Tras este episodio de la pesca milagrosa el Señor les anuncia lo que espera hacer con ellos: hacerlos pescadores de hombres, es decir, asociarlos a su misión de rescatar a la humanidad, a cada hombre. Y ellos responden sacando las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Esta respuesta puede parecer un tanto repentina, pero antes de la llamada Jesús les está preparando. Nuestra respuesta a los requerimientos de Dios es siempre ayudada. La gracia de Dios siempre previene la respuesta del hombre. Jesús les muestra cómo actúa con el poder de Dios. Han presenciado milagros de Jesús, en la sinagoga cura a un endemoniado (Lc 4, 33-37), entrando en la casa de Simón curó a su suegra (4, 38-39), al atardecer de ese día curó a cuantos le trajeron. Le ven atendiendo a deshoras, desde “la puesta del sol”. Jesús no se reserva. Así les va preparando para responder con generosidad.
Dice San Lucas, como de pasada, que “había dos barcas”, y “se subió a la de Pedro”. Nada de esto es casual. Las cosas no suceden por que sí. Todo esto forma parte de la preparación del corazón de Simón y también de Santiago y Juan. Pero los planes de Dios comenzaron mucho antes. Los ha elegido, como a nosotros, antes de la constitución del mundo (cf. Efe. 1,4-5).¡Hay una elección divina que precede a nuestra existencia! La vocación de Simón, Andrés o Juan no es el fruto de unas casualidades (que estuvieran ahí sus barcas, que se subiera a la de Simón…) o de que Jesús haya descubierto unas cualidades especiales en ellos. Más bien ha sido al revés: Dios ha dispuesto esas “casualidades”. Dios nos ha elegido antes de crear el mundo y sólo después nos crea con las cualidades y dones adecuados para aquello a lo que hemos sido elegidos. En la vocación de cada uno se ha dado esa elección divina Primero nos ha elegido y después nos ha creado para cumplir esa llamada. La elección precede a nuestra existencia, es más, determina la razón de ser de nuestra existencia. San Juan Pablo II recordaba lo determinante que es la vocación de cada uno. “La vocación de cada uno se funde, hasta cierto punto, con su propio ser: se puede decir que vocación y persona se hacen una misma cosa” (Porto Alegre, 5-VII-1980).
Jesús quiere contar con Simón para que la multitud, agolpada alrededor de Cristo, pueda oír la palabra de Dios. Para ello le ruega aparte un poco la barca de tierra. Cristo le rogó a Pedro ¡Le rogó! Cuánta delicadeza por parte del Señor, cómo respeta nuestra libertad. Hemos de estar atentos a las insinuaciones del Señor a través de tantas personas y acontecimientos si queremos oír su voz. Ahora Jesús le va a mostrar el poder de su palabra diciéndole: “rema mar adentro”. San Pedro ofrece una resistencia razonable: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada. Cuántas “excusas” “razonables” podemos ponerle tú y yo al Señor para no terminar de seguirle, de obedecerle, de vivir una mayor entrega ¡remar mar adentro! Toda la seguridad de Pedro estará en eso. Pedro se asombra de lo que han hecho al arrojar las redes en nombre de Cristo. Antes había presenciado milagros ¡ahora los realizaba en el nombre de Cristo! Esto es un cambio cualitativo. No dejar de asombrarnos. San Pedro se sobrecoge ante la grandeza de lo que Jesús ha hecho a través de él: “cayó de rodillas… diciendo aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador… Así tu y yo, muchas veces cuando tocamos nuestra indigencia y la grandeza de lo que Dios obra a través de cada uno.
Que nuestra Madre, nos ayude a ser muy dóciles al requerimiento de su Hijo a lo largo de cada jornada
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