18/10/2024

EL ASOMBRO: FUNDAMENTO DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA

“El asombro es el principio de la sabiduría” – Santo Tomás de Aquino.

En su libro «Educar en el asombro», Catherine L’Ecuyer nos recuerda la importancia de cultivar el asombro en los niños como una parte esencial de su desarrollo. En un mundo cada vez más secularizado y apresurado, redescubrir la capacidad de maravillarnos ante la creación de Dios es una tarea urgente y necesaria. Este asombro no solo despierta la curiosidad, sino que también es una vía para que los niños descubran la verdad y la belleza del mundo que Dios ha creado.

El asombro, desde una perspectiva católica, es más que una simple emoción. Es una forma de reconocer y honrar la obra divina presente en todo lo que nos rodea. Cuando un niño se maravilla ante la perfección de una hoja, el vuelo de un pájaro o la complejidad de una flor, está, en realidad, entrando en contacto con la magnificencia de Dios. Este contacto es una pequeña teología accesible y comprensible, que despierta en el niño una reverencia profunda por el Creador.

L’Ecuyer afirma: “El asombro es el motor del conocimiento y del aprendizaje. Cuando un niño se asombra, desea saber más, investigar, descubrir” (L’Ecuyer, 2012). Esta capacidad de asombrarse es esencial para que los niños no solo adquieran conocimientos, sino que también se formen como personas integrales y conectadas con la verdad de la creación divina.

La educación en el asombro es, en esencia, una educación en la verdad. Según Santo Tomás de Aquino, toda verdad es un reflejo de Dios, la Verdad absoluta. Por lo tanto, cuando los niños aprenden a maravillarse ante las pequeñas cosas de la creación, están aprendiendo a reconocer y amar la verdad en su forma más pura. Este reconocimiento es el primer paso hacia una comprensión más profunda y más rica de la fe católica.

G.K. Chesterton, en sus escritos, celebra el sentido del asombro y destaca cómo las cosas más simples pueden revelarnos verdades profundas. Chesterton escribe: “El mundo no perecerá por falta de maravillas, sino por falta de asombro» (Chesterton, 1908). Para Chesterton, el asombro no es solo una respuesta emocional, sino una actitud filosófica y espiritual que nos mantiene conectados con el misterio y la magnificencia de la vida. Desde esta perspectiva, el asombro se convierte en una forma de adoración, una manera de reconocer la mano de Dios en cada aspecto de la creación.

En la educación católica, el asombro tiene un lugar central. No se trata simplemente de enseñar contenidos académicos, sino de formar el carácter y el espíritu de los niños. El objetivo supremo de la educación católica es guiar a los niños hacia su fin último: llegar a Dios. Cuando les enseñamos a maravillarse ante la creación, les estamos enseñando a ver la mano de Dios en todas las cosas. Esto fomenta una actitud de gratitud y humildad, virtudes esenciales en la vida cristiana.

Además, el asombro lleva a los niños a una mayor conciencia de sí mismos y de su lugar en el universo. Al contemplar la belleza y la complejidad de la creación, los niños se dan cuenta de que son parte de un plan divino mayor. Esta comprensión les proporciona un sentido de propósito y dirección, y les ayuda a desarrollar una relación más profunda y significativa con Dios.

En contraste, el abuso de la tecnología y la realidad virtual representa un desafío significativo para la educación en el asombro. Las pantallas de los celulares, tablets y otros dispositivos electrónicos, aunque útiles en ciertos contextos, a menudo sustituyen la experiencia directa de la naturaleza y la interacción humana. La exposición constante a estos medios puede embotar la capacidad de asombrarse, ya que los estímulos artificiales reemplazan la maravilla genuina que ofrece la creación divina.

El exceso de tecnología no solo afecta la capacidad de asombro, sino que también puede desviar a los niños de la verdad. Las imágenes y experiencias virtuales, aunque atractivas, a menudo carecen de la profundidad y el significado que se encuentran en la creación de Dios. Los niños pueden volverse insensibles a la belleza natural y perder la capacidad de ver la mano de Dios en su entorno cotidiano.

Por lo tanto, es crucial fomentar un equilibrio saludable. Los niños necesitan más contacto con la naturaleza y menos dependencia de las pantallas. Al salir al aire libre, explorar los bosques, observar las estrellas y maravillarse ante la vida silvestre, pueden redescubrir la pequeña teología de cada ser, cada obra de Dios.

Educar en el asombro no es solo una técnica pedagógica, sino una misión espiritual. Al cultivar esta capacidad en los jóvenes, les estamos dando herramientas para vivir una vida plena y significativa, en la que la curiosidad y la maravilla sean guías constantes. En un mundo que a menudo valora la velocidad y la eficiencia sobre la contemplación, estos valores son más importantes que nunca.

En resumen, el asombro es una fuerza poderosa que nos conecta con la esencia de la existencia. Al aprender a maravillarnos ante las pequeñas cosas, podemos encontrar una fuente inagotable de inspiración y comprensión. Como sugieren L’Ecuyer y Chesterton, cualquier niño puede entender esta pequeña teología. Es a través del asombro que los niños pueden descubrir la verdad y la belleza de la creación de Dios, y así, crecer en sabiduría y santidad.

OMO

Bibliografía:

Aquino, Tomás de. Suma Teológica. 1274.

Chesterton, G.K. Orthodoxy. John Lane Company, 1908.L

‘Ecuyer, Catherine. Educar en el asombro. Ediciones Palabra, 2012

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