25/12/2024

«Dilexit Nos» es «verdadera renovación», dice el padre Léthel, teólogo de confianza de Benedicto XVI

[En la recepción y plena comprensión de la encíclica ‘Dilexit Nos‘ del Papa Francisco «sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo» fechada el 24 de octubre de 2024, es de gran importancia el texto que ofrecemos a continuación. Se trata del análisis del carmelita François-Marie Léthel, OCD (París, 1948), profesor durante cuarenta años en la Pontificia Facultad Teológica Teresianum, nombrado en 2008 por Benedicto XVI como secretario de la Pontificia Academia de Teología, predicador de los ejercicios espirituales a la Curia Romana en 2011 y experto en la espiritualidad de Santa Teresita de Lisieux. Debemos la traducción del francés a la gentileza del sacerdote y teólogo Pablo Cervera Barranco.]

El padre Léthel, durante un retiro predicado en febrero de 2024 en Lisieux.

 

La encíclica ‘Dilexit Nos’ del Papa Francisco sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo

 

Presentación y guía de lectura

 

I. Un gran tesoro para todo el Pueblo de Dios

Con esta encíclica sobre el Amor Humano y Divino del Corazón de Jesucristo, el Papa Francisco nos ofrece un gran tesoro de inagotable riqueza teológica y espiritual. Este texto largo y monumental es un ejemplo luminoso de la Tradición Viva de la Iglesia, manifestada inseparablemente por el Magisterio y los Santos. 

1. En la tradición viva de la Iglesia

Fundada siempre en la Sagrada Escritura, esta Tradición de la Iglesia no cesa de desarrollarse armoniosamente bajo la acción del Espíritu Santo como la inmensa «sinfonía de la salvación» (San Ireneo), sin ruptura ni discontinuidad a lo largo de la historia, sin dejar nunca de profundizar en el misterio de Cristo, descubriendo siempre nuevos tesoros. Así, San Juan de la Cruz compara el misterio de Jesús con una mina inagotable que los santos no terminarán de explorar hasta el fin de los tiempos (cf. Cántico espiritual B, estr. 37, 4).

Esta encíclica es como la culminación del Magisterio de nuestro Papa Francisco, sus dos encíclicas sociales anteriores, Laudato Si’ y Fratelli tutti, encuentran su fuente profunda en el Amor del Corazón de Jesús, que abarca todas las dimensiones de nuestra humanidad (n. 217). Destaca también su perfecta continuidad con el Magisterio de los Papas antes y después del Concilio: León XIII, Pío XI, Pío XII, San Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, que son citados abundantemente. Destaca especialmente la hermosa resonancia entre la última encíclica de Francisco y la primera de Juan Pablo II, Redemptor hominis, que comenzaba con la afirmación: «Jesucristo, Redentor del hombre, es el centro del cosmos y de la historia» (n. 1). 

2. La Verdad que resplandece en el Amor

En el Amor humano y divino del Corazón de Jesús, resplandece toda la Verdad de la fe, la fe en Él, el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero Hombre, nacido de la Virgen María, el Único Salvador de todos los hombres a través de su Pasión, Muerte y Resurrección. Es el lugar donde «el Amor y la Verdad se encuentran» (Sal 84,11). En el mismo sentido, Benedicto XVI afirmó que «la ciencia de la fe y la ciencia del amor van juntas y se complementan, que la gran razón y el gran amor van juntos, pero que el gran amor ve más allá de la sola razón» (discurso, 19 de marzo de 2011 [PDF]).

Así, este hermoso texto nutre inseparablemente la inteligencia y el corazón del lector creyente. Es la expresión profunda del corazón de nuestro Papa Francisco, fruto de su oración, de su reflexión personal y de su experiencia pastoral. Debemos acogerlo y leerlo en la oración, y también estudiarlo con atención, para volver a enfocar toda nuestra vida en la Realidad más bella y atractiva, que es el Amor del Corazón de Jesús. Contiene un verdadero programa de renovación para todos los fieles, para los pastores y para los teólogos, abriendo nuevas perspectivas para la misión de la Iglesia en el mundo de hoy. 

3. La gran teología de los santos

En esta encíclica, el Corazón de Jesús aparece como el centro de perspectiva para toda la vida del Pueblo de Dios, el punto en el que confluyen todas las grandes corrientes teológicas y espirituales de las que los santos dan testimonio desde los inicios hasta nuestros días. Son muy numerosos y abundantemente citados en la encíclica.

Sucesivamente los Padres de los primeros siglos (Ireneo, Agustín, Basilio…), los Doctores medievales (Bernardo, Buenaventura, Tomás de Aquino…) y los muchos místicos han iluminado la Iglesia desde la Edad Media hasta nuestros días (Catalina de Siena, Juan de la Cruz, Francisco de Sales, Juan Eudes, Vicente de Paúl, Margarita María, Claudio La Colombière, Carlos de Foucauld, Teresa de Lisieux, Faustina…). Representan las grandes espiritualidades de la Iglesia: patrística, monástica, franciscana, dominica, carmelitana e ignaciana, la Escuela Francesa, etc.

Esta complementariedad de los Padres, los Doctores y los Místicos es como un «prisma» que nos permite contemplar mejor la Luz del Amor de Jesús y descubrir sus innumerables colores. Así, la encíclica nos ofrece un magnífico ejemplo de la mejor teología de la Iglesia, que es esta teología de los santos, como conocimiento amoroso del Misterio de Jesús, siempre con la misma gran misión de «amar a Jesús y hacerlo amar» (Teresa de Lisieux).

En esta armoniosa polifonía de los santos, la voz dominante es la de Santa Teresa de Lisieux, con el mayor número de citas. [¡Nunca Teresa había ocupado tanto espacio en una encíclica! Este hecho es tanto más impresionante cuanto que en 1987, diez años antes de la proclamación del doctorado de Teresa, no se la consideró digna de ser mencionada ni una sola vez en la encíclica Redemptoris Mater. Las referencias teresianas a María en la noche de la fe, propuestas por el padre Jesús Castellano OCD, fueron rechazadas por los colaboradores de Juan Pablo II.] 

El Papa se refiere a la exhortación apostólica C’est la confiance que le había consagrado el año anterior (n. 90). A continuación, presentó como doctora de la síntesis a esta joven carmelita a la que San Juan Pablo II había declarado doctora de la Iglesia como «experta en la scientia amoris [la ciencia del amor]». 

4. El Corazón de Jesús como símbolo de su amor: la importancia y el valor de la teología simbólica

La espiritualidad del Corazón de Jesús integra y valora la piedad popular, tan querida por nuestro Papa argentino. Al comienzo de su pontificado, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, no dudó en definirla como mística popular y como «verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos», que se expresaba «por el camino simbólico, más que por el instrumento de la razón», considerándola un verdadero «lugar teológico» (nn. 124 y 126).

En la presente encíclica da una espléndida demostración de ello, pidiendo «que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo y fiel Pueblo de Dios que, en su piedad popular, busca consolar a Cristo» (n. 160). Insistiendo entonces en su valor teológico, nos desafía con fuerza: «E invito a todos a preguntarse si no hay más racionalidad, verdad y sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los actos de amor fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura» (ibid).

Del mismo modo, el Papa teólogo Benedicto XVI, en su catequesis sobre el beato Juan Duns Escoto (7 de julio de 2010), mostró cómo el sensus fidei de los fieles podía preceder e ir más allá de la reflexión de los teólogos. Puso el ejemplo de la Inmaculada Concepción de María, ya creída y venerada por el Pueblo de Dios, mientras que santos y eruditos teólogos como San Bernardo y Santo Tomás de Aquino aún no eran capaces de aceptar y comprender esta verdad. Más tarde, Duns Escoto sería el primer teólogo universitario capaz de dar una explicación racional de ello.

El Corazón de Jesús es un símbolo. Es el gran símbolo de su Amor humano y divino. A su luz, la encíclica nos invita a redescubrir la importancia y la riqueza de la teología simbólica, tan presente en los Padres de la Iglesia y en los místicos y desgraciadamente marginada por la teología universitaria que la considera acientífica. El nacimiento de las Universidades en la Edad Media representó, por un lado, un progreso en el uso sistemático de la razón en la teología, con el instrumento privilegiado de la filosofía, y por otro lado, un empobrecimiento al reducir la teología a esta única modalidad racional, relegando la mística y el simbolismo al dominio de la espiritualidad y reduciendo el símbolo a metáfora.

[A este respecto, el Papa Francisco cita el hermoso testimonio del teólogo español Olegario González de Cardedal: «Vale la pena recoger aquí la reflexión de un teólogo, quien reconoce que, por el influjo del pensamiento griego, la teología durante mucho tiempo relegó el cuerpo y los sentimientos al mundo de lo ‘prehumano, infrahumano o tentador de lo verdaderamente humano’, pero ‘lo que no resolvió la teología en teoría lo resolvió la espiritualidad en la práctica. Ella y la religiosidad popular han mantenido viva la relación con los aspectos somáticos, psicológicos, históricos de Jesús. Los Vía Crucis, la devoción a sus llagas, la espiritualidad de la preciosa sangre, la devoción al corazón de Jesús, las prácticas eucarísticas […]: todo ello ha suplido los vacíos de la teología alimentando la imaginación y el corazón, el amor y la ternura para con Cristo, la esperanza y la memoria, el deseo y la nostalgia. La razón y la lógica anduvieron por otros caminos’ {Cf. La entraña del cristianismo, Secretariado Trinitario,  Salamanca, 2010, págs. 70-71}» (Dilexit nos, n. 63).] 

5. El ejemplo de la Virgen María en el misterio de la Encarnación

La teología simbólica es precisamente la teología del corazón, que sale del corazón y habla al corazón. En el primer capítulo de la encíclica, el Papa nos da el ejemplo más bello de esto al contemplar a la Virgen María en el Evangelio: «El corazón también es capaz de unificar y armonizar tu historia personal, que parece fragmentada en mil pedazos, pero donde todo puede tener un sentido. Es lo que expresa el Evangelio en la mirada de María, que miraba con el corazón. Ella era capaz de dialogar con las experiencias atesoradas ponderándolas en el corazón, dándoles tiempo: simbolizando y guardando dentro para recordar. En el Evangelio, la mejor expresión de lo que piensa un corazón son los dos pasajes de San Lucas que nos dicen que María ‘atesoraba (syneterei) todas estas cosas, ponderándolas (symballousa) en su corazón’ (cf. Lc 2,19.51). El verbo symballein (del que proviene ‘símbolo’) significa ponderar, reunir dos cosas en la mente y examinarlas con uno mismo, reflexionando, dialogando interiormente. En Lucas 2,51 dieterei es ‘guardaba cuidadosamente’, y lo que ella conservaba no era sólo ‘la escena’ que veía, sino también lo que no entendía todavía y aun así permanecía presente y vivo en la espera de unirlo todo en el corazón» (n. 19).

En el último capítulo, el Papa volverá a hablar del Corazón de María, afirmando que «la devoción al Corazón de María no quiere debilitar la única adoración debida al Corazón de Jesús, sino estimularla» (n. 176). San Juan Eudes nos da un buen ejemplo de ello. El Papa nos recuerda que hizo la primera «celebración de la fiesta del Adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo» (n. 113), y esto un año antes del comienzo de las visiones de Santa Margarita María. Pero Juan Eudes había celebrado primero la fiesta del Corazón de María, y fue María quien lo llevó a este descubrimiento pleno del Corazón de Jesús.

El Inmaculado Corazón de María es, por excelencia, ese «hermoso y buen Corazón» (kardia kalè kai agathè, Lc 8,16) que acoge plenamente la Palabra de Dios sin el menor obstáculo de pecado, simbolizado por piedras y espinas. De una manera única, María abrió totalmente su Corazón al Verbo para que pudiera encarnarse en su seno virginal a través de la acción del Espíritu Santo.

Así, María cooperó de modo único en la mayor «acción simbólica» de Dios, que es el Misterio de la Encarnación, como reunión inefable y definitiva del Verbo y la Carne, de la Divinidad y de la Humanidad, de lo Infinito y lo finito, de lo carnal y lo espiritual. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein (candidata al Doctorado de la Iglesia), concluyó su estudio sobre la teología simbólica de Dionisio el Areopagita (Caminos del conocimiento de Dios) considerando a Jesús, el Verbo Encarnado, como el Símbolo Primordial.

Una figura de esto se puede ver en la acción simbólica del profeta Ezequiel uniendo en su mano los dos pedazos de madera en los que había escrito los nombres de los reinos separados de Israel y Judá (Ez 37,15-19). Para San Ireneo, la Encarnación es la maravilla realizada por las «dos manos» del Padre, que son el Hijo y el Espíritu Santo, cuando el Padre une la divinidad y la humanidad en la «Mano» de su Hijo, por la acción del Espíritu Santo en la maternidad virginal de María. En Jesús, Dios revela plenamente su Amor al recuperar nuestra humanidad que se había separado de Él por el pecado, según la sugerencia del diablo, siendo el diábolos el que acusa y divide, poniendo al hombre contra Dios y contra su hermano.

La Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Jesús, está en el centro de la espiritualidad del Corazón de Jesús. Dionisio la llamaba «Archisímbolo» (Archisymbolon). La experiencia de los santos muestra cómo la espiritualidad eucarística, la espiritualidad del Corazón de Jesús y la espiritualidad mariana son inseparables

II. El desarrollo armonioso de los cinco capítulos de la encíclica

La encíclica está notablemente construida, en la articulación dinámica de sus cinco capítulos. Comienza con un breve prólogo que inmediatamente da el clima espiritual, el del Amor infinito e incondicional de Dios por nosotros en Jesucristo: «‘Nos amó’, dice San Pablo refiriéndose a Cristo (Rom 8,37), para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada ‘podrá separarnos’ (Rom 8,39). Pablo lo afirmaba con certeza porque Cristo mismo lo había asegurado a sus discípulos: ‘Los he amado’ (Jn 15,9.12). También nos dijo: ‘Los llamo amigos’ (Jn 15,15). Su corazón abierto nos precede y nos espera sin condiciones, sin exigir un requisito previo para poder amarnos y proponernos su amistad: ‘Nos amó primero’ (1 Jn 4,10). Gracias a Jesús ‘nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído’ en ese amor (1 Jn 4,16)» (n. 1). 

La importancia del corazón

1. El primer capítulo, titulado La importancia del corazón, nos ofrece una profunda reflexión sobre el símbolo del corazón, a menudo olvidado o devaluado hoy en día. Hay que citar las primeras palabras de esto: «El símbolo del corazón se usa a menudo para hablar del amor de Jesucristo. Algunos se preguntan si tiene sentido todavía hoy» (n. 2). Para mostrar el valor y la relevancia de este símbolo, el Papa nos ofrece una reflexión filosófica retomando notas inéditas de su amigo, el padre Diego Farés, jesuita argentino recientemente fallecido (nota 1 de la encíclica).

La lectura de este primer capítulo corre el riesgo de ser difícil para muchos lectores que no están acostumbrados a este tipo de reflexiones. Pueden contentarse con hojearlo reteniendo simplemente dos magníficos párrafos, el que se refiere al Corazón de María (n. 19), que hemos citado antes, y el que ofrece el ejemplo del santo cardenal Newman: «San John Henry Newman tomó como lema la frase Cor ad cor loquitur, porque más allá de toda dialéctica, el Señor nos salva hablando a nuestro corazón desde su Corazón sagrado. Esta misma lógica hacía que para él, gran pensador, el lugar del encuentro más hondo consigo mismo y con el Señor no fuera la lectura o la reflexión, sino el diálogo orante, de corazón a corazón, con Cristo vivo y presente. Por eso Newman encontraba en la Eucaristía el Corazón de Jesucristo vivo, capaz de liberar, de dar sentido a cada momento y de derramar la verdadera paz al ser humano: ‘Sacratísimo y muy amado Corazón de Jesús, estás oculto en la Santa Eucaristía y sufres aún por nosotros. […] Te venero, pues, con todo mi mejor amor y reverencia, con mi ferviente afecto, con mi mayor sumisión y la más resuelta voluntad. Dios mío, cuando condesciendes a sufrir que te reciba, te coma y te beba, y por un momento estableces tu morada en mí, haz que mi corazón lata con el tuyo. Purifícalo de todo lo que es terrenal, de todo lo que es orgullo y sensualidad, de todo lo que es duro y cruel, de toda perversidad, de todo desorden, de toda mortandad. Llénalo tanto de ti, que ni los acontecimientos del momento ni las circunstancias de la época tengan poder de alterarlo, sino que en tu amor y en tu temor pueda hallarse en paz'» (n. 26).

Este admirable texto de un «gran pensador» que fue santo ya nos ofrece toda la luz sobre la espiritualidad más profunda del Corazón de Jesús vivida en la Eucaristía.

Gestos y palabras de amor

2. El Corazón de Jesús, que se nos da íntimamente en la comunión eucarística, se nos revela plenamente en el Evangelio. Este es el sentido del capítulo 2, titulado: Gestos y palabras de amor. Aquí, el Papa Francisco nos ofrece un ejemplo muy bello de esta lectura realista del Evangelio de la que dan testimonio los santos. En todos los textos de los cuatro Evangelios, a través de los gestos, las miradas y las palabras de Jesús, es el Amor infinito de su Corazón el que se nos revela. A través de sus dones más grandes, que son la fe, la esperanza y la caridad, el Espíritu Santo nos hace entrar verdaderamente en las profundidades del Corazón de Jesús, para que podamos decir con San Pablo que «tenemos la mente de Cristo» (1 Co 2, 16).

El último párrafo introduce los siguientes capítulos, que manifestarán de modo ejemplar el vínculo entre la Escritura y la Tradición viva de la Iglesia, esta resonancia continua de la Palabra de Dios en el corazón de la Iglesia, este incesante «corazón a corazón» entre Jesús y su Iglesia: «Habiendo contemplado a Cristo, lo que sus gestos y sus palabras nos hacen vislumbrar de su corazón, recordemos ahora cómo la Iglesia reflexiona sobre el santo misterio del Corazón del Señor» (n. 47).

He aquí el corazón que tanto amó

3. El capítulo 3, titulado He aquí el corazón que tanto amó, es verdaderamente el capítulo central de la encíclica. Es una síntesis luminosa de la gran cristología de la Iglesia, de la que dan testimonio el Magisterio y los santos. A través del símbolo del Corazón de Jesús, símbolo de su Amor humano y divino, resplandece todo su Misterio como verdadero Dios y verdadero Hombre. Es el cristocentrismo trinitario del Credo niceno-Constantinopla el que proclamamos en la Eucaristía dominical, donde Jesús es contemplado en el centro de la Trinidad, entre el Padre y el Espíritu Santo (cf. n. 70-77).

La espiritualidad del Corazón de Jesús incluye sobre todo la adoración de su Persona como Hijo Encarnado, en su Divinidad y en su Humanidad, en su alma y en su cuerpo, ese cuerpo que adoramos en la Hostia consagrada, donde Él está verdaderamente presente. La comunión y la adoración eucarística son componentes esenciales de la auténtica espiritualidad del Corazón de Jesús.

En segundo lugar viene la veneración de su imagen, la imagen de Jesús mostrándonos y ofreciéndonos su Corazón, siempre especificando que esta veneración no es adoración. Es la auténtica doctrina de la Imagen (O Icono) la que dirige la mirada de los fieles hacia la adorable Persona del Señor, excluyendo toda forma de idolatría. Esta doctrina fue definida por la Iglesia contra la herejía iconoclasta. La imagen del Sagrado Corazón puede ser representada de diversas maneras, pintada o esculpida, sin aislar el Corazón, sino representándolo en el conjunto de su Cuerpo, especialmente su rostro, su Santa Faz (cf. nota 33).

Como símbolo corporal, el símbolo del corazón de Jesús evoca la verdad de la Encarnación, de su Santo Cuerpo, animado por un alma espiritual y en el que «habita toda la plenitud de la divinidad» (cf. Col 2, 9). Así, es el símbolo de un «triple amor»: «En realidad, hay un triple amor que se contiene y nos deslumbra en la imagen del Corazón del Señor. Ante todo, el amor divino infinito que encontramos en Cristo. Pero además pensamos en la dimensión espiritual de la humanidad del Señor. Desde ese punto de vista, el corazón ‘es símbolo de la ardentísima caridad que, infundida en su alma, constituye la preciosa dote de su voluntad humana’. Finalmente ‘es símbolo de su amor sensible‘» (n. 65). 

Esta doctrina fue admirablemente desarrollada por San Juan Eudes (candidato al Doctorado de la Iglesia) en su última gran obra: El Corazón admirable. Para él, el símbolo del Corazón de Jesús significa inseparablemente su Corazón Corporal, su Corazón Espiritual y su Divino Corazón, abarcando todas las dimensiones de su Humanidad y Divinidad.

Al final de este capítulo y para introducir los siguientes, el Papa nombra a Santa Teresa de Lisieux en referencia a su anterior exhortación apostólica C’est la Confiance: «Ante el Corazón de Cristo es posible volver a la síntesis encarnada del Evangelio y vivir lo que propuse hace poco tiempo, recordando a la querida Santa Teresa del Niño Jesús» (n. 90).

A esta luz presenta el tema de los dos últimos capítulos: «En los capítulos siguientes pondremos de relieve dos aspectos fundamentales que la devoción al Sagrado Corazón debe reunir hoy para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero» (n. 91).

El amor que da de beber

4. El largo capítulo 4, titulado El amor que da de beber, vuelve a la fuente de la Sagrada Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento, centrándose en particular en el último acontecimiento de la pasión de Jesús narrado por San Juan: el costado traspasado de Jesús en la cruz, del que brotan sangre y agua (cf. Jn 19, 33-34).

Su Costado permanece abierto después de la Resurrección, y la herida oculta de su Corazón sigue siendo siempre la fuente inagotable de salvación para todos los hombres, el lugar del nacimiento continuo de la Iglesia, su Esposa. La palabra femenina pleura, empleada por San Juan, designa inseparablemente la costilla y el costado, y es la palabra utilizada por la traducción griega de la Septuaginta en el relato simbólico de la creación de Eva de la costilla o del costado de Adán (cf. Gn 2, 21-22). Siguiendo las huellas de los Padres griegos, Santa Catalina de Siena nunca dejó de contemplar este misterio de la Iglesia, Esposa de Jesús, incorporada a la «cueva de su Costado», purificada en su Sangre e inflamada por el Amor Infinito de su Corazón. Catalina, Doctora de la Iglesia, nos ofrece una teología extraordinaria que simboliza el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Presentando las Resonancias de la Palabra de Dios en la historia (n. 102-108), la encíclica nos ofrece una hermosa síntesis del desarrollo de la espiritualidad del Corazón de Jesús, desde los primeros Padres de la Iglesia hasta nuestros días.

Después de mencionar las importantes figuras de Santa Catalina de Siena (n. 111) y San Juan Eudes (n. 113), el Papa destaca sobre todo el nuevo e inmenso desarrollo de esta espiritualidad del Corazón de Jesús a partir del siglo XVII, con la enseñanza de San Francisco de Sales (n. 114 s.) y la experiencia mística de Santa Margarita María Alacoque (n. 119 ss.), religiosa de la Visitación, orden fundada por San Francisco de Sales. Con San Claudio La Colombière (n. 125 ss.), esta «nueva declaración de amor» que es la experiencia de Santa Margarita María tendrá una gran resonancia en la Compañía de Jesús (n. 143 s.).

Al final de este recorrido, San Carlos de Foucauld y Santa Teresa del Niño Jesús son presentados como los grandes representantes de esta espiritualidad para la Iglesia y el mundo de hoy (n. 129-142).

Al final de este capítulo, el Papa retoma los temas tradicionales de la Consolación del Corazón de Jesús y de la Compunción de nuestro Corazón (n. 151-163), mostrando que no se trata de exageraciones sentimentales piadosas, sino de verdades profundas de la vida espiritual, sólidamente fundadas desde el punto de vista teológico, estando siempre la Iglesia de la tierra íntimamente presente en los grandes acontecimientos de la salvación que son la Pasión, la Muerte y Resurrección de Jesús.

El Corazón de Jesús en su Pasión fue herido por todos nuestros pecados, y fue consolado por todos nuestros actos de amor hacia Él y hacia el prójimo sufriente. El creyente que contempla amorosamente a Jesús crucificado ve, al mismo tiempo, su infinito Amor por nosotros y la inmensidad de su sufrimiento causado por nuestro pecado. Esta fue la experiencia fundamental de los primeros conversos en Pentecostés, después de las últimas palabras del apóstol Pedro: «‘Dios le hizo Señor y Cristo, a este Jesús a quien vosotros crucificasteis’. Al oír esto, se les traspasó el corazón (cumpuncti sunt corde, Hch 2, 36-37)».

Nuestro Papa Francisco desarrolla este tema en párrafos de gran belleza: «La herida del costado, de donde brota el agua viva, sigue abierta en el Resucitado. Esa gran herida producida por la lanza, y las llagas de la corona de espinas que suelen aparecer en las representaciones del Sagrado Corazón, son inseparables de esta devoción. Porque en ella se contempla el amor de Jesucristo que fue capaz de entregarse hasta el fin. El corazón del Resucitado mantiene estas señales de la entrega total que implicó un intenso sufrimiento por nosotros. Por eso resulta de algún modo inevitable que el creyente desee reaccionar, no solamente frente a ese gran amor, sino también ante el dolor que Cristo aceptó soportar por tanto amor.

»Vale la pena rescatar esa expresión de la experiencia espiritual desarrollada en torno al Corazón de Cristo: el deseo interior de darle un consuelo. No trataré ahora la práctica de la ‘reparación’, que considero mejor situada en el contexto de la dimensión social de esta devoción, por lo cual la desarrollaré en el próximo capítulo. Ahora sólo quisiera concentrarme en ese deseo que muchas veces brota en el corazón del creyente enamorado cuando contempla el misterio de la pasión de Cristo y la vive como un misterio que no sólo se recuerda, sino que por la gracia se vuelve presente, o mejor, nos lleva a nosotros a estar místicamente presentes en ese momento redentor. Si el Amado es el más importante, entonces, ¿cómo no querer consolarle?» (n. 151-152).

Mientras que la reparación será considerada en su dimensión social, el consuelo y la compunción son considerados en la dimensión personal, en la relación más íntima de amor entre los fieles y Jesús en su Pasión. En los párrafos siguientes, el Papa da la justificación teológica citando a Pío XI (n. 153) y a Santo Tomás de Aquino (n. 154, nota 157).

Todos los santos compartieron la certeza de San Pablo: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2,20), la certeza de haber sido conocido y amado personalmente por Jesús cuando en su pasión dio su vida para salvarnos. En su exhortación apostólica C’est la confiance (n. 33), el Papa citó las expresiones más fuertes de Teresa de Lisieux, expresando su certeza de que siempre había sido conocida y amada personalmente por Jesús en su infancia, así como en su Pasión. [Santo Tomás da la mejor justificación teológica para esto afirmando que Jesús, desde el primer momento de la Encarnación, siempre tuvo en su alma humana la visión de Dios cara a cara. De este modo pudo ver y amar personalmente a cada ser humano, viendo también el pecado que había asumido tan dolorosamente en su Pasión.]

Esta experiencia personal e íntima de «corazón a corazón» con Jesús, experiencia gozosa y dolorosa de amor, excluye cualquier forma de dolorismo que induzca a la culpa, así como excluye cualquier intimismo egoísta. Es la fuente de un amor ilimitado al prójimo. Así, el último párrafo introduce el siguiente capítulo: «Esto nos invita a tratar de profundizar en la dimensión comunitaria, social y misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo. Al mismo tiempo que el Corazón de Cristo nos conduce al Padre, nos envía a los hermanos» (n. 163).

Amor por amor

5. El quinto y último capítulo es como la coronación de la encíclica. Se titula Amor por amor, expresión utilizada por muchos santos, como Santa Catalina de Siena, Santa Margarita María, Santa Teresa de Lisieux. Es la respuesta al Amor de Jesús, a su «sed de amor» expresada por Él en la Cruz (cf. Jn 19,28), a través de la práctica de la caridad hacia Él y hacia el prójimo, en comunión viva con su Corazón, que es la fuente del amor más grande a nuestros hermanos y hermanas. Si Cristo resucitado ya no muere ni sufre (cf. Rom 6, 9), sin embargo, sigue viviendo su pasión en los miembros de su Cuerpo místico, identificándose con los que más sufren (cf. Mt 25, 31-46).

A la luz de esto, el Papa muestra cómo «este vínculo entre la devoción al Corazón de Jesús y el compromiso con los hermanos y hermanas atraviesa la historia de la espiritualidad cristiana», considerando «algunas resonancias en la historia de la espiritualidad» (n. 172), refiriéndose siempre al testimonio de los santos.

Es allí donde retoma de manera amplia y original el gran tema de la reparación al Corazón de Jesús (n. 181-204), insistiendo en su dimensión social, comunitaria y misionera. La reparación que consiste en «construir sobre las ruinas» (n. 181) es como una «prolongación del Corazón de Cristo» (n. 191s). Propone la formulación más bella de esto en la Ofrenda al Amor Misericordioso de Santa Teresa de Lisieux (n. 195-199).

François-Marie Léthel, OCD

Traducción del francés de Pablo Cervera Barranco.

Lisieux, 1 de diciembre de 2024, Primer Domingo de Adviento

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»