Adivinanza: ¿qué lugar es aquel en el que la gente se llama a gritos, ríe a carcajadas, se besa y se abraza como si hiciera veinte años que no se ven, se sientan cruzando las pernas y contestan el móvil que tienen a todo volumen? Sí, lo has acertado, una iglesia antes de empezar una boda o las primeras comuniones. No es fácil actuar en esa situación. Tienes el micrófono, pero es añadir más ruido al ruido y la capacidad de ignorarte es infinita. Puedes dejarlo estar, pero está el Sagrario y es un lugar de oración no un cuadrilátero de lucha libre. En ocasiones tengo éxito hablando bajito, pero reconozco mi fracaso en muchas ocasiones.
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador»
Los dos suben a orar. Pero el publicano sabe ante quién está. El fariseo se vende, el publicano contempla. Cuando tú y yo vayamos a la Iglesia busquemos el sagrario. Da igual si es de oro, de plata o de madera, si está profusamente labrado o casi sin adornos, que esté en medio de un impresionante retablo o encima de una columna…Allí está Dios. Agradece el amor que hayan puesto en poner allí ese sagrario lo mejor que hayan podido, pero en su interior está el mismo Señor.
La humildad no es sólo hacerse pequeño, sino reconocer la grandeza de ese Dios que quiere quedarse con nosotros. Allí está el Señor de cielos y tierra, el creador, el redentor, el mismo que con su palabra creó cielos y tierras y murió y resucitó por ti.
Ojalá cuando pasemos por la puerta de una iglesia -este año jubilar puede ser una puerta santa-, sintamos el vértigo de intuir delante de quién te encuentras. Sería muy triste que, por repetido, perdamos de vista la grandeza. ¿qué diríamos cuando comulgamos?
Piensa en los brazos temblorosos de María y de José al tomar entre sus brazos al que es la Vida. Se sentirían tan pequeños ante Dios hecho pequeño. No queramos hacernos grandes ante el sagrario.
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