14/11/2024

Dos mujeres acuden al padre Thimotée para un exorcismo: dos historias distintas y un ocultismo común

El padre Timothée Longhi es sacerdote de la Comunidad de las Bienaventuranzas. Durante muchos años fue formador de seminaristas de esta realidad eclesial. Les transmitió su convicción de que “el sacerdote está hecho para el pueblo de Dios como el padre está hecho para los hijos”.

Es propio del ministerio sacerdotal “escuchar”, afirma, y tuvo oportunidad de hacerlo intensamente cuando fue designado responsable del centro espiritual Le Relais Pascal, en Sables d’Olonne, en la diócesis francesa de Luçon (Vendée). Solía oír a diario quince o veinte confesiones de “personas con grandes sufrimientos”, porque en lugares de retiro como ése “uno asiste a verdaderos nacimientos o renacimientos en Dios: personas que muy a menudo están en una búsqueda dolorosa y con las que hay que hacer todo un trabajo de acompañamiento. Hay personas que te dicen: ‘Usted es mi última oportunidad. O eso o el suicidio’”.

El padre Timoteo es exorcista, y muchas personas que acuden a él lo hacen por esa razón. Una labor en la que “hay una dimensión de compasión, que es cada vez más importante. Esas personas tienen una auténtica necesidad de liberación. El acompañamiento consiste en ayudarlas a retomar el control de su historia y proponerles un camino de oración y de conversión”.

El padre Timothée Longhi, formador de seminaristas, director espiritual y exorcista.

Actualmente, el padre Longhi es uno de los tres exorcistas de la diócesis de Bayona, cuyo pastor es el activo y evangelizador obispo Marc Aillet.

Precisamente como exorcista ha contribuido al dossier especial sobre El diablo. El gran olvidado de la religión incluido en el número 363 (noviembre de 2023) de La Nef.

La aportación del padre Timothée son dos testimonios de sendas mujeres a las que exorcizó, Moana y Katia.

Sus historias, muy distintas, muestran el extraordinario riesgo que implica la práctica del ocultismo como puerta abierta al demonio.

Moana

Moana vivió una infancia marcada por el sufrimiento. A los 3 años perdió a su padre en un accidente y luego su madre de entregó de tal manera a las drogas y a una “sexualidad desordenada” que prácticamente no se ocupaba de sus hijos. Al cabo de ocho años, se suicidó.

Esa realidad terrible se superponía a otra aún peor: a los 5 años, Moana sufrió un abuso sexual, y luego lo padeció continuadamente de los 11 a los 18 por parte de su abuelo materno.

La ruptura interna que todo ello supuso era campo abonado para lo que vino después: “Unos amigos de mi familia me expusieron desde muy joven al mundo de lo oculto, hasta que finalmente yo recurrí personalmente al ocultismo (güija, escritura automática) para intentar comunicarme con mis difuntos”.

Videncias, adivinaciones, tarot… Formas de abrirle la puerta al demonio incluso sin ser consciente de ello. Foto: Pavel Danilyuk / Pexels.

Tras el nacimiento de su primera hija, Moana se casó civilmente, y no había pasado mucho cuando a su marido le diagnosticaron ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Los médicos le dieron poco tiempo de vida. “A raíz de esto”, cuenta Moana, que para entonces ya tenía 33 años, “mi tío me invitó a participar en una oración de la Renovación Carismática. Fue allí donde mi vida cambió”.

Para bien y para mal, matiza ella misma.

Para bien, porque recibió la fe (“Cristo mismo se manifestó y yo le consagré mi vida”) y se curó inmediatamente de su adicción al tabaco.

Para mal, porque “se manifestó un auténtico desencadenamiento de poderes ocultos: desplazamiento de objetos, fenómenos eléctricos incluso sobre una televisión apagada, ruidos en las paredes, horribles visiones, el agua del grifo que salía hacia arriba…”

A pesar de su incipiente conversión, Moana no había abandonado sus prácticas ocultistas: “Mantenía relación con un mundo que creía compatible con mi nueva fe. En ese terrible contexto, sobre todo por la noche, no podía hacer la señal de la Cruz: una pesada mano invisible me lo impedía. Llegaron numerosas desgracias: doce abortos espontáneos, bloqueo a todos los niveles, sobre todo material y económicamente”.

Necesitó años para que su conversión fuese realmente completa: “Fui renunciando a todas mis prácticas ocultistas, que por fin se me revelaron perversas… Gracias a mis nuevos amigos cristianos, comencé un camino de liberación. En los primeros tiempos, vivía bloqueos en situaciones de diálogo o de oración. Todo ello no me impidió proseguir mi vida espiritual con una participación diaria en el oficio de laudes y frecuente asistencia a misa. Recibí gracias de perdón y de liberación de los traumas de mi infancia, sobre todo los relacionados con las violaciones”.

Los años fueron pasando con muchas dificultades: la enfermedad de su marido, la difícil educación de sus tres hijos, que tuvieron problemas con las drogas, el alcohol o la sexualidad desordenada… Llegó un momento en el que Moana volvió a experimentar, y con más fuerza que antes, manifestaciones nocturnas, en particular pesadillas y visiones horribles.

“Un día que ya no podía más”, recuerda, “me dirigí al padre Timothée para pedir la gracia de una nueva efusión del Espíritu Santo. Para mi sorpresa, el discernimiento de la oración sugirió una necesidad de exorcismo más apremiante de lo que yo pensaba. Comenzaba una nueva etapa de liberación, más difícil todavía”.

Moana vivió signos de posesión que se fueron precisando a medida que iba haciendo sesiones de exorcismo, a lo largo de seis años y medio: «Me desconectaba de la vida, vivía terribles impedimentos para mis emociones y mis sentidos, no soportaba a mi entorno, no soportaba la luz, no tenía gusto ni olfato, dejé de lavarme porque la sensación del agua era terrible, no comía, no dormía, me sentía ocupada por una fuerza extraordinaria. Mi vida espiritual estaba totalmente bloqueada: me costaba entrar en una iglesia, me resultaba imposible rezar, recibir la Eucaristía o el sacramento de la reconciliación”.

Las sesiones de exorcismo fueron al principio largas y muy seguidas, y a través de ellas fueron descubriendo cosas de su vida y de su familia que incluían rituales satánicos. Asistía a misas de reparación por esos pecados, pero durante los tres días posteriores a esas misas se exacerbaban sus problemas interiores. Poco a poco, sin embargo, fue recobrando el dominio sobre sí misma y en una fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, tras largas horas de exorcismo, pudo volver a comulgar.

Tras más de seis años de exorcismos periódicos, Moana decidió entregar a Dios su hipersensibilidad y sus pensamientos negativos, y guiada por el Espíritu Santo empezó a “intentar vivir una actitud de confianza y abandono según el caminito de Teresa de Lisieux”.

Ahora que han pasado años de su “liberación”, Moana quiere ser -y de ahí que se lance a relatar su periplo vital- “testigo del poder de Dios y de la importancia de elegir bien tu vida”.

Katia

“Yo fui una niña que por fuera parecía normal”, empieza contando Katia, “pero siempre me sentí diferente”. Nació en una familia cuyos miembros tenían dones como el de curación, el de videncia, etc. Cuando cumplió 10 años, le confirmaron que ella también era poseedora de esos dones extrasensoriales: “Dominar esas capacidades se reveló como una tarea compleja que duró años, y cuanto más aprendía, más evidente se hacía su amplitud”.

Tanto fue así, que Katia se sintió impulsada “de forma irresistible” a vender su salón de peluquería para consagrarse totalmente a la práctica del magnetismo, de las terapias energéticas, de la limpieza de lugares, del chamanismo: “Constaté que mis dones se desarrollaban de forma extraordinaria a medida que los practicaba. Adquirí un auténtico renombre en toda mi región y fuera de ella”.

Tanto se exacerbó su don de clarividencia, por ejemplo, que le impedía salir de casa: “Escuchaba continuamente los pensamientos de los demás. Las fuerzas oscuras que me habían atormentado durante toda mi vida se convertían en un ejército que no me dejaba en paz, especialmente por la noche, de modo que dormía de día. En varias ocasiones sentí que Satanás intentaba tomar posesión de mi cuerpo”.

En ‘El exorcista’, la madre de la pequeña Regan (interpretada por Linda Blair) ha llevado a cabo prácticas ocultistas, que han podido estar en el origen de la posesión de su hija.

Asustada, Katia buscó ayuda: “Siempre me había sentido como atraída por la Iglesia, aunque no la frecuentaba. Por ello decidí un día consultar a un sacerdote exorcista, y luego a otro. Pero, para mi gran sorpresa, me aconsejaron proseguir mis actividades de magnetismo, y sus oraciones no mejoraron nada mis problemas. Siguiendo el consejo de mi pareja, pedí una cita con el padre Timothée. Tras varias horas de conversación, el discernimiento estaba claro: yo había sido sacrificada y ofrecida a Satanás por una persona de mi familia, involucrada en la masonería”.

Comprendió que su vida había estado marcada por un dolor debido a esos poderes preternaturales de su familia: “Un sufrimiento convertido en un malestar continuo, una lucha permanente para terminar lo que empezaba, dificultades de aceptación de mi situación, un aborto espontáneo, numerosas relaciones tóxicas, malos encuentros, complicaciones sistemáticas en mis relaciones afectivas, desequilibrio emocional, problemas constantes de sueño, la persecución de Satán…”

Katia se sometió durante cinco meses a sesiones de exorcismo: “Todas fueron muy dolorosas, pero a pesar de todo sentía en mí un cambio profundo. Renuncié a todas mis prácticas esotéricas y me abrí activamente a la fe católica. Me alejé de Satanás y me acerqué a Jesús, con quien empecé a hablar. Tras lo cual, todo sucedió muy rápidamente. Recobré el sueño desde la primera sesión y mi estado físico y psicológico mejoró progresivamente. Puedo decir que recobré mi libertad«.

Katia hizo la Primera Comunión en Navidad y recibió la confirmación en Pentecostés: «Ahora tengo la alegría de vivir la santa misa diaria en mi parroquia, que es muy viva”.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»