13/03/2025

¿DÓNDE VAS, PALOMA BLANCA?

 ¿DÓNDE VAS, PALOMA BLANCA?


I. LA VÍA DOLOROSA

¿Dónde vas, Paloma Blanca,
cuando el día se oscurece,
cuando el cielo se desangra,
cuando el aire ya no crece?

¿Qué es este luto en tus ojos?
¿Qué es esta pena sin grito?
¿Qué es este llanto callado
que aprieta los huesos fríos?

Te empujan, no te miran,
te golpean los codos sin verte.
Las voces son dardos de piedra,
los hombres escupen la muerte.

Pero tú sigues.

Sigues con el alma abierta,
sigues con el pecho roto,
sigues con el sol de espinas
calcinándote los ojos.

Porque Él camina y tú caminas.

Porque su cruz pesa y tú la sientes.

Porque su herida arde en tu carne,
y su paso quiebra tus sienes.

Y entonces sus ojos te buscan,
te buscan entre la sombra,
te buscan entre la sangre,
te buscan aunque no logran
abrirse entre la ceniza
que las lágrimas le entorchan.

Y le miras.

Y te mira.

Y el mundo entero se quiebra en un instante.

Y aunque Él no pueda hablarte,
aunque su boca se cierre,
aunque su rostro esté cubierto
de polvo, hiel y de muerte,

Él sabe.

Sabe que estás allí.

Sabe que no le abandonas.

Sabe que su cruz la llevas
dentro del alma y los hombros.

Y sigues caminando.


II. EL CALVARIO

¿Dónde vas, Paloma Blanca?

¿Qué más puede hacerte el dolor?
¿Qué más puede arrancarte el aire?
¿Qué más puede torcerte el alma
si el Gólgota ya es un valle
donde la muerte ha extendido
su mantel de carne y sangre?

Tú lo sabes.

Sabes la forma del clavo.
Sabes el eco del hierro.
Sabes la grieta del hueso
cuando el martillo ha golpeado.

Y lo escuchas.

Y la madera se tiñe.

Y el sol se vuelve un lamento.

Y el Hijo abre los labios
y en ellos solo hay silencio.

Y la cruz se alza.

Y la cruz se mece.

Y la cruz se rompe en un quejido
que nadie en la tierra entiende.

Pero tú sí.

Tú lo entiendes.

Tú entiendes el grito ahogado,
tú entiendes la sed sin agua,
tú entiendes la piel rasgada,
tú entiendes la entrega en llamas.

Porque lo diste a la vida
en la cuna de tus brazos,
y ahora lo das a la muerte
en la cruz de su costado.

Y cuando el sol se desploma,
cuando el día se hace espanto,
cuando el Justo baja el rostro,
cuando el aire queda en llanto,

tú sigues de pie.

Porque si el Hijo se entrega,
tú también te has entregado.


III. LA NOCHE DEL SEPULCRO

¿Dónde vas, Paloma Blanca?

¿Dónde buscas lo que ya es sombra,
dónde abrazas lo que ya es frío,
dónde besas lo que ya es muerte
si el alba no ha roto el vidrio
de esta noche detenida
sobre el vientre del olvido?

Lo llevas en tus rodillas.

Como cuando era un suspiro,
como cuando fue un latido,
como cuando la madera
de un pesebre fue su abrigo.

Pero ahora la madera
es de cruz y no de cuna,
y el que un día fue camino,
ahora es piedra desnuda.

Y lo miras.

Y su carne se ha dormido.

Y su boca se ha callado.

Y su sangre ya no quema
porque el frío se la ha llevado.

Pero tú sigues en pie.

Porque si Él ha cerrado los ojos,
tú los cierras pero esperas.
Porque si su voz se ha extinguido,
tú la guardas en la arena.

Porque aunque la piedra ruede,
y aunque el mundo quede en sombra,
y aunque el cielo no responda,

tú esperas.

Tú esperas.

Tú esperas.


IV. EL ALBA DE LA ESPERANZA

¿Dónde vas, Paloma Blanca?

Si el mundo entero se esconde,
si la noche se alza negra,
si el sepulcro guarda el sueño
de la muerte que gobierna,

¿Por qué sigues?

¿Por qué aún late en tu pecho
una luz que no se apaga?
¿Por qué aún bebes la brisa
como si fuera una llama?
¿Por qué tus labios no tiemblan,
por qué tus manos no caen,
por qué tus pasos avanzan
cuando todo retrocede?

Porque tú sabes.

Porque tú sientes.

Porque en la entraña de la sombra,
cuando nadie lo comprende,
cuando todo está dormido,
cuando el aire apenas gime,

algo tiembla.

Algo cambia.

Algo empieza a levantarse
dentro de la misma piedra.

Y tú lo sientes.

Y tú lo sabes.

Y tú lo miras.

Y en la grieta de la noche,
donde todos ven ceniza,
donde la muerte ha reinado,
donde la vida no brilla,

tú ves el alba nacer.

Porque no nace en el cielo,
ni en la aurora,
ni en la cima.

El alba ha nacido en ti.

Y cuando la luz se abra paso,
y cuando la piedra ceda,
y cuando el mundo despierte
al milagro que ya llega,

tú ya habrás visto la Gloria,

porque en tu pecho,

ya arde.

Óscar Méndez Oceguera 

PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD

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