24/01/2025

De portero y camarero de discoteca a sacerdote: vio a Cristo que lloraba por él y decidió actuar

La gente que conoce al padre Kevin Reilly cree que, en realidad, es un exmilitar que perteneció a la base de submarinos de la Marina que hay a pocos kilómetros de la iglesia de San Patricio, en Mystic, Connecticut (EE.UU), donde es su actual párroco

Alto y musculoso, su figura es imponente y los feligreses dicen que su voz de barítono resuena desde el atril durante las misas. El padre Reilly, de 55 años, lleva 15 en St. Patrick’s pero llegó a la fe después de seguir una vida totalmente opuesta a la Iglesia: fue portero y camarero de discoteca en Washington, DC y en San Francisco. National Catholic Register acaba de contar su historia. 

Cristo, sus lágrimas… y un santo

Tras una juventud bastante movida, Dios le confió a Kelly que debía hacerse sacerdote. Ahora, desde su parroquia se ha convertido en un faro para todas las familias jóvenes con niños pequeños, en una región (Nueva Inglaterra) que ha visto un descenso constante en el número de católicos en las últimas décadas.

Al graduarse en la universidad de Georgetown, a principios de los años 90, el sacerdote regresó al mundo de la coctelería y de la vida nocturna en Washington, DC. Allí le pagaban mejor, según Reilly, y le daban bebidas gratis. Además, tampoco le faltaban novias.

«Me convertí en un modelo de lo que la cultura del momento vendía», recordó el padre Reilly en una homilía reciente. «Todo el mundo me decía lo maravillosa que era mi vida. Solo trabajaba tres o cuatro días a la semana. Ganaba un montón de dinero. Básicamente me pagaban por hacer lo que la gente hacía en su día libre. Y, sin embargo, me sentía bastante miserable», reconoce.

Entonces, decidió que debía cambiar de aires, así que se mudó a San Francisco, donde unos amigos suyos estaban ganando dinero con la venta de ordenadores, en los primeros años del boom tecnológico. Consiguió un trabajo de camarero y se echó una novia. Sin embargo, la mudanza no supondría ninguna diferencia para su estado espiritual.

Así que Reilly decidió abrir un libro sobre la Virgen que le había regalado su madre.

Aquel libro cambió su vida para siempre.

Mientras lo leía, tuvo una visión del rostro de Jesús. Pasaron minutos u horas, no lo sabe bien. «Cristo tenía lágrimas en sus mejillas y me mostró a un santo, yo me sentí asombrado por esa persona. Entonces, comencé a darme cuenta de que esa persona era yo mismo. Descubrí que las lágrimas que corrían por su rostro eran por mí. Estaba llorando por el daño que me había infligido a mí mismo«, comenta. 

Estos años de vida, que Reilly describe como dolorosos, fueron al mismo tiempo uno de los grandes momentos de su vida, que le transformaron y le pusieron en el camino del sacerdocio. De hecho, fue la Virgen la que le comunicó que la razón por la que no había podido encontrar la felicidad en el mundo era porque había sido creado para ser sacerdote.

Misa diaria, bar hasta las 3 de la mañana

Reilly comenzó a ir a misa todos los días, algo difícil, porque el bar en el que trabajaba no cerraba hasta las 3 de la mañana. Pero, cada vez que el sacerdote elevaba la hostia, él lloraba, ya que le llevaba de vuelta al momento de su visión. Para un tipo duro como él, era un gran problema. «Un tipo duro no puede dejarse ver de esa manera», dice.

«Era una iglesia grande y, por lo menos, podía esconderme en la parte de atrás», comenta. El padre Reilly siguió acercándose a Dios y al llamado que Este tenía para él. Fue ordenado sacerdote en la diócesis de Norwich en mayo de 2003 y en 2011 fue nombrado párroco de St. Patrick, que está cerca de la ciudad en la que creció y donde aún viven sus padres.

Para Matthew Farrell, de 43 años y padre de dos hijos, la forma de predicar del padre Reilly, con un mensaje contrario al mundo y desafiando a sus feligreses a ser santos, es lo que hace que San Patricio sea especial. «Él dice las cosas como son», dice Farrell.

Sus misas de domingo suelen estar llenas, y con sonidos de vida: bebés que lloran, pequeñas pataditas contra los bancos, madres que van y vienen por los pasillos. Solo en 2024, la parroquia tuvo más de 60 bautizos y 30 estudiantes se presentaron para ser monaguillos.

Las familias jóvenes están encantadas con su párroco. (Foto: Parroquia St. Patrick).

Para Faith Carpenter, madre de seis niños pequeños, el enfoque del padre Reilly es lo que hace que la parroquia sea especial. «Ha revitalizado mi vida sacramental, ahora mi matrimonio es más fuerte. Cuando empezamos a asistir éramos una de las pocas familias con niños pequeños. Pero, con el paso de los años, el número se ha cuadriplicado», relata.

Reilly pasó de atender un bar a cuidar un rebaño, y por eso sabe mantener el orden en medio del caos, incluso si eso significa decir cosas que la gente no quiere oír. «Los quiero a todos, pero no me gusta ninguno lo suficiente como para ir al infierno por ellos. Así que necesito decirles lo que necesitan saber», comenta en sus homilías a menudo.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»