19/11/2024

David Drach, el gran sabio judío que descubrió que Jesús era el Mesías estudiando la Patrística

En el siglo XIX hubo algunos judíos muy significativos que se convirtieron al catolicismo. Uno de ellos, y de los más importantes, fue David Drach (1791-1868), cuya historia cuenta Rino Cammilleri en su rúbrica Il Kattolico del número de abril de la revista italiana de apologética Il Timone:

David Drach, el judío que se «rindió» a Jesús 

Conocemos la historia del rabino-jefe Israel Zolli, una autoridad en estudios judaicos que, después de estudiar la Biblia, comprendió que Jesús de Nazaret era el Mesías esperado y se hizo bautizar católico con el nombre de Eugenio en homenaje a ese Papa, Pío XII, que tanto había hecho por su pueblo perseguido.

Pero tiene un antecedente, que Paolo Risso trató hace años en el Settimanale di Padre Pio.

Se trata de David Drach, nacido en Estrasburgo en 1791 y judío muy observante en un hogar de padres ultraortodoxos. Doctorado en Derecho muy joven, en seguida enseñó en escuelas judías y fue contratado como preceptor en una familia acomodada. En aquella época trabó amistad con un muchacho, un simple mozo de taller, católico, tan devoto como para despertar su curiosidad: ¿cómo podía el muchacho estar tan cautivado por ese Jesús que, según los judíos, había sido un impostor?

Él todavía no lo sabía, pero ese encuentro se convertiría en un punto de inflexión o, si lo preferimos, en una semilla, demostrando la importancia del testimonio abierto (que nada tiene que ver con el «cristianismo anónimo»…).

Entretanto, el rabino jefe de Francia, David Sinzheim, se encargó de distraerle, admirado por su talento en los estudios bíblicos. Le recomendó como tutor en casa de Baruch Weil, un rico industrial judío de París. En la capital tuvo el honor de pronunciar sermones en las sinagogas y pronto se casó con la hija del gran rabino Emmanuel Deutz, que rápidamente le dio un hijo y dos hijas.

Amenazas de excomunión

Optó por licenciarse en griego y latín en la Escuela Normal -hecho nada común para un judío- y en poco tiempo se convirtió en el referente cultural de la intelectualidad judía en la capital cultural del mundo de la época.

¿Por qué griego y latín? Pues, por un lado, por su amor a los estudios y por otro, por una nueva y providencial tesela después del encuentro con el devoto mozo. Por supuesto el profundo conocimiento del griego y del latín sería para él de gran utilidad.

Tras publicar varios escritos, fue llamado a dirigir las primeras, y recién fundadas, escuelas primarias judías de París. Pero su sed de conocimiento no se había agotado, por lo que emprendió la importante tarea de traducir del griego al hebreo la Biblia Septuaginta. Pero, como erudito que era, se dio cuenta de que también debía de profundizar el conocimiento de la literatura patrística, coetánea e inmediatamente posterior a la obra de los Setenta.

¿Estudiar a los Padres de la Iglesia? Cuando en los círculos judíos se dieron cuenta de lo que estaba haciendo, le amenazaron con la excomunión e incluso con dejarle sin trabajo. Pero ya era demasiado tarde. Tras dos años de estudio, Drach se había dado cuenta (como el mencionado Zolli) de que realmente todo el Antiguo Testamento conducía a Jesús de Nazaret y lo señalaba claramente -a los corazones sinceros y de «buena voluntad»- como el Mesías esperado y único.

Sin tener en cuenta los problemas en los que se estaba metiendo, en 1823 fue bautizado en Notre Dame por el arzobispo de París y tomó el nombre de Pablo, el mayor converso del fariseísmo. Sus hijos también fueron bautizados con él, lo que enfureció a su esposa Sara que se llevó a los vástagos y, sin que su marido lo supiera, huyó a Londres para ponerse bajo el ala de los poderosos Rothschild. Sin embargo, Drach, que no sabía dónde estaba su familia, pudo contar con la ayuda del conde Chateaubriand, ministro de Asuntos Exteriores, que localizó a la mujer y, aplicando la ley francesa, devolvió los niños a su padre.Fue necesaria una especie de secuestro, tal y como había hecho su esposa en su momento.

El encuentro con Pío IX

Una vez a salvo en Francia, el ministro se encargó de poner las cosas en su sitio: David Drach era el cabeza de familia, y además los tres niños eran católicos.

El vizconde François-René de Chateaubriand (1768-1848), autor de ‘El genio del cristianismo‘, en un retrato de 1808 de Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson. 

Chateaubriand impidió que se creara otro «caso Mortara», el niño supuestamente «secuestrado» por Pío IX: ninguna cancillería europea tenía intención de comprometer las relaciones con la poderosa Francia; la Santa Sede, en cambio, ya estaba aislada diplomáticamente y el pequeño Edgardo Mortara se convirtió en un escándalo internacional.

Lee en ReL la historia de Edgardo Mortara, el niño judío al que Pío IX «no» secuestró y llegó a ser un santo sacerdote.

Drach expuso entonces por escrito las razones de su conversión, y lo hizo con tal eficacia que uno de sus mayores opositores, el hermano de su mujer, Simón, se bautizó también. Fue el comienzo de una verdadera avalancha de conversiones de judíos que, una vez leídos los escritos de Drach, se convencieron de que el Mesías era realmente Jesús. Por nombrar solo a uno: Jacob Libermann, uno de los siete hijos de un importante rabino alsaciano, se convirtió al catolicismo con cuatro de sus siete hermanos; se hizo sacerdote y mas tarde fundó los Padres del Espíritu Santo, misioneros en África.

En 1830, Drach -entre otros motivos, para alejarse de las convulsiones políticas de París que desembocarían en la «Revolución de Julio» y la caída del rey Carlos X– viajó a Roma con sus hijos para profundizar en su fe, estudiando teología en la Gregoriana. En Roma, sus tres hijos ingresaron en la vida consagrada, el varón como sacerdote y las mujeres como monjas. El papa, el Beato Pío IX, quiso conocer al famoso converso.

De la sinagoga a la iglesia

Drach salió de este encuentro con el nombramiento de bibliotecario de Propaganda Fide, cargo que ocupó durante los diez años siguientes.

En 1842, regresó a Francia para trabajar con el célebre padre Migne en la redacción de una monumental y célebre obra sobre patrología griega y latina. Dos años más tarde, publicó su obra principal, La armonía entre la Iglesia y la sinagoga, en dos volúmenes. En ella explicaba, con detalle y gran erudición, lo que había anticipado en su carta circular a sus amigos judíos de 1825 (Carta de un rabino converso a los hijos de Israel, sus hermanos, sobre los motivos de su conversión), es decir que, examinándolas con atención, las Escrituras hablan de Jesús de Nazaret, e incluso, siendo capaces de percibirlo, con una precisión impresionante. Dios había dejado a lo largo de los siglos huellas y profecías, incluso descripciones -basta pensar en el Salmo 22, que Jesús en la cruz se aplica a sí mismo- del «siervo sufriente» y de la «virgen» que «dará a luz».

Drach regresó a Roma, donde murió en 1865. Dios le había ahorrado el espectáculo de la invasión piamontesa y la «liberación» de un sacerdote judío que no quería ser liberado, don Pio Mortara. La conversión de judíos observantes continuó hasta el pontificado de Juan XXIII, cuando, en nombre del «diálogo», el fenómeno fue silenciado. Un fenómeno que no se sabe si, en la clandestinidad, continuó.

Traducido por Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»