mensaje, o los mensajes de la película, incluido el final «de risa», es admirable. Esta es la trama principal real. El fondo sobre el cual se agitan las olas de una espumosa trama detectivesca bien urdida y mejor filmada.

Burbujas de arte cinematográfico de primera línea -un clasicismo que recuerda al mejor Clint Eastwood-; unos actores que mejoran con su interpretación a unos personajes tópicos; unos diálogos verosímiles; una dosis razonable de sexo invisible; una dosis mayor de ambiciones inconfesables, siempre tan humanas; una dosis de propaganda muy sabiamente administrada y, en fin, todos los ingredientes de una buena trama. No se aburrirán. 

Sin embargo, la trama real, insisto, no es esa. La trama real es un roadmap, una hoja de ruta de lo que las fuerzas satánicas pretenden llevar a cabo. El demonio siempre, siempre, anuncia lo que va a hacer -repasen las portadas de The Economist, y no es un chiste-. Al demonio, como al ser humano, le pierde la vanidad, la soberbia.

Los masones de alto grado nos llenan las calles, las plazas, las artes, las universidades, etc., de sus ideas, de sus proyectos, de sus intenciones y, desgraciadamente, de sus logros. No menosprecien este aviso. Son hechos que están ahí para quien quiera verlos. Nadie es más soberbio que un ilustrado, esa protofigura del masón que se lo cree de verdad. Y nadie más torpe. Les recuerdo que los vendavales de Cónclave nos remiten al cardenal Bugnini, «Buan» en su logia, quien fue el responsable de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Una historia que le costó la vida al periodista Mino Pecorelli en los años postconciliares. Una historia que pueden buscar en la red.

En Cónclave, como en el aborto, ¿cuándo matamos al niño?

Aceptada, pues, como «buena» la homilía del cardenal decano, nada en la película debería sorprendernos, y menos aún el final. Destruido civilmente de facto y de iure el vínculo matrimonial con el divorcio, era obvio y coherente que se iniciaría la destrucción de la familia; puestos en esta autopista de liquidación del hombre y de la mujer, era coherente banalizar el sexo y utilizar el delicado violín de la placentera reproducción humana para clavar alcayatas en la pared como si fuese un martillo: sexo libre, sexo sin consecuencias, aborto libre, crimen sin consecuencias; coherente es también el ataque penúltimo a la biología -¿hombre? ¿mujer?- y la preparación para la nueva Babel transhumanista de la Inteligencia Artificial: la ética y la moral, o lo que queda de ellas, a disposición de los nuevos totalitarios. Aceptadas las tesis del feminismo más radical y suicida, porque hay que ser «tolerantes», puestos en esta autopista hace sesenta años de manera oficial, el problema se reduce a discutir si el niño no nacido muere una hora después de ser concebido, o dos semanas después, o seis meses después, o a los nueve meses de gestación.

Uno de los cardenales protagonistas de ‘Cónclave’ es el actor mexicano Carlos Diehz.

Este detalle de la «Nueva Ley» laicista olvida, por supuesto, el amor y la misericordia: total, para qué. ¿Libertad para qué? dijo alguien menos cínico que algunos eclesiásticos. La Iglesia debe administrar el Misterio, misión imposible sin duda, y lo hace como puede. Pero la aberración final de Cónclave es la consecuencia directa, coherente -repito-, del discurso del cardenal decano. Ese discurso que ustedes mismos van a comprar a pesar de las advertencias.

El final no es rocambolesco, ni risible, es lógico. La Iglesia lleva ese camino, que es el trazado por Satán. El propio diablo nos lo hace ver con vesánico orgullo en esta película. Siguiendo a Lewis, el demonio a cargo de esta operación merece una buena reprimenda de sus jefes: ha mostrado demasiado. Todos sabemos que la seducción se basa en enseñar poco y a tiempo.

Un plan con todo lujo de detalles

Cónclave es una obra muy rica en referencias: yihadismo, atentados, vientos que soplan -repito, al loro-, discursos «de odio», vestimentas del color del infierno; tabaquismo, el dogma laico inatacable, que convierte en malvado insolidario al que se atreve a cuestionarlo; marxismo; germanismo teológico «para hacer reír», ya me entienden; homosexualismo; relativismo; duda metódica como fuente, oh, del Misterio; en fin, dejaré que disfruten ustedes descubriendo muchas más referencias y simbologías.

Vuelvo al principio. No voy a publicar mucho más. Se escribe demasiado y se reza poco. Tenemos mucha suerte de contar con almas humildes y anónimas que gastan sus vidas al pie de los Sagrarios. Este artículo quiere ser profético: el enemigo, la antigua serpiente, no se esconde y se delata. Sepamos leer los signos de los tiempos y, en especial, las campañas de publicidad del infierno. Recuerden que la publicidad debe seducir… Con ideas muy sencillas. Esto es lo que el diablo maneja mal. Porque la Sencillez no es lo suyo.

Paz y Bien.

Post Scriptum

No me resisto a darles alguna pista para ayudarles en su búsqueda de minas en el campo de la película. Por ejemplo: el cardenal más ortodoxo se apellida Tedesco, «alemán» en italiano, y es un personaje histriónico, casi la parodia de un mafioso. Y otra: ¿cómo no escuchar clarísimos ecos del Apocalipsis cuando el cardenal decano rompe el sello de la habitación papal? ¿Y cómo no temblar ante la ausencia de cualquier mínima referencia a la Santísima Virgen María y al Sacrificio Eucarístico

No se puede despachar Cónclave con el superficial calificativo de película anticatólica. Profundizar en el conocimiento del enemigo, de su estrategia y de sus tácticas, es imprescindible para vencerle. Cualquier militar lo sabe. Y Sun Tzu lo explicó muy bien en El arte de la guerra.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»