30/07/2025

Domingo XVI Tiempo Ordinario – Ciclo C

Se asombraría el bueno de Andrei Rublev de la trascendencia adquirida por el icono que alumbrara en su clausura de monje ortodoxo allá por el siglo XV. Recoge la escena que narra hoy la primera lectura. En el texto encontramos una desconexión gramatical del uso de plurales y singulares que se esclarece cuando más adelante (no aparece en el fragmento de hoy) aclara que es el Señor y dos ángeles.

No obstante, la escena ha sido interpretada teológicamente como una revelación de la Trinidad en el Antiguo Testamento. Y este es el motivo que lleva al monje a crear lo que se considera como el icono más importante referido a la Trinidad. Está escrito (los iconos no se «pintan» sino que se «escriben») para introducir a los fieles en la contemplación del misterio del Dios Uno y Trino, que es la síntesis de toda la historia de la salvación. Pero con una perspectiva determinada: la de huésped.

El salmo responsorial hace referencia a la tienda del encuentro, donde estaba el Arca de la alianza y era el lugar del tú a tú con Dios. Pero por el don de la gracia santificante, en realidad, podríamos darle la vuelta al salmo: es el Señor el que nos lo dice: ¡Quiero hospedarme en tu tienda, en tu alma!

Nada mejor que descubrir esto en Betania, en la casa de María y Marta: es Dios el que entra, el que tiene la iniciativa de ir. Aclaro que no dice nada el evangelista sobre la identidad del sitio, pero yo le hecho un poco de morro porque es mi argumento principal: ese hogar en que hoy Jesús se hospeda es un lugar maravilloso de revelación de secretos divinos. Evidentemente falta Lázaro en el relato, pero es que se había ido a comprar unos dulces al convento de benedictinas y no llegó a tiempo para testimoniar su presencia.

La escena es creíble a más no poder, minuciosamente descriptiva de lo que pasa tantas veces en la familia o en el trabajo: una persona que trabaja mucho más que los demás —tan disfrutones— e interiormente reniega de su mala suerte por la insensibilidad de quienes no se dan cuenta del trabajo que realiza y no le echan una mano. Digo que es una escena muy creíble porque —confieso— me veo muy reflejado en ella… El problema de Marta no es que estuviera haciendo mucho: es que lo hacía quemada… y por eso salta. Dios ha venido a la tienda de Marta… y Marta está quemada. Algo no va bien.

Jesús saca de su agobio a la hacendosa hermana: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Lejos de no valorar el trabajo que realizaba, más bien soluciona un problema en su intención, que es enfermedad pandémica hoy día: un trabajo y un servicio sin amor está vacío y puede ser quemante. Para que haya trabajo hecho con amor o, por decirlo más espiritualmente, para que haya cruz llevada con amor, primero se ha de experimentar ese amor. El amor de Dios no es un amor cualquiera que se pueda conseguir de cualquier modo: es un regalo, una revelación, una experiencia de gracia. Hace pocos días celebramos a San Benito, cuyo lema era «ora et labora», por ese orden. Marta estaba en lo segundo, pero saltándose lo primero, que es en lo que está María.

Tenemos la suerte de que Dios está en nuestra tienda, en nuestra alma, hablándonos, contándonos cosas, escuchando, consolando… El fuego del amor de Dios en nuestra tienda lo descubrimos en el «ora», y es la fuerza necesaria para que el absorbente «labora» no nos queme. Para ser muy activos y nuestras obras den mucho fruto, primero hemos de ser muy contemplativos, llenarnos del amor de Dios.