12/01/2025

El calendario que hoy usa todo el mundo es un logro científico de la Iglesia Católica

El Jubileo, también conocido como Año Santo, es un tiempo de gracia, perdón, renovación espiritual y reconciliación con Dios y los demás. Se puede celebrar en cualquier momento que dictamine el Papa, aunque la norma suele ser cada 25 años; de ahí que ahora tengamos el de 2025.

Esta celebración encuentra su raíz en la tradición judía. El Libro del Levítico nos habla del año jubilar (Lv 25,10), que el pueblo de Israel celebraba cada 50 años. Así, tomando como base esta práctica ancestral, la Iglesia decidió hacer lo propio a partir del año 1300, con una frecuencia que inicialmente fue de 50 años, pero que más tarde pasó a establecerse cada 25 años. Parece ser el deseo de Dios derramar su misericordia con mayor frecuencia.

Lo cierto es que, sea cual sea la periodicidad, los años jubilares apuntan hacia el año 1, el primero de nuestra era, que lógicamente toma su sentido en el nacimiento de Jesús.

El año que nació Jesús

Sin embargo, a más de uno le sorprenderá saber que Jesús no nació realmente en el año 1.

La explicación se encuentra en que el cálculo del año de nacimiento de Jesús fue realizado en el siglo VI por el monje Dionisio el Exiguo, quien cometió un error al determinar la cronología de los eventos históricos, especialmente al datar el reinado de Herodes y el censo que ordenó el emperador César Augusto (recordemos que estos son los principales datos que rodean al nacimiento de Jesús según el relato de los evangelios). Por ello, el nacimiento de Jesús no coincide exactamente con el inicio del calendario cristiano. Existe un desfase de en torno a 4 y 6 años, según los historiadores.

Pero eso no debe preocuparnos demasiado. Resulta evidente que el calendario actual toma su origen en el nacimiento de Cristo. A veces ocurre que hay personas que no desean felicitar la Navidad, pero no se dan cuenta de que no pueden escapar de una realidad que impregna toda nuestra historia. Así, días después felicitan el Año Nuevo y, con ello, están reconociendo, en el caso que nos ocupa ahora, que hace aproximadamente 2025 años nació Jesús. Es decir, felicitar el Año Nuevo es, en el fondo, una costumbre cristocéntrica.

Todo el mundo usa hoy el calendario cristiano

Si bien en otras religiones y culturas tengan otros calendarios, como es el caso de los judíos, los musulmanes o los chinos, la Providencia ha querido que el calendario cristiano sea el que se haya impuesto. Es el que marca el tiempo a escala global. Por mucho que existan textos donde ni siquiera se citen las fechas como “después de Cristo” sino “de nuestra era”, cabe preguntar: ¿en qué era vivimos? La respuesta lógica es: en la era cristiana.

Aunque en nuestra sociedad moderna se quiera ocultar la figura de Jesús, Él es y seguirá siendo la persona más importante que ha existido en la historia, tanto que marcó la manera de contar los años, y la Iglesia tuvo mucho que ver con este asunto.

Dejar el viejo calendario de Julio César

Como decíamos, Dionisio el Exiguo, monje y matemático de origen bizantino de finales del siglo V y comienzos del siglo VI, fue quien desarrolló el cálculo del Anno Domini (Año del Señor) para determinar la fecha de la Pascua.

Hasta entonces, en Occidente se utilizaba principalmente el calendario juliano, instituido por Julio César en el año 45 a.C. Este se basaba en introducir un año bisiesto cada cuatro años, lo que hacía que los años tuvieran, en promedio, una duración de 365,25 días. Además, tenía como punto de origen el 753 a.C., la fundación de Roma.

El paso del calendario juliano al gregoriano se benefició de la autoridad del Papa en países católicos.

Aunque menos popular que el calendario juliano, el emperador Diocleciano introdujo una versión modificada. Esta consistía en hacer que el comienzo de su reinado, en el 284 d.C., marcara el inicio de una nueva era. ¡Ahí es nada! El propio Diocleciano se arrogó el honor de que su figura marcara un antes y un después en los tiempos.

Jesucristo, por el contrario, siendo el Hijo de Dios, no reclamó semejante distinción. Esto no resulta extraño: vino al mundo en un establo, en medio de una familia pobre, y aceptó la muerte más ignominiosa, una muerte de cruz.

Es algo que a muchos les cuesta entender, pero el Reino de Cristo, tal como él mismo dijo, no es de este mundo. Por eso pronunció estas palabras: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” (Mt 20, 25-26). Y claro, como el mayor servidor, es lógico que Jesús no reclamara ningún honor.

Dejó a los cristianos la decisión de cómo organizar sus tiempos, y así, a medida que el cristianismo se fue extendiendo por el Imperio Romano, surgió el interés por establecer un calendario marcado por la figura de Cristo.

Primer objetivo: ¿cuándo celebrar Pascua?

Con todo, el principal objetivo de los primeros cristianos no era fijar el nacimiento de Jesús como el origen del calendario actual. El tema más importante era determinar cuándo celebrar la Pascua de Resurrección, ya que “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también es nuestra fe” (1 Cor 15, 14).

En los primeros siglos, las diversas comunidades cristianas seguían diferentes tradiciones para determinar la fecha de la Pascua. En algunos lugares se celebraba en una fecha fija (como el 14 de Nisán, en el calendario judío), mientras que otras la celebraban en un domingo cercano.

En el Concilio de Nicea (325 d.C.) se unificó este evento tan importante. Se fijó la fecha de la Pascua bajo tres condiciones:

– debía celebrarse en domingo,
– después del equinoccio de primavera (alrededor del 21 de marzo)
– y en el domingo posterior a la primera luna llena de primavera.

El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico, y este año se celebra el 1700 aniversario.

En aquel entonces, ortodoxos y católicos estaban unidos. Siglos después, llegaría la división. De modo que este aniversario es una oportunidad para volver a los orígenes. Por ejemplo, el patriarca Bartolomé ha hecho un llamado para que nos pongamos de acuerdo en la fecha de la Pascua (a lo largo de los años, ortodoxos y católicos han divergido en el cálculo que determina el día de la Pascua de Resurrección). Este paso apoyaría la plena comunión entre ambas comunidades.

Un desajuste que se acumulaba con los años

Al margen de esta cuestión, la otra gran aportación de Dionisio el Exiguo además de la datación aproximada del año de nacimiento de Cristo, fue calcular cuándo tendría lugar la Pascua en un plazo de 95 años. Para ello, se basó en el ciclo metónico, que es un período de 19 años solares en el que las fases de la Luna y las fechas del calendario solar vuelven a coincidir casi exactamente. Ese «casi» provocaría que su predicción no funcionara a largo plazo, algo de lo que no era consciente.

Un problema similar ocurría con el calendario juliano, donde se introduce un año bisiesto cada cuatro años, de modo que, de promedio, los años duran 365,25 días, un valor muy cercano a la duración del año solar, pero de nuevo inexacto. Así que, tanto con el ciclo metónico como con el calendario juliano, el paso de los siglos iba introduciendo un desajuste.

Beda el Venerable, doctor de la Iglesia del siglo VIII, popularizó el sistema del Anno Domini de Dionisio en su obra Historia ecclesiastica gentis Anglorum, y además calculó que el calendario juliano tenía un desajuste acumulativo de un día cada 128 años, lo que provocaba que la fecha del equinoccio de primavera se desfasara respecto al calendario. Este cálculo es asombroso, ya que, a día de hoy, con los medios tecnológicos de los que disponemos, el desfase obtenido es prácticamente el mismo.

Más tarde, en el siglo XIII, el franciscano Roger Bacon instaba al Papa, en sus cartas, a reformar el calendario, pero la jerarquía de la Iglesia tardaría algo en recoger el guante.

Otro grande de la Edad Media, el cardenal alemán Nicolás de Cusa (siglo XV), volvió a la idea de ajustar el calendario juliano. Su propuesta era eliminar días para restaurar el equinoccio de primavera a su fecha original, el 21 de marzo.

Así que por ahí iban los tiros: reajustar el error ya cometido, que al final de la Edad Media era de más de una semana, y cambiar el sistema de años bisiestos para que el error no se repitiera. Pero ¿cómo lograrlo?

El reto astronómico era muy grande, y prueba de ello es que solo la Iglesia católica se enfrentó a este desafío. Lo haría en el Renacimiento, a lo largo del siglo XVI.

El papel de la España del siglo XVI

Podemos leer en algunos sitios que el calendario actual, el gregoriano, se lo debemos a España, o al menos que nuestro país tuvo un papel fundamental. Se trata de una visión fruto del nacionalismo hispánico. No cabe duda de que España ha tenido un papel muy importante en diversos aspectos de la historia: el descubrimiento de América, la primera vuelta al mundo, etc.

Pero en esta ocasión no podemos decir que España sea la principal protagonista. En este asunto ha tenido que ver bastante un libro de la profesora Ana Carabias, Salamanca y la medida del tiempo, en el que se indica lo siguiente:

La Universidad de Salamanca inventó en 1515 un procedimiento matemático
que permitía enlazar en un cómputo convergente el distinto ritmo del Sol y de la Luna; y lo hizo de forma tan exitosa que este procedimiento fue el que finalmente ratificaron los expertos vaticanos y el propio pontífice como base de la reforma gregoriana del calendario.

Esta idea ha sido duramente criticada por el historiador inglés Philipp Nothaft, quien señala que no hay evidencias suficientes para sostener esa afirmación.

El calendario del Papa Gregorio

Lo que sí no cabe duda es que se trata de un logro del catolicismo, empezando porque el Papa Gregorio XIII fue quien lideró este proyecto y lo culminó emitiendo en 1582 la bula Inter Gravissimas, donde impuso un nuevo sistema de medición del tiempo: modificó el calendario juliano y ofreció uno nuevo, llamado a partir de entonces «calendario gregoriano».

Eliminó 10 días del calendario (pasando del 4 al 15 de octubre de 1582) para restaurar el equinoccio de primavera al 21 de marzo. Ajustó el cálculo de los años bisiestos: se eliminaron tres bisiestos cada 400 años (los años divisibles entre 100 pero no entre 400 dejaron de ser bisiestos). Así se explica que el año 2000 fuera bisiesto mientras que el 1700, 1800 y 1900 no.

Esta reforma se basó en los cálculos astronómicos más avanzados de la época, liderados por el astrónomo Luigi Lilio, el principal artífice de la reforma, y el matemático jesuita Christopher Clavius.

Luigi Lilio, matemático y médico (de un busto), y Christopher Clavius, matemático jesuita (de un popular grabado).

Por supuesto que se consultó a la Universidad de Salamanca, cuyos informes en respuesta a la petición desde Roma demuestran que España estaba a la vanguardia en astronomía. Pero también se emplearon muchas otras fuentes como las tablas alfonsinas o los cálculos del clérigo polaco Nicolás Copérnico.

Los países católicos, con calendario moderno

Otro aspecto curioso es que solo los países católicos se sumaron inicialmente a la reforma del calendario. Hubo que esperar más de dos siglos para que los países protestantes se fueran incorporando, porque veían en ello una adhesión a los dictados del Vaticano.

Así, por ejemplo, Inglaterra no asumió el nuevo calendario hasta 1752.

Hoy en día, se puede encontrar en internet un mapa de los países donde se utiliza el calendario gregoriano, que es, en el fondo, el calendario cristiano. En este mapa figuran también los países de tradición ortodoxa, aunque para el cálculo de la Pascua se rigen por el calendario juliano, de ahí que las fechas de celebración de católicos y ortodoxos difieran, tal y como se ha comentado antes.

Por otro lado, solo unos países del norte de África y del sur de Asia se resisten a adoptar el calendario gregoriano. Están detrás el hinduismo y el islam, aunque lo cierto es que, incluso en el seno del islam, hay países como Turquía y Arabia Saudí que han dado finalmente su brazo a torcer.

Han reconocido la precisión de este método de contar el tiempo, que, hay que reconocerlo, tampoco logra ser perfecto. Aproximadamente hacia el año 4900 se habrá producido un retraso de un día, pero ¿dónde estaremos para entonces? Solo Dios lo sabe.

El autor, Ignacio del Villar, es autor del blog Ciencia y fe en diálogo, en ReL.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»