27/12/2024

El Braille y la ONCE: dos realidades íntimamente ligadas a personalidades católicas notables

Cada 4 de enero se conmemora el Día Mundial del Braille, proclamado como tal por la ONU en 2019. El Braille es un sistema de lectoescritura que hoy utilizan 285 millones de personas ciegas en todo el mundo. Son seis puntos que, con 64 combinaciones, se usan para componer letras y números, escribir en cualquier idioma, leer partituras o anotar partidas de ajedrez.

El católico Louis Braille

Su nombre está dedicado a su creador, el francés Louis Braille (1809-1852), también ciego desde niño, que nació un 4 de enero y de cuya arraigada y profunda fe católica nada suele comentarse. Por suerte, el personaje ha sido estudiado en profundidad, y los estudios biográficos están en acceso libre en internet para profundizar en la apasionante vida de este personaje que, además de inventar este lenguaje, fue un excepcional maestro y músico organista, que deleitó en vida a la feligresía de varias parroquias de París, muriendo joven y santamente de tuberculosis, pero dejando un legado que perdurará por siglos.

Una historia de cómo Braille, siendo niño, perfeccionó los trucos que le había enseñado su padre para dar lugar al lenguaje que hoy permite a los ciegos leer texto y música.

Precisamente una de esas biografías, la más completa a decir de algunos, titulada La vida y la obra de Luis Braille, escrita por Pierre Henri en 1952 y publicada en español en 1988, recoge las profundas creencias católicas de Braille. Se basa en parte en otra biografía más antigua titulada Notice biographique sur L. Braille, leída por su autor, Hipólito Coltat, discípulo y amigo de Braille, el 25 de mayo de 1853 en la inauguración de un busto de su maestro.

Braille, cuenta Coltat, «no se limitaba a la influencia beneficiosa de sus palabras, sino que unía a ella la acción y la entrega. Gustaba de servir y socorrer aliviando en lo que podía los sufrimientos de los desgraciados. Cuando hacía el bien, mostraba tanta sencillez y delicadeza que se escondía, digámoslo así, para que el beneficiado no viera la mano del bienhechor. Sabía que no basta con dar, sino que es menester hacerlo con ese espíritu de caridad cristiana que respeta ante todo la dignidad del alma humana en la persona del pobre. La profunda fe que le animaba le inclinaba a la nobleza de sentimientos, y como decimos, la religión que siempre había cultivado con tanta asiduidad como convicción le permitía contemplar la proximidad de la muerte, si no sin emoción, al menos sin miedo».

«¿Braille llegó alguna vez a considerar su ceguera más bien como una bendición?», se pregunta Henri.

Y responde citando de nuevo a Coltat cuando, en el acto citado, evocó el accidente que dejó ciego a su amigo: «¡Ya está! ¡La suerte está echada! ¡Su destino va a cambiar por completo, ya que nace a una nueva vida! Pasará de la oscura ignorancia y profunda y funesta indiferencia en que, desgraciadamente tantas veces viven los campesinos, a una vida intelectual y activa, en el seno de las luces de la gran ciudad; su alma arderá en el fuego de la ciencia y de las virtudes sociales, morales y religiosas. Se va a entregar plenamente a buscar el bienestar de aquellos que pertenecen a la interesante clase de la que va a formar parte. ¡Oh, ceguera! ¿Eres tú de verdad una desgracia cuando produces semejantes resultados?»

Sin embargo, Henri matiza: «Coltat, ciego como Braille, lo que en rigor expresa aquí es su afán por hallar una compensación a su propia inferioridad física, y nada nos da pie para creer que el modesto y humilde muchacho haya nunca compartido tal sentimiento, ni se haya enorgullecido de su defecto, del puesto a que le permitió elevarse ni del bien que, gracias a él, pudo hacer».

Braille murió el 6 de enero de 1852. Un mes antes, cuenta Henri, «en la noche del 4 al 5 de diciembre de 1851, dos días después del golpe de Estado» de Luis Napoleón que le convertiría en Napoleón III y abriría paso al Segundo Imperio, «tuvo un vómito de sangre más violento e impresionante que todos los que había tenido hasta entonces, hemorragia cuya causa inmediata fue quizá un catarro mal cuidado. Durante los días siguientes el accidente se repitió cada vez más terrible, según las personas que asistían al enfermo».

En 1952, al cumplirse un siglo de su muerte, los restos de Louis Braille fueron trasladados con todos los honores al Panteón de París.

Coltat dejó constancia de la actitud cristiana de Braille ante la muerte en aquellas circunstancias: «Permanecía muy tranquilo; mas sintiendo que su vida estaba en peligro pidió por precaución los auxilios espirituales, recibiendo los sacramentos con una devoción y un respeto realmente edificantes».

«Al siguiente día de esta conmovedora y solemne ceremonia», prosigue Henri su relato, «el enfermo dirigió las palabras siguientes al amigo que tenía el privilegio de visitarle más a menudo, el cual las guardó en lo más hondo de su corazón como un tesoro precioso: «El día de ayer es uno de los más hermosos y más grandes de mi vida. Cuando se ha pasado por esto, se comprende todo el poder y la majestad de la religión. Mas ¡oh insondable misterio del corazón humano! estoy persuadido de que mi misión sobre la tierra está terminada; ayer he saboreado las delicias supremas; Dios se ha dignado a hacer brillar a mis ojos los esplendores de las eternas esperanzas. ¿No parece que ya, después de todo esto, nada había de tener fuerza para apegarme a la tierra? Pues bien; aunque yo pedía a Dios ciertamente que me llevase del mundo… sentía que no se lo pedía muy fuerte»».

Podríamos seguir con citas literales, pero recomendamos al lector que se dirija a la obra antes mencionada (puede descargarse gratuitamente), de la cual han sido tomados los anteriores párrafos, para descubrir una vez más lo que los católicos hemos dado a la humanidad y que tan poco se conoce.

Los orígenes de la ONCE

Pero como las gracias nunca vienen solas, vamos a unir al Día Mundial del Braille otra efeméride recientemente celebrada, la del 85º aniversario de la fundación de la Organización Nacional de Ciegos Españoles, la popular ONCE, cuya relación con el catolicismo es casi mayor que la de Braille.

La efeméride se conmemoró el pasado 13 de diciembre de 2023, día de Santa Lucía, emitiéndose un cupón especial.

La ONCE se puso en marcha el 13 de diciembre de 1938 en Burgos, en plena Guerra Civil. Con el siguiente escueto texto es referido tal acontecimiento en la web oficial de la ONCE: «Nacía, el 13 de diciembre de 1938, la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE). En su decreto fundacional, de esta fecha, se otorga a la ONCE la explotación, para su digno sustento, del que se denominó cupón ‘prociegos’, cuyo primer sorteo se celebró el 8 de mayo de 1939».

Como con Braille, se silencia así la catolicidad de quien fuera su fundador, Javier Gutiérrez de Tovar y Beruete (1911-2003), quien por suerte publicó en 1988 un libro en el que contó todas las peripecias acaecidas en la fundación La creación de la Organización Nacional de Ciegos a través de mis vivencias, y en cuyo texto encontramos varias referencias a sus creencias:

Javier Gutiérrez de Tovar y Beruete, en 1946. Quedó ciego a los tres meses de edad a consecuencia de una enfermedad contagiosa. En sus vivencias recuerda la «profunda fe cristiana» de su madre, que le transmitió: «De niño fui portador de reliquias de Covadonga,  Limpias, Lourdes y El Pilar. Siempre llevaba y llevo el escapulario de la Virgen del Carmen y aquella madre que recuerdo con lágrimas en los ojos me hizo de la congregación del Niño Jesús de Praga, muy milagroso».

-En la Presentación: «En este libro se pretende demostrar, a través de los hechos, la tesis de que el ciego no es un incapacitado por causa de su ceguera que Dios le da infinitos medios de compensar, sino por el erróneo tratamiento que se le da en la familia, en la escuela, en el trabajo, en suma, en la sociedad que le rodea, obligándole a replegarse en sí mismo o a convivir casi exclusivamente con personas que padecen su misma desgracia».

-En su discurso del 25 de agosto de 1938 ante el pleno del XXV Congreso de la Asociación
Española para el Progreso de las Ciencias reunido en Santander: «En estos momentos de resurgimiento patrio, en que todas las actividades nacionales se están reorganizando en apretado haz de hermandad para constituir un disciplinado sistema de trabajo, los ciegos no quieren ni deben permanecer ajenos a este patriótico afán. Es necesario agruparlos, bajo la dependencia del Servicio Nacional de Ciegos que deberá crearse, en una federación a base de asociaciones provinciales y delegaciones locales, que llegue hasta el lugar más apartado de España a enjugar las lágrimas de tantos desgraciados, más que por la falta de vista, que Dios les compensa con creces, por el abandono e incomprensión en que se encuentran

-Al evocar un galardón recibido: «Cuando el 24 de junio de 1982 y el 23 de abril de 1983 recibí las comunicaciones de concesión de la Cruz de Sanidad y de la Encomienda del Mérito Civil, respectivamente, comprendí que ‘los caminos de Dios son inescrutables’«.

-En el epílogo: «Mi experiencia me enseñó que la verdadera desgracia está en la maldad, con sus secuelas de egoísmo, envidia y odio. Que todas las penalidades, incluso la ceguera, valen la vida que Dios nos descubre si tenemos abiertos los ojos del entendimiento».

El proceso de creación

En su síntesis histórica publicada en El Debate, el historiador Luis Eugenio Togores cuenta que en 1937 Javier Gutiérrez de Tovar, a la sazón presidente de asociación de ciegos La Hispalense de Sevilla, impulsó el nacimiento de la Federación Bética de Ciegos para aglutinar las pequeñas asociaciones de ciegos de Andalucía y Extremadura. Simultáneamente, en Burgos, un grupo de invidentes liderados por Fernando Martínez-Burgos, Primitivo Pérez y Mariano Ortega trabajaban para el nacimiento de una nueva organización para la protección y promoción de los invidentes españoles. Por suerte, finalmente se unieron.

El 25 de agosto de 1938, en Santander, en el Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, Gutiérrez de Tovar expuso una ponencia en defensa de la creación de una Organización Nacional de Ciegos, que se fundó el 13 de diciembre de 1938, festividad de Santa Lucía (patrona de los invidentes), y que en 1952 pasó a llamarse Organización Nacional de Ciegos Españoles.

La ONCE emplea actualmente a más de 70.000 personas. Sus orígenes católicos son indiscutibles.

Retazos de historia…

Como lo fue la propia atención a los ciegos. Por citar solo algunos ejemplos: San Lino organizó en Siria en el siglo V una especie de refugio para ciegos vagabundos donde se les enseñaba a cantar al Señor y se les alimentaba; San Beltrán, obispo de Mans, fundó en el año 623 un hospital para ciegos; y el rey San Luis IX de Francia protegió en 1260 a la congregación de los Quinze-Vingts, un asilo para ciegos de ambos sexos de París con derecho a mendigar por toda Francia.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»