17/11/2024

Crimen, ofrendas demoníacas y frío extremo: los retos de evangelizar el lugar más alto del mundo

En La Rinconada no hay hospitales ni hoteles. Tampoco alcantarillado, recolección de basura o canalización suficiente del agua corriente. No puede haberlo: es uno de los puntos más elevados de la tierra habitados permanentemente, superando sobradamente los 5.000 metros sobre el nivel del mar. Como referencia, son 1.500 metros más que el Valle de las Lágrimas, donde quedó atrapada la tripulación de La sociedad de la nieve.

Todo el que acude o reside en La Rinconada conoce la dificultad de vivir rozando los cero grados pero,  especialmente, los riesgos del mal de altura. Ahí se da con especial intensidad debido a la falta de oxígeno, con unos síntomas que abarcan desde el dolor de cabeza, fatiga o nauseas hasta la dificultad respiratoria e incluso el coma.

Según testimonios de residentes y visitantes, los registros civiles no abundan en esta ciudad, pero no hace falta indagar mucho para conocer las dos fuentes de empleo más relevantes: la minería del oro, buena parte de extracción ilegal, y la prostitución, en muchos casos ejercida por menores, según relata el documentalista y aventurero de Lethal Crysis, Rubén Díez. Tanto es así que La Rinconada es más conocida como La ciudad sin ley del Perú: las ofrendas a ídolos demoníacos como «Los abuelos» son un precepto en la región, y aunque no necesariamente impliquen la muerte, las ofrendas de sangre son más que rumores, según reportajes cómo este:

Evangelizar en un lugar de estas características es difícil empezando por la misma altitud, las condiciones topográficas o la dificultad de llegar a determinadas zonas.

Ayuda a la Iglesia Necesitada conoce bien la región, pues ha ayudado a financiar varios proyectos de corte evangelizador.

Recientemente ha realizado una entrevista a Giovanni Cefai, obispo de la prelatura de Santiago Apóstol de Huancané en Perú, erigida en 2019 y sufragánea de la arquidiócesis de Arequipa

El conjunto de la prelatura está integrado por 200.000 habitantes y abarca un extenso territorio de selva, montañas andinas, el lago Titicaca y la misma Rinconada, el punto más elevado de la tierra que se encuentra habitado permanentemente por 30.000 personas.

Cefai, sacerdote maltés de la Sociedad Misionera de San Pablo (MSSP) y primer obispo de la prelatura de Huancané, admite sentirse «agradecido a Dios» por su destino, donde el tiempo no le sobra.

«Muchas de estas personas se sienten abandonadas. Por eso debemos ir hasta el último rincón del mundo para encontrar al pueblo de Dios y decirles: `Ánimo, hermanos. Dios es misericordioso, Dios es amor y nunca los abandonará´», cuenta el obispo. 

La Rinconada, donde la pobreza impera por doquier pese a estar asentada literalmente sobre un yacimiento de oro, es conocida por los múltiples cultivos de coca que «lamentablemente luego se usa para hacer cocaína».

Actualmente la diócesis se encuentra inmersa en varios proyectos para que las personas tengan otras fuentes de ingresos y evitar así que se dediquen «a cosas que realmente causan una tragedia ecológica, como las minas, y también humana, como la droga. Por ejemplo, nosotros estamos promoviendo la siembra y la cosecha de nuestro propio café. Nuestro propósito es dar los primeros pasos para producir y elaborar lo que llamaremos `el café del fraile´».

Entre los muchos retos para la evangelización, el obispo agrega a la altura o la explotación laboral la misma barrera del idioma, ya que muchos fieles y residentes hablan, además de en español, en quechua o aimara.

También se refiere a la misma escasez, pues afirma estar «empezando desde cero. Nos faltan aulas, colegios, capillas, casas para que sacerdotes vivan dignamente… pero el misionero nunca deja de soñar, nunca deja de esperar. Pone su esperanza en Dios y también en los bienhechores».

Según datos del Vaticano al erigir la prelatura en 2019, tiene cerca de 19.000 kilómetros cuadrados de extensión y una población de unas 200.0000 personas, que hoy cuentan con apenas 20 parroquias, 16 sacerdotes diocesanos (13 en 2019) y 4 seminaristas, además de unas pocas religiosas.

«Se trata de una misión que supone mucho desgaste y esfuerzo, ya que las comunidades se encuentran en lugares muy distantes. Se tarda 10 horas en llegar a algunos poblados. Pero gracias al Señor, aquí aún se conserva una fe popular y mucha gente experimenta el hambre y la sed de Dios», asegura el obispo.

Pese a su optimismo, no oculta la necesidad de misioneros y «personas que estén dispuestas a renunciar a lo material. Creo que esto es la Iglesia; ser misionero que no conoce fronteras, como dice san Pablo: a pesar del cansancio, a pesar de los viajes,  uno está preparado para todo. Ser misionero es bello. No tiene sentido que yo viva cómodo con mi fe; la fe es bella cuando la comparto con los demás».

Concluye recordando que existe otra forma de ser misionero «desde casa», y es «orando y apoyando».

«Solo me queda animarlos y dar las gracias: gracias por ser parte de nuestra misión, gracias por unirse con sus oraciones y apoyo. Les digo desde aquí: vengan, sean parte de esta misión, únase y que Dios les bendiga», se despide.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»