Brandon Vaidyanathan es profesor de Sociología en la Universidad Católica de América, de origen indio, vivió gran parte de su infancia y adolescencia en los países del Golfo Pérsico. Como parte de una familia de brahamanes hindúes (casta de sacerdotes, la más respetada de la sociedad), se crió tocando ídolos y rezando a deidades para que le dieran éxito en la vida. Una novia católica y un episodio de celos le acercaron a Jesús.
«Nací en Qatar, y pasé mi infancia en Omán, en esos países me encontré con un ambiente muy indio. Mis padres eran muy devotos del hinduismo y yo era muy piadoso, iba al templo, rezaba, leía mitología hindú, leía cómics de una especie de dioses con superpoderes. Mi religión era orar para tener salud, riqueza, y éxito en mis estudios, solo se buscaba el éxito material», comenta en una entrevista reciente en el canal EWTN.
Su primera oración sincera
Su familia cambiaba mucho de país y Brandon sentía que tenía que estar siempre reinventándose. Deseaba ser el mejor en sus estudios, en los deportes… y su padre le decía que tenía que ser el mejor. «Todo eso se transformó en una espiritualidad bastante extraña, todas las oraciones iban sobre el éxito. Pero, cuando tenía 10 años, en el colegio había un compañero al que a su padre le había dado un infarto. Esa fue la primera vez que hice una oración sincera por alguien«, relata Brandon.
No podía imaginarse quedarse sin padre, así que rezó mucho para que ese señor siguiera viviendo. «Pero murió, y algo se mató también en mí. Me pregunté qué efectos tenía la oración. En ese tiempo, mi madre, que era médico, desarrolló una esquizofrenia, y no recibió tratamiento en diez años. Vi su decadencia, como pasaba de una mujer divertida a una mujer distante. Hablaba sola, era catatónica… y la oración tampoco hizo nada para arreglarlo. En ese momento me convertí en ateo», explica.
Hasta bien entrada la adolescencia, Brandon no creía. Tocaba los ídolos por superstición pero nada más. La devoción que tenía de niño se había esfumado. «Comencé la escuela secundaria y nos mudamos a Dubai. Era el mejor estudiante, el capitán del equipo, estaba preparándome para ir a EE.UUU con una beca, quería dejar a mis padres atrás y no regresar. Pero me enamoré de una mujer católica, de la India portuguesa, de Goa«, afirma.
«Teníamos una relación casi clandestina, porque éramos de diferentes culturas, nuestros padres no nos lo hubieran permitido, además estábamos en Oriente Medio, donde no se podía estar en un coche con alguien del sexo opuesto que no fuera pariente. Entonces, me di cuenta de que todo el éxito que buscaba no se podía comparar con encontrar a alguien que me dijera que me amaba. Empezó a no importarme la escuela, y muchos días de la semana me cogía el bus y me iba con la chica», comenta Brandon.
El retiro de la venganza
Faltaba a clases, suspendía… los profesores no sabían lo que le pasaba, pensaban que se drogaba, o algo así, y llamaban a sus padres. «Mi padre se ponía furioso, nos peleábamos mucho y la vida en casa se volvió muy caótica. Eso me hizo aferrarme más a esta chica. Ella, a su vez, también huía de su ambiente familiar, su padre era alcohólico. Cuando llevábamos un año, ella me dijo que había estado saliendo con otra persona los últimos tres meses. Era además un chico que yo le había presentado y que conocía desde hace años», relata.
«Te llamo para pedirte permiso para tenerlo a él como a mi novio y tú como mi mejor amigo, me dijo. No entendía nada, lo habría entendido si me hubiera dicho que me dejaba, pero no esto. Todo mi mundo se derrumbó. Le dije o él o yo, y llamé al chico para enfrentarme, y pensé en buscar una forma de meterlo en problemas. Así que me enteré de que los dos iban a ir a un retiro católico de jóvenes en Dubai, de Juventud 2000. Saber que pasarían juntos un fin de semana era algo insoportable para mí», añade.
Brandon estaba en una escuela privada pero suspendía todo. Su padre había pagado mucho por su educación y le angustiaba, porque su carrera se desmoronaba. «Dije, voy a ir a ese retiro a molestar. Y me decía que cómo podían hacer esa tontería religiosa después de lo que me habían hecho. Voy a ir a hacerlos sentir culpables, estaba furioso. Pero, mi padre me dijo que qué hacía. No podía decirle que iba a una iglesia, no tenia ningún sentido. Él se puso en la puerta para que no saliera y le di un puñetazo en la cara», afirma.
Brandon había acompañado a la chica al coro de la Iglesia alguna vez y por eso conocía a algunas personas. «Mi único acercamiento al cristianismo había sido cuando mi novia una vez me dijo que debíamos de comportarnos de forma más apropiada, y yo pensé que quién era ese Jesús para interponerse en nuestro camino, quería sacarla de todo eso», recuerda.
Brandon estuvo cantando en el coro intentando atraer a la gente a un Dios que desconocía. «Trataba de hacer que se sintieran mal mi ex novia, pero durante el retiro hubo momentos de tener que estar conmigo mismo, de adoración, Eucaristía, de pensar hacia dónde iba mi vida. Entonces volví a hacer una oración sincera. ‘Vale, si toda esta gente dice que todo esto es real, si hay alguien ahí fuera, quiero una prueba’, me dije. Había tocado fondo, y la respuesta a mi oración llegó de forma inesperada», comenta.
Brandon estuvo cantando en el coro intentando atraer a la gente a un Dios que desconocía.
Unos días después, en la procesión de Viernes Santo, en Dubai, Brandon se encontró con la chica, se acercó y no sabía qué decirle. «Le dije que si quería salir con ese chico, que estaba bien, que yo podía ser su mejor amigo, que ya no quería poseerla, que quería que fuera libre. No sabía lo que estaba diciendo, fue una experiencia extra corporal, no había tomado la decisión de decir eso. Era como si hubiera dejado toda la venganza y ya solo quisiera amar. Solo quería el bien para esa persona, no era resignación, era alegría», explica.
«Ella no esperaba eso de mí, porque yo era muy celoso y posesivo. Entonces me llamaba todos los días, porque yo ya era su mejor amigo, su confidente. Me contaba que iba al cine con el otro chico, y eso era muy incómodo para mí. Pero entonces vi cómo realmente ahora amaba a esa persona. Algo había cambiado. No sabía lo que pasaba, pero hubo un reconocimiento intuitivo de que esta situación era mejor», añade.
La situación en casa también cambió, Brandon dejó de echarle en cara a su madre que le había arruinado la vida, que solo era una persona inútil. «Todo eso se desvaneció, sentí como si hubiera muerto en ese retiro y hubiera vuelto a nacer otra persona. Hablando con la chica, me dijo que yo ya no era la misma persona y que si volvíamos a estar juntos. Mis amigos me decían que ahora podía vengarme de ella, pero no sentía eso, solo quería que ella fuera amada. Volvimos a estar juntos, pero ella ya no era mi dios», comenta.
Su vida seguía siendo un desastre, aunque le quedaba el coro. «En los ensayos encontré el Evangelio, y vi que Dios era un padre, no una fuerza impersonal. Era una idea muy extraña para mí, que fuera un padre que me amaba incondicionalmente. El concepto de amor incondicional era nuevo para mí, era un concepto que resonaba con mi propia experiencia con esa chica. Ahí se nombraba lo que yo había vivido. Y la prueba de ello era que este hombre en la cruz, traicionado por sus amigos, regresaba de los muertos y no le daba un puñetazo a Pedro en la cara», relata.
Aquella historia, un tiempo atrás, hubiera sido «una historia ridícula de hadas», pero, ahora, resonaba en su vida con una extraña habilidad. «Pensé en bautizarme, solo porque esta chica era cristiana y, si nos casábamos, tendría que estar bautizado. Fui al catequista y le dije que me quería bautizar, y me dijo que por qué, que quién era Jesús para mí, no me esperaba esa pregunta. Había estado un montón de tiempo en el coro, sabiendo el resto de la gente que era hindú, y nadie me había dicho nada, hasta ahora», explica.
Sentí una presencia conmigo
«No supe responder, y él me dijo que era una persona que estaba viva, que había tocado mi vida. Yo le dije que mi madre ya hablaba con personas invisibles, y que eso no era para mí. Entonces, me dijo que por qué no cogía una libreta y escribía una carta a un amigo. Fui a casa, compré una libreta y empecé a escribir cosas que no sabía que podía decir. Rompí la hoja, no podía soportar lo que había dentro de mí. Pero sentí que había una presencia allí, una presencia de paz, había alguien ahí conmigo escribiendo«, comentó.
Brandon se asustó y volvió al catequista y le contó lo que había pasado, él empezó a charlar con él todas las semanas. «Desde que pasó lo de la chica hasta que me bauticé pasaron nueve meses. Todo había cambiado muy rápido. La relación con la chica, con mi familia. Vi que todos eran importantes para Él, y cambió mi forma de verlos. No les dije a mis padres que me había bautizado hasta pasado un año. Mi madre no sabemos cómo se lo tomó y mi padre pensó, bueno crees en dios y da igual lo que digas, eres hindú», explica.
«Empecé a tratar a mis padres con respeto pero como seres humanos, no como se hace en el hinduismo. Me fui a Canadá a estudiar y fue como si Dios me hubiera llevado a la tierra prometida. Me cambié el nombre al de Brandon, que evangelizó Canadá, y estuve con mi novia dos años más y luego nos distanciamos. Mi fe había crecido y me gustaba leer filosofía y llevar una vida donde pudiera hacerme grandes preguntas», añade.
Puedes ver aquí la charla completa con Brandon en EWTN.
Sin embargo, la relación con sus padres era complicada. Hasta que, estando de seminarista, descubrió al cardenal Newman. «Él habla de que la conversión no es rechazo de algo, sino que es la plenitud de lo que siempre has aspirado. Un día me llamó mi padre después de años y me dijo que estaban en el hospital y que tenía que volver. Recé para saber lo que debía hacer, y vi en el crucifijo a mis padres sufriendo», concluye Brandon.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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