Dejarnos ayudar

“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” Podríamos preguntarnos también: yo, cuando tengo alguna duda importante sobre mi vida, sobre cómo actuar, sobre si lo que quiero hacer o pretendo llevar a cabo está bien o esta mal ¿a quién voy a preguntar?, ¿a quién acudo?

Podemos acudir a alguien que sabemos que tiene conocimientos importantes sobre ese tema (sobre la moral, sobre la fe), sobre una cuestión determinada, por ejemplo, de tipo matrimonial, de tipo profesional; sobre cuestiones familiares …. Es decir, ¿acudo a alguien que sé que me va a dar luz? …  ¿busco con esa consulta la verdad?

Otra posibilidad es acudir a alguien que sé que me va a “dar la razón”, que me dice siempre lo que yo quiero oír. 

Debemos pensar sobre los amigos que tenemos. A veces esas consultas importantes para nuestra vida las intentamos resolver, o vamos a pedir ayuda a alguien que quizá es muy amigo nuestro, con quien nos lo pasamos muy bien, nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero que de lo que quiero saber  sabe poco. Quizá es muy locuaz, tiene ingenio y es atrevido; puede que sea muy simpático, incluso es listo y “sabe mucho de la vida”. Pero ¿realmente tiene ojos para ver qué es lo mejor para mí? O, por el contrario ¿es un ciego, aunque tenga todas esas cualidades, de tal manera que si voy a él los dos caeremos en el hoyo?

En la Iglesia tenemos un tipo de personas que tienen el conocimiento necesario para orientarnos, y que intentan llevar una vida cerca de Dios, y además de aconsejarnos, pensarán la solución, rezarán a Dios para acertar en la consulta que les hacemos, porque quieren lo mejor para nosotros. A estos hombres en la Iglesia se les ha llamado siempre directores o acompañantes espirituales. 

Si al ir caminando juntos ven “un hoyo”, seguro que, respetando nuestra libertad, nos lo advertirán para que no caigamos en él. Si se lo pedimos, la Virgen nos ayudará a encontrar a la persona adecuada que nos ayude.