En 2021 se fabricó en Canadá un bulo anticatólico que incluía todos los elementos de emotivización y victimización característicos de la cultura woke: 150.000 menores nativos arrancados a sus padres e internados en residencias a la fuerza, cientos de niños desaparecidos, fosas comunes…
¿Cuál es la realidad? Que decenas de templos fueron asaltados e incendiados como ‘respuesta’, pero no se han encontrado los restos de un solo cuerpo.
Cristina Gauri cuenta toda la historia y el estado actual de las investigaciones en el número de abril de Il Timone:
La gran mentira de los internados
Convence a un pueblo de odiarse a sí mismo y a su propia historia: exhórtalo a demonizar, encarnando en el eidolon del Mal absoluto, sus propias raíces culturales y religiosas, y harás que acoja con entusiasmo cualquier tipo de manipulación propagandística. Crea una categoría que haya que victimizar e instila en el pueblo la culpa, utilizando un relato creado ad hoc.
Exhórtalo a que se siente colectivamente culpable del crimen mencionado más arriba, persiguiendo a quien se opone al lavado del cerebro y tachándolo de «negacionista»: rezará de rodillas, como rindiéndose ante un soberano conquistador (recordemos a todo Occidente genuflexo por la muerte del afroamericano George Floyd), y eliminará su cultura y se reprogramará. Abatirá las estatuas, censurará los libros, silenciará a los autores y a los profesores. E incendiará los lugares de culto.
Esto es lo que ha sucedido en Canadá a partir del 27 de mayo de 2021, donde desconocidos han incendiado 83 iglesias católicas como reacción a la noticia difundida por Rosanne Casimir, jefa nativa americana de la tribu de Kamloops, según la cual un georradar había hallado «algunas anomalías del terreno», clasificables como «probables sepulturas» de 215 «niños desaparecidos» en un manzanal de un antiguo internado (activos entre 1879 y 1996, estos internados se crearon para educar a los indígenas; eran administrados principalmente por las Iglesias católica y anglicana, a fin de asimilar a los jóvenes nativos a la cultura canadiense y convertirlos al cristianismo).
La doctora Beaulieau, la antropóloga que publicó la nota difundida por la jefa nativa americana, recomendó prudencia, subrayando que «solo un examen forense (léase: excavación), podría confirmar la existencia de las supuestas sepulturas».
El inicio de la mentira
¡Vaya con la prudencia! Gracias al trabajo entusiasta de los habituales cagatintas y políticos liberales, el carromato de la culpa colectiva se puso en marcha enseguida para crucificar al colonizador malo, blanco y católico. Aquellos, siguiendo el guion habitual, acogieron como caídas del cielo las declaraciones de la jefa Casimir, y se dedicaron a difundir la noticia sin realizar ningún tipo de verificación.
Pablo Muñoz Iturrieta, profesor argentino afincado en Canadá, expone los resultados de las pocas excavaciones realizadas en el lugar de las supuestas fosas comunes.
De todos los rincones del país surgieron como setas avisos de supuestas «sepulturas sin nombre» y «niños desaparecidos». Por fin, también Canadá podía gozar de «su momento George Floyd» de pura white guilt [culpa blanca]. Basándose en meras suposiciones y avisos vagos, el país y su historia fueron reducidos a un osario de niños nativos americanos arrancados a sus familias y encerrados en instituciones, despojados a la fuerza de su cultura, torturados (sic!), abusados y asesinados por verdugos perversos pertenecientes al clero católico canadiense.
El relato estaba corroborado -es un modo de decirlo- por las oscuras narraciones de algunos ancianos nativos americanos «detentadores del saber», guardianes de la cultura nativa transmitida oralmente, que como tal no podía ser puesta en discusión ni contradicha, so pena la oportuna acusación de actitud «irrespetuosa» y «racista» respecto a la cultura nativa.
[Lee en ReL: Las escuelas residenciales de Canadá eran un desastre, pero lo de las fosas comunes es un bulo]
El primer ministro Trudeau añadió más peso sobre la balanza del «pánico moral» al elevar las supuestas sepulturas al rango de víctimas con la orden de izar las banderas canadienses a media asta en todos los edificios federales. Incluso llegó a definir «comprensible» la cadena de incendios que en esos meses vieron implicados a decenas y decenas de edificios de culto católicos. En resumen, la recomendación «a la prudencia» acabó en el retrete; había que hablar de «genocidio de nativos americanos» y se promulgaron leyes que castigaban a quienes negaran el fin intrínsecamente genocida de los internados canadienses.
Ni siquiera un hueso
Tres años después de ese 27 de mayo no se ha encontrado una sola fosa común, ni un solo cuerpo, ni siquiera un hueso, en los lugares indicados. En estos tres años, ha dado la impresión de que la gran mayoría de las conciencias canadienses residía en el limbo de la culpa blanca. Humillarse «basándose en la confianza»; es más, por un acto de fe.
Sin embargo, existe también un Canadá que se opone a este relato, guiado por un pequeño grupo de profesionales (jueces, abogados, profesores, periodistas e investigadores), que tienen una gran experiencia en la valoración y discusión de pruebas controvertidas. De su esfuerzo conjunto nace el libro El error de las tumbas. Cómo nos engañaron los medios (y la verdad sobre las escuelas residenciales, que recoge algunos de los mejores ensayos que desmienten las falsedades acerca de los internados y el falso mito de las fosas comunes.
‘El error de las tumbas’: un libro en torno al bulo mediático sobre las tumbas y la verdad sobre las escuelas residenciales de Canadá. El título juega con el doble sentido de la palabra ‘grave’ en inglés: ‘grave’ y ‘tumba’. Por lo cual también podría traducirse como ‘Grave error’.
Grave Error [título en inglés] examina de manera quirúrgica los factores históricos y desmonta la falsa narrativa de las sepulturas sin nombre, de los niños desaparecidos, de la supuesta asistencia forzada a los internados, de la mentira del «genocidio de nativos americanos», dividiéndola en tres macroáreas de interés: la debilidad de las afirmaciones fácticas sobre las sepulturas y los «niños desaparecidos»; la incalificable conducta de los medios de comunicación y los políticos en la creación del caos; y la descabellada exageración de los juicios negativos sobre los internados.
El libro demuestra con detalle que todos los elementos principales del relato de Kamloops son falsos o muy exagerados. Ni en Kamloops ni en otro lugar se ha hallado una fosa común. Ni siquiera una. A fecha de agosto de 2023 eran veinte los avisos de «anomalías» del terreno descubiertas por el georradar cerca de internados en todo el país, pero la mayor parte no ha sido excavada. Sí, porque el gobierno canadiense, blandiendo un oportuno «respeto por la cultura indígena», se niega a excavar en los lugares de sepultura, dejando que los nativos americanos lleven a cabo investigaciones independientes de manera arbitraria y amateur. Por consiguiente, qué hay -o no hay- en el subsuelo es algo que se desconoce todavía. En las pocas zonas en las que ha habido excavaciones no se han hallado sepulturas.
Ausencia de denuncias
En otras palabras, no hay «niños desaparecidos». ¿Se pude excluir que haya habido abusos? ¿Los internados fueron una experiencia positiva para todos los que estaban en ellos? Probablemente no. En Grave Error se explica que el mito de los estudiantes desaparecidos nació de la incapacidad de los investigadores de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de llevar a cabo controles cruzados sobre los documentos históricos de los internados y los niños que asistían a ellos. La documentación existe, pero los comisarios no la utilizaron. ¿Por qué? ¿Y por qué razón, se preguntan los autores de Grave Error, los padres nativos americanos nunca denunciaron las desapariciones o las misteriosas muertes de sus hijos? ¿Por qué nunca se transmitieron sus nombres en la memoria oral transmitida por los «detentadores del saber»?
[Lee en ReL: Sin rastro: 18 estudios cuestionan las fosas comunes de las escuelas residenciales de Canadá]
Las historias de los medios de comunicación sobre los internados están casi siempre acompañadas por la gravísima afirmación según la cual 150.000 estudiantes habrían sido arrancados por la fuerza a sus padres y «obligados a asistir» a estos institutos. Sin embargo, dicha afirmación ha resultado estar tergiversada y el libro explica por qué. La realidad que los medios de comunicación dominantes se olvidan siempre de explicar es que la élite y la alta y media burguesía nativo americana se formó en estos internados.
Los cuales, hasta 1990, gozaban de una cobertura mediática muy favorable, hasta cuando Phil Fontaine, el presidente regional de Manitoba, apareció en un popular programa de televisión de la CBC afirmando que había sufrido abusos sexuales en uno de ellos. Y todo, como es habitual, sin proporcionar detalles ni especificando quiénes habían sido los supuestos autores de los abusos.
Cinco mil millones de dólares en indemnizaciones
A este punto, como es habitual, empezaron a surgir denuncias de abusos que acabaron en los tribunales. Para evitar congestionar el sistema judicial, en 2005 el gobierno liberal de Paul Martin negoció un acuerdo otorgando cinco mil millones de dólares en indemnizaciones a unos 80.000 solicitantes. En 2008, el primer ministro Harper pidió perdón públicamente por la existencia de los internados y en 2015, la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, creada por él, concluyó que los internados se habían manchado de «genocidio cultural».
El paso sucesivo, a fin de reforzar el creciente sentimiento anti-blanco y anti-católico, podía tener que ver -es más, tenía que ver- con un genocidio físico. Entonces surgieron los niños desaparecidos, las fosas comunes, hasta el otoño de 2022, cuando la Cámara de los Comunes dio el consentimiento unánime a una moción anteriormente rechazada «según la cual lo que ha sucedido en los internados ha sido un genocidio», a pesar de que lo que se afirma que ha ocurrido no satisfaga la definición formal y reconocida a nivel internacional de «genocidio».
Hoy en día, todo el que intente aclarar este asunto, o ponga en duda el relato de los medios de comunicación dominantes, es tachado de «negacionista» y es amenazado de ser llevado a juicio. Por este motivo la claridad, la honestidad y el rigor expositivo de El error de las tumbas. Cómo nos engañaron los medios (y la verdad sobre las escuelas residenciales resultan aún más valientes y encomiables.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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