«Estaba la gente apiñándose alrededor de él y se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
Seguimos en este tiempo ordinario acogiendo la Palabra de Dios como en el alimento diario que Jesús nos ofrece para que experimentamos su compañía y su amor. En nuestras vidas nos gustaría reconocer más signos de Dios en medio de lo que vivimos. Confirmaciones que nos aseguren que vamos por el buen camino. Pero Jesús nos descubre que detrás de esa petición lo que se oculta es una actitud “perversa”, así define a la generación con la que le tocó vivir. Detrás de buscar señales y milagros lo que hay es un afán por controlar a Dios y dejar de vivir en la confianza total en Él. Nos falta limpieza de corazón reconocer que Dios acompaña toda la realidad que nos configura. “Los limpios de corazón verán a Dios”, dice Jesús en la Bienaventuranzas. Si no lo vemos, no es problema de Dios. El problema lo tenemos nosotros que no tenemos una mirada limpia sobre la realidad.
El acceso a lo divino en mucho más inmediato y cercano de lo que pensamos. Buscar intervenciones divinas milagrosas, extraordinarias, que superan los canales habituales de la acción salvadora de Dios. Es dudar de lo que el mismo Dios nos dice en el Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno”. El Espíritu de Dios acompaña toda la realidad creada, y sus huellas son reconocibles en nosotros mismos, en los demás y en toda la creación. Toda la realidad está preparada para que a través de lo visible reconozcamos el Dios invisible.
La proclamación de Jonás, la acción profética de la Iglesia a través de la predicación, de la enseñanza, de la catequesis, del acompañamiento espiritual, es el camino real del discipulado. Es cierto que Jesús hizo milagros, pero sólo al principio de su vida pública, como un deseo de que las personas reconocieran su divinidad, el Dios que se acerca a la historia para liberar a lo humano del peso del sufrimiento y del pecado. Pero según se acerca a Jerusalén, al núcleo del Misterio Pascual, deja los milagros y se expresa a través de gestos y palabras. La Iglesia heredera de la acción pastoral de Jesús, ofrece también a través de la predicación, de los sacramentos, de su acción caritativa y de la celebración litúrgica los medios eficaces y ordinarios que nos llevan al encuentro con Él. No hace falta más.
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