La de Estefanía Yubero es el vivo ejemplo de una vida lastrada por la dificultad, marcada por la importancia de la fe y la lucha por la familia, pero también conducida por un Dios que «lo tiene todo controlado».
Entrevistada por El rosario de las 11, cuenta que para comprender su trayectoria es necesario hablar primero de su madre, emigrante colombiana que, con su llegada a España junto a sus tres hijos, tenía todo un futuro por delante.
La ilusión creció cuando supieron que Estefanía venía en camino. Pero también se truncó cuando le dijeron que si quería trabajar, debía someterse a un aborto que le pagarían.
La alternativa era la calle y la indigencia. Y su madre, viéndolo como «una prueba de Dios», no dudó.
«Prefirió vivir en la calle antes que abortarme, dormía en portales, le daban mantas y hasta vivió en un coche», cuenta la joven.
En plena desesperación, recibió una oferta de trabajo «complicada». Tenía que cuidar mercancías de narcotráfico, y aunque no hacía nada, estaba implicada.
En la cárcel, con su madre, pidiendo fuerza a Dios
Cuando todo «saltó», la metieron en la cárcel, y con ella, a la pequeña Estefanía.
«Estuvimos un par de años. Era capaz de ver su ansiedad porque nos querían separar al no poder estar yo en la cárcel. Entró en depresión… pero Dios se encargó. Iba un sacerdote a verla, que le ayudó en su buen comportamiento, espiritualmente y a conseguir un trabajo», cuenta. La fe que su madre vivía «a su manera», era complementada por su hija con continuas oraciones «pidiendo fuerza a Dios».
Y concluida la condena, madre e hija se vieron de nuevo en libertad.
Desde entonces, Estefanía ingresó al colegio Santo Ángel de la Guarda de Vallecas, regentado por unas religiosas que cuidaban largas horas de ella mientras su madre trabajaba.
Conforme crecía, recuerda ser alegre y positiva, pero también sentir «un gran vacío y dolor y cosas que quería anestesiar por haber crecido sin padre, lo que hizo que mis relaciones con chicos fuesen catastróficas».
Anestesiando el dolor
Y parte de esa anestesia la encontró «de fiesta en fiesta, probando una cosa y luego otra«.
«Todo era falso, nunca me llenaba. Siempre me he considerado sociable, pero entonces era falso porque en realidad luego no sabía ser buena amiga, buena hija, buena pareja o buena hermana, solo había momentos en los que me hacía sentir querida», recuerda.
Un momento que fue en cierta manera un antes y un después en su vida fue una noche de fiesta. Era como cualquier otro, con algunos amigos, cuando empezó a sentir un malestar que le llevó a la práctica pérdida de la conciencia.
«Supe que me habrían echado algo en la copa, pero estaba con gente buena que fue capaz de llevarme a casa. No era yo. Me encaré con mi madre y tuve una fuerte discusión con ella de la que no fui consciente», recuerda.
También reflexionó sobre sus relaciones con chicos, «siempre muy malas y de usar y tirar, como me enseñaron desde pequeña. Creciendo así, haber causado dolor a tantas personas es de lo que más me arrepiento. No sabía gestionar el dolor que tenía y lo intentaba anestesiar con todo lo que pillaba, chicos, fiesta o drogas«.
La devoción de su sobrino, un salvavidas
En plena crisis, su sobrino cumplió la misión de un auténtico «salvavidas». Le encantaba ir a misa y «por el amor que le tenía» empezó a llevarle a la que se celebraba por las mañanas en el convento de Mater Dei Se conformaba con verle «súper feliz y contento» de poder rezar.
No hicieron falta más de dos días acompañándole para que una de las hermanas, María Eugenia, se acercase a hablar con ellos y les invitase a un grupo de jóvenes.
Estefanía recuerda que pronto se forjó con ella una auténtica amistad: «Yo sentía que no cuajaba. Iba mi sobrino y yo me iba con la hermana, le preguntaba por sus horarios, su oración y acabó invitándome a una adoración«.
«La Iglesia me acogió como nadie»
«Al principio no sabía por qué decía que sí. Pero era porque el único sitio que me aceptó tal y como soy y que me dio la acogida que no me había dado nadie, en todos los sitios que había probado y buscado, fue la Iglesia», asegura.
La siguiente cita fue a ver unas ordenaciones sacerdotales. No entendí nada, recuerda, pero al ver como se quedaban boca abajo y hacían ese acto de humildad, quedé impactada de que hubiese gente que pudiese hacer eso.
A raíz de las ordenaciones supo que «tenía que haber algo más», y decidió buscarlo en una Javierada que resultó llevarla hasta el Pilar de Zaragoza.
«Me quedé mirando a la Virgen. Sentí como que me miraba y cuando la hermana me preguntó le dije que sentí que me estaba esperando. Experimenté algo que sigo sintiendo voy al confesarme ir a misa o a mi grupo, como que algo me dice que nos esperan», relata.
Por entonces, Estefanía supo que su alma demandaba «un encuentro con el Señor» y la oportunidad llegó con la enésima invitación de un sacerdote, el padre Julián, y su madre, para que fuese a un cursillo de cristiandad. Fue su segundo «antes y después».
Estefanía, el día de su confirmación, con el padre Julián Lozano.
Cristiana, de verdad: sacramentos, oración y teología.
«Cuando acabé, me dije que sería cristiana, y cristiana de verdad. Sacramentos, relación con el Señor y dar de mí todo lo que había recibido y sigo recibiendo por amor de Dios», relata.
A partir de entonces, sus relaciones dejaron de ser un desastre, supo que «le pertenecía a Dios» y maduró en el trato con los demás, «comprendiendo por qué cada uno actuaba como lo hacía». Estefanía «tenía sed» de todo lo relativo a Dios y fue nuevamente una hermana de Mater Dei laque le invitó a su centro de Teología.
El estudio de la Teología Fundamental, los sacramentos o historia de la Iglesia, aunque sin formación previa, le permitió «profundizar en la fe, crecer como persona y conocer a Dios, que la amistad con Él creciese».
«Cambió mi relación con el mundo. Me quedé sin amigas porque todas salían y yo ya no quería. Aprendí a tener amistad con los chicos cuando conocí a los seminaristas, fue difícil saber que hay amistades que `no quieren nada´, solo ser amigos y ya. Aprendí a aceptar a mi hermana tal y como es y retomé la relación con mi hermano, que es evangélico», explica.
La fuerza la da Dios
Aunque se considera «la misma», muchos de sus conocidos se sorprenden de su cambio. Ella simplemente «se pone límites» porque sabe «dónde está Dios y dónde no. En la parroquia soy la primera que dice de tomar algo, pero no es lo mismo hacerlo con un círculo de amigos que te quiere ver bien a otro que no le importa cómo estás».
Tras conocer «ambos lados» de la vida, Estefanía sigue apreciando a sus amigos del pasado, pero sabe «dónde está Dios y dónde no», y trata de seguirlo. En la imagen, con sus amigos de la parroquia y el padre Julián Lozano.
Para Estefanía, su amistad más importante es la que mantiene con Dios, «que te quiere y elige como eres», y admite que no puede vivir sin participar en voluntariados y apostolados que fomenten su vida espiritual, porque sino «cae en picado».
¿Qué será Estefanía del futuro? «Quiero dar lo que he recibido gratis a los demás y esa fuerza la da Dios para ser Estefanía en el trabajo, en clase o en la familia. El futuro lo planteo de la mano del Señor. Ahora es confianza en Dios. Es quien mejor me conoce y el que más feliz me va a hacer, así que mi camino está en sus planes».
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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