En Escocia, las llamadas buffer zones -zonas burbuja o de amortiguamiento, que garantizan un espacio de cientos de metros sin manifestantes ante abortorios- podrían comenzar a ser una realidad. En pleno debate por su implementación, parlamentarios como Gillian Mackay llevan meses ejerciendo presión para que las zonas burbuja impidan lo que consideran un delito: que voluntarios provida mantengan una conversación con una mujer que va a abortar y esta se arrepienta o cambie su decisión.
Según el proyecto que quieren aprobar los Verdes escoceses, influir en la decisión de otra persona para acceder al aborto, impedir directamente que se acceda a los abortorios o acosar a otra persona por su decisión son aspectos que serían considerados delito y que los provida estarían llevando a cabo.
Según la propuesta, podrían enfrentarse a una multa de hasta 10.000 libras -unos 11.700 euros- o más, según el caso.
A favor de las zonas burbuja, se argumenta que estos espacios prevendrían una supuesta amenaza y extorsión por parte de los antiabortistas respecto de las mujeres embarazadas. Sin embargo, en los juicios, 40 Días por la Vida nunca ha sido condenado por ello. En contra, la postura provida que parte de la base de ayudar a las mujeres que van a abortar y que sepan que el aborto no es su única salida.
Hoy, a más de 30 años de su aborto en 1988, Mairi Lucas desearía haber sabido lo que iba a hacer gracias a alguna de las vigilias provida.
El pasado 5 de marzo, Lucas acudió al parlamento escocés en calidad de mujer que abortó y actual dirigente de 40 Días por la Vida Edimburgo, para que su testimonio fuese escuchado y respetado desde el ámbito legal e impedir la implementación de las buffer zones. También colabora con el Partido Escocés de la Familia.
Mairi Lucas, la segunda por la derecha, junto a su agrupación de 40 Días por la Vida en Edimburgo.
En su caso, solo tenía veinte años y estudiaba tercer curso en el Edinburgh Art College cuando supo que estaba embarazada. «Me entró el pánico sobre lo que me depararía el futuro si seguía adelante con el embarazo», recoge el portal internacional de 40 Días por la Vida.
Mairi fue a ver al médico, convencida de que si argumentaba que tener al bebé sería psicológicamente perjudicial, no sería difícil conseguir que le hiciesen un aborto.
«No me daban alternativa, sentí que no había opción»
«El médico no se opuso y no buscó de ninguna forma de ofrecer alternativas al aborto. No me ofrecieron asesoramiento; ningún otro tipo de consejo o apoyo y nunca se habló de la posibilidad de adopción de mi bebé», comenta. Solo le hicieron una exploración para ver el tiempo de gestación, 13 semanas.
«Solo vi a mi bebé porque lo pedí. Pedí ver la pantalla y le vi moverse», afirmó.
Recuerda que desde la exploración y la llegada al centro cambió su visión sobre el aborto, especialmente dese que empezó a vincularse con su bebé física y emocionalmente, con gestos tan simples como poner sus brazos sobre él.
«Nadie se comunicó conmigo para asegurarse de que quería seguir adelante con el aborto. No se buscaron alternativas ni se me ofreció asesoramiento. Me sentí sola y como si no tuviera otra opción«, denuncia.
El postaborto: «No sentía que mereciese una vida plena»
Nunca olvidará el día en que tuvo que dar a luz a su hijo muerto, abortado. Era un 29 de noviembre, de madrugada, y ya estaba sola en la habitación del hospital, viendo el cuerpo de su bebé, cuando sintió que algo similar a una nube negra descendía sobre ella para acompañarla durante años.
«Como había quitado una vida, no sentía que yo tuviera derecho a una vida plena y feliz», recuerda Mairi, entonces comenzando un síndrome postaborto plagado de depresiones, pensamientos suicidas y sentimientos de rechazo y desprecio a sí misma. Solo fue plenamente consciente del dolor causado con el aborto de su hijo muchos años después, cuando empezó a tener voluntad de sanar. Sanación que requería de una parte fundamental, «aceptar mi responsabilidad de haber acabado con la vida de una persona inocente«.
Sanando desde la fe
Entre los «momentos cruciales» de su sanación, recuerda su conversión al cristianismo con 31 años. Y a raíz de su conversión, el siguiente, darse cuenta de que tenía que dejar de castigarse por el aborto de su hijo, porque con la fe también tenía el perdón al alcance. «Mi fe me da la esperanza de que mi hijo se encuentra en un lugar mejor y que lo volverá a ver algún día, lo cual será un gran motivo de celebración», agrega.
De su conversión y arrepentimiento también surgió el deseo de ayudar a mujeres en su misma situación, lo que la llevó a participar en la vigilia de 40 Días por la Vida en Edimburgo, que hoy coordina. También dirige un programa de acompañamiento en el postaborto, donde ha conocido las historias de muchas mujeres con características similares.
Entre ellas, que buena parte de ellas afirmaron no haber recibido alternativa al aborto ni asesoramiento, como el mismo caso de Mairi. «Algunas incluso afirman haber sido presionadas por profesionales de la salud para abortar«, añade.
Otro aspecto casi generalizado es la toma de conciencia de lo perjudicial del aborto, especialmente durante el síndrome postaborto, sufriendo conductas promiscuas, consumo de drogas y abuso de alcohol, depresión, ira, rabia, dolores insoportables y pensamientos suicidas.
Lo que es y lo que no es 40 Días por la Vida
Hoy, por experiencia propia y de las mujeres a las que ayuda, Mairi sabe que sin curación, el postaborto sería trágico, pero con sanación, «hay esperanza». «Hace tiempo escuche que nuestra mayor herida, cuando sana, se convierte en nuestro regalo al mundo. Mi regalo es mi historia«, subraya.
Hoy, como líder local de 40 Días por la Vida, observa que la presencia de la oración ante los abortorios son un testimonio de la dignidad de cada vida y del peligro del aborto. También que su labor de oración es parte de un proceso de sanación para quienes han abortado.
Mairi no sabe cuál habría sido el desenlace de su historia de haber podido conocer a miembros de 40 Días por la Vida u otros orantes cuando abortó. Pero sí puede decir lo que no es 40 Días por la Vida, ante la posible implementación de las zonas burbuja para alejarlos de los abortorios.
«40 Días por la Vida no comienza conversaciones, sujeta pancartas y carteles con datos de contacto para la recuperación del síndrome postaborto y el apoyo a embarazadas en crisis. No llamamos a gente, ni las gritamos, ni impedimos que entren al abortorio. Nuestra presencia es pacífica«, explica.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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