14/11/2024

¿Deben pagar las Big Tech por el daño que están haciendo las pantallas en el ámbito educativo?

Deberíamos tratar a las empresas tecnológicas como a cualquier empresa que comercialice y venda a menores productos peligrosos. Es lo que sostiene Mark Bauerlein (n. 1959, doctor en Filología y Literatura Inglesas y profesor emérito de Evory University, una universidad metodista fundada en 1836), converso al catolicismo en 2012, en un reciente artículo en The Federalist:

Las grandes tecnológicas deben responsabilizarse de las adicciones a las pantallas que destruyen a nuestros hijos

«Decenas de estados demandan a Meta porque las redes sociales ‘alteran profundamente’ la realidad mental y social de los jóvenes estadounidenses», reza un reciente titular de Fox Business. En la demanda se afirma que Meta comercializa contenidos nocivos para los niños y maniobra para eludir el consentimiento paterno. También pide una indemnización por los daños causados por Meta [Facebook, Instagram].

Esto no solo es bueno, sino muy bueno, y no solo para los adolescentes que han sido absorbidos por las redes sociales y se han convertido en obsesivos. [Todos los países] en general están en peligro. Retrocedamos un momento y consideremos los costes de oportunidad de una generación de jóvenes pegados a pequeñas pantallas. Una sociedad moderna y sana no puede permitirlo. 

El desplome de la lectura

Necesita una próspera cultura de la lectura; es una premisa que viene de lejos, desde que los periódicos y panfletos fueron decisivos para unir a los dispersos colonos en la década de 1760 para rechazar la Ley del Timbre. Un sistema de gobierno representativo presupone una población informada, e incluso en el digitalizado siglo XXI, la información más fiable procede de la palabra impresa.

Estas son las malas noticias: las palabras impresas son cada vez menos importantes para un número creciente de estadounidenses. La lectura es un hábito que disminuye. Los datos de las encuestas son claros.

Según una encuesta del Fondo Nacional de las Artes (National Endowment for the Arts, NEA), apenas la mitad de los adultos estadounidenses (52,7%) leyó un libro en un año por placer o para su provecho (no para trabajar o estudiar). En el grupo de 18 a 24 años, el porcentaje desciende al 47%.

La información sobre los estadounidenses más jóvenes muestra la misma tendencia. Hace unos meses, el Departamento de Educación descubrió que solo 1 de cada 7 jóvenes de 13 años disfrutaba de la lectura lo suficiente como para hacerlo más de una o dos veces a la semana (de nuevo, no para ir a la escuela: se trataba de medir las decisiones de ocio). Como era de esperar, los resultados en lectura mostraron un descenso similar.

Tanto en la encuesta NEA como en la NAEP (National Assessment of Educational Progress), el cuestionario no especificaba el tipo de libros o lecturas. No se exigía alta cultura, ni clásicos. Si los encuestados contaban los cómics, la respuesta valía. Las preguntas eran generales y tenían amplias implicaciones: ¿Los libros -de cualquier tipo- forman parte de tu vida? ¿Significa mucho para ti la lectura?

He mostrado estas cifras a personas que han respondido encogiéndose de hombros, afirmando que la importancia de los libros siempre ha sido así de baja. Se equivocan.

Ilustración de Norman Rockwell (1894-1978) que muestra un niño leyendo un libro de aventuras y todo lo que crea y recrea su imaginación haciéndolo.

Cuando el Departamento de Educación hizo esa misma pregunta a niños de 13 años en 1984, un 35% de los niños dijeron que leían «casi a diario». En cuanto a la tasa anual de lectura de libros entre los jóvenes de 18 a 24 años, en 1992 la NEA encontró que el 59,3% leyó al menos un libro en los 12 meses anteriores, 12 puntos porcentuales más que la tasa de 2017.

Hay que pasar al ataque

Puede que haya una respuesta a todo esto. No un remedio o una solución, sino un contraataque, un golpe contra uno de los muchos arquitectos de este mal nacional. Me refiero a los diseñadores de juegos y a las plataformas de redes sociales, junto con los fabricantes de dispositivos, que han producido las atracciones que han alejado a los niños de la lectura y los han acercado a una pantalla. 

Han amasado fortunas gigantescas haciendo precisamente eso: llenando a los jóvenes de fotos, mensajes y situaciones que bloquean su crecimiento intelectual mientras sacan dinero de las carteras de sus padres. No hace falta enumerar los datos sobre el tiempo de pantalla; la imagen es demasiado obvia y deprimente. Padres y profesores lo lamentan, y a Silicon Valley le encanta. Más adictos a la pantalla significa más beneficios.

Deberíamos tratar a estas empresas como trataríamos a cualquier empresa que comercialice y venda a menores productos peligrosos. Un niño de 12 años con la atención puesta únicamente en un iPhone durante una hora, al que le da un ataque cuando tiene que dejarlo, que se enfurruña y pierde la concentración cuando termina una sesión de juego de dos horas, debería considerarse tan en peligro como niño de 12 años con un paquete de cigarrillos en la mochila. Y los proveedores de esas herramientas deberían ser considerados tan culpables como las tabacaleras.

De ahí las demandas contra Meta. Que haya muchas más. Demandemos al honrado Tim Cook [Apple]. Que pague el escalofriante Mark Zuckerberg [Facebook, Instagram]. Persigamos a los diseñadores de juegos que deliberadamente crean productos que convierten a los usuarios en maníacos. Que estos especuladores rindan cuentas por los niños que cuelan teléfonos en las aulas, se escaquean de los deberes porque no pueden parar de jugar y postear, y torturan a sus padres, que acaban suplicándoles que paren.

Y no seas demasiado duro con los padres que ceden ante TikTok. Están luchando contra una industria multimillonaria que creó las adicciones con una sofisticación que haría dar vueltas a la cabeza de padres y madres. Hay que tener en cuenta que los diseñadores que inventaron las diversiones no dejan que sus propios hijos las utilicen, lo que indica que sabían lo que iba a pasar.

Los padres están en inferioridad de condiciones. La disciplina y el castigo ordinarios no funcionan con las jóvenes almas que no ven la hora de volver a conectarse. El móvil en sus manos es una droga.

Aparte de las acciones estatales, ya han comenzado las demandas privadas, y hay otros proyectos para actuar legalmente contra plataformas como TikTok. Los fundamentos jurídicos de estos casos se determinarán pronto, pero sobre la catadura moral de las tramas y tácticas de las grandes tecnológicas, por no mencionar sus consecuencias para la salud pública, no hay duda alguna.

Estas iniciativas legales deberían difundirse por doquier y amplificarse en una campaña de concienciación pública. Sí, deberían presentarse más demandas. Los líderes tecnológicos seguramente son conscientes de la vulnerabilidad de su posición; ya no pueden presumir del aura millennial de sus diseños, como hacían en 2008. El término «adicción a los smartphones» tiene ahora un significado clínico

Nos dijeron que la conectividad digital produciría jóvenes más inteligentes, pero en la actualidad, los resultados en lectura y el tiempo ante la pantalla son inversamente proporcionales.

Cuanto más tiempo dedican los niños a los dispositivos digitales, peores resultados obtienen en lectura. Los datos se refieren a cuarto grado (9-10 años) y octavo grado (13-14 años). El rojo indica un nivel de lectura por debajo del básico, el naranja es el básico, el azul es por encima del básico. Fuente: National Assessment of Educational Progress.

La lectura no volverá mientras las pantallas llenen las horas de los jóvenes. Un autobús lleno de adolescentes con los ojos fijos en vídeos, mensajes y juegos, en el que ninguno de ellos tiene un libro en la mano, es un signo de una sociedad en decadencia. Están en peligro, así que pongámonos agresivos

Lo hicimos con los cinturones de seguridad y el tabaquismo entre los adolescentes (en mi instituto, en 1977, había una sección para fumadores justo fuera del gimnasio). Hagamos que el iPhone sea tan peligroso como la búsqueda de emociones en los viejos tiempos, los bólidos, las carreras y el autostop, y hagamos que las empresas tecnológicas paguen por lo que han hecho.

Traducido por Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»