Es célebre la sentencia de Fiodor Dostoievski en Los hermanos Karamazov: «Si Dios no existe, todo está permitido». Pero ¿tiene fundamento? Un artículo en Unione Cristiani Cattolici Razionali (página web de apologética católica basada en la ciencia y la razón) argumenta que sí, basándose tanto en autores ateos como teístas:
La líquida amoralidad, única elección coherente si no hay Dios
Si Dios no existe, entonces no existe el fundamento de la moral, no se puede hablar de valores, de derechos, ni de un Bien o de un Mal absolutos, sino sólo de un débil y caprichoso relativismo extremo. Quien lo ha reconocido ha sido Joel Marks, filósofo laico de la Universidad de New Haven, en su Manifiesto amoral: «He hecho el sobrecogedor descubrimiento de que los fundamentalistas religiosos tienen razón: sin Dios no hay moralidad. El ateísmo implica amoralidad y puesto que yo soy ateo debo, en consecuencia, abrazar la amoralidad».
Joel Marks es profesor emérito de Filosofía en la Universidad de New Haven (Connecticut).
También el activista Matt Dillahunty, ex presidente de la Atheist Community de Austin (Texas), lo ha confirmado indirectamente: «El campo de concentración nazi de Dachau, ¿ha sido objetivamente un mal? No lo sé, no lo sé. Se podría decir que el Holocausto ha sido evidentemente un mal porque no ha sido un bien para las víctimas; el problema es que las personas deciden por sí solas qué es el bien. Si crecen en el darwinismo social del régimen nazi podrían creer que el Holocausto ha sido lo mejor para el bienestar de la sociedad en conjunto».
Matt Dillahunty pide coherencia: como no cree en Dios, no puede decir que Auschwitz fuese algo objetivamente malo.
No emitir ningún juicio de valor (el «no lo sé» de Dillahunty) se convierte, así, en el enfoque obligado.
Si no existe nada ni Nadie preexistente al hombre, entonces no existen el Bien y el Mal preexistentes, independientes del hombre. Todo es una mera opinión que tiene, a su vez, el mismo valor que la opinión contraria. ¿Quién decide, de hecho, quién tiene razón? ¿Por qué debería yo elegir el bien si lo que consigo es una desventaja personal, siendo ésta la única vida que tengo para vivir? «Al no existir la verdad», ha escrito el filósofo Emanuele Severino, «el rechazo de la violencia sigue siendo una fe que, de hecho, no puede ser más verdad que la fe (más o menos buena) que cree, en cambio, que la violencia debe ser ejercida y que hay que destruir al hombre» (Carlo Maria Martini y Umberto Eco, ¿En qué creen los que no creen?).
El pensamiento de Emanuele Severino fue considerado por en 1970 por la Congregación para la Doctrina de la Fe como incompatible con el cristianismo.
En 2011, el filósofo americano William Lane Craig refutó el argumento principal de quienes, comprensiblemente, rechazan tener que abrazar la amoralidad como única posición coherente con su no-fe. De hecho, basándose en Platón, afirman que la existencia del Bien es una especie de idea auto-subsistente, una entidad en sí y por sí. El bien, sencillamente, existiría. La justicia, la misericordia, el amor y la tolerancia existirían en sí mismos, sin necesidad de tener un fundamento. Pero «esta visión», ha explicado Lane Craig, «es sencillamente incomprensible. ¿Qué significa que el valor moral de la justicia subsiste en sí mismo? Comprendo qué significa decir que alguna acción es justa, pero de este modo los valores morales parecerían ser propiedad de las personas, por lo que es difícil entender cómo la justicia puede existir sólo como una especie de abstracción«.
William Lane Craig, filósofo analítico y teólogo cristiano y enseña Filosofía y Ética en una escuela de Teología en Los Ángeles (California). Por su contundencia argumental, es un contrincante muy temido en sus debates con los ateos, que ha frecuentado en numerosos foros.
Además, es un punto de vista frágil porque apoya el relativismo e implica no tener obligación moral alguna. «Supongamos, por el mero placer de discutir, que valores morales como la justicia, el amor y la tolerancia subsisten por cuenta propia. ¿Por qué deberían imponerme una obligación moral? ¿Por qué la existencia de este reino de las ideas debería hacer de mí una persona misericordiosa? ¿Quién o qué establece dicha obligación?». Hay que observar, también, que si se asume este punto de vista, significa que «vicios morales como la codicia, el odio o el egoísmo presumiblemente existen también como abstracciones. En ausencia de un Legislador moral, nadie me obliga a alinear mi vida a una serie de ideas abstractas más que a otra. En ausencia de una Ley moral dada, la moral atea platónica no tiene ninguna base de obligación moral». Por lo tanto, volvemos al principio.
El existencialista Jean-Paul Sartre admitió: «Sin Dios desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible, en ninguna parte está escrito que el bien existe, que hay que ser honestos, que no se debe mentir» (en El existencialismo es un humanismo, 1945).
Si Dios no existe, el bien tampoco: Sartre fue honesto al menos en esa conclusión.
Sin Dios todo está permitido. Pero la consecuencia más devastadora de tener que abrazar la amoralidad y el relativismo extremo es que la vida se sumerge «en una selva de obstinada pluralidad», ha explicado el filósofo francés Philippe Nemo, director del Centro de Investigación en Filosofía Económica en la ESCP Europe. «La ausencia de una visión unificadora» condena a afirmar que el «no-Sentido sería el único y verdadero Sentido. Las grandes catástrofes como la Shoah [Holocausto] deberían haber hecho razonar al hombre moderno: si de hecho no existe un Bien absoluto, ¿qué sentido tiene hablar de un Mal absoluto? Y si no existe un Mal absoluto, ¿qué sentido tiene, entonces, condenar la Shoah?».
Philippe Nemo es profesor de filosofía política e historia de las ideas políticas.
De este modo, las actividades humanas vinculadas al no-sentido «y privadas de un fundamento transcendente, se dispersan en un absurdo movimiento browniano, que condena al hombre a intentar crearse un significado a su medida, según una preocupación parcial de la que es muy consciente y comprendiendo, justamente, que todas las pequeñas cosas de las que él se ocupa acabarán en el abismo al no estar amparadas por algo más grande» (Philippe Nemo, La bella muerte del ateísmo moderno).
El amor a la coherencia debería llevar, por consiguiente, a admitir que sin un fin transcendente la vida se reduce, inevitablemente, al absurdo líquido del subjetivismo moral y, por lo tanto, al nihilismo. Y, sin embargo, añade el filósofo Nemo, «la íntima conciencia de cada hombre sabe que esta falta de sentido es un error», una injusticia hacia la naturaleza humana que aspira al infinito, que anhela el Sentido y que percibe continuamente la existencia de valores objetivos y de un Bien y un Mal necesarios y preexistentes a sí mismo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Publicado en ReL el 24 de mayo de 2017 y actualizado el 2 de agosto de 2024.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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