La población de Nigeria está al límite y nuestros hermanos en la fe están atemorizados. Los secuestros de sacerdotes y seminaristas, con fines económicos, son semanales. Bandas de delincuentes provocan oleadas de desplazados.
Sus pueblos y ciudades son ocupados por fundamentalistas islámicos, por lo que la islamización del país aumenta a marchas forzadas. «Se está produciendo un genocidio progresivo», asegura Wilfred Chikpa, obispo de Makurd. Sólo en su diócesis han sido atacados 93 pueblos.
Acuden a la Iglesia en busca de apoyo
Maiduguri es la cuna de Boko Haram y en la región operan otros grupos terroristas. Pero también aquí están siendo pioneros en la atención a las víctimas de la violencia, especialmente los que han sido secuestrados o han visto cómo mataban a familiares y amigos.
Da cuenta de ello el proyecto de la Iglesia católica local, el Centro de Atención al Trauma, financiado en parte por Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), donde ya han sido atendidas más de 2.000 personas en menos de cuatro años.
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Joseph Bature Fidelis, sacerdote y director del centro, explica: «Aquí llegan destrozados. Huyen de la violencia y acuden en masa a la Iglesia en busca de apoyo y consuelo y encuentran atención profesional y espiritual y promoción social. La verdadera paz solo se alcanza cuando se cura el trauma de los profundamente heridos».
La diócesis de Maiduguri ha pasado por muchas dificultades. Ha habido una persecución de cristianos constante y planeada, donde han perdido a muchas personas y han matado a muchos cristianos. En este centro post-trauma las personas pueden recibir tratamientos para sanar, para integrarse y reconciliarse, para que puedan superar todo el sufrimiento que han vivido.
Marcus y su familia lograron en dos ocasiones escapar ilesos del ataque del grupo yihadista Boko Haram. La joven fue secuestrada en varias ocasiones por terroristas. En una de ellas, «me llevaron al monte, donde durante seis días me torturaron emocional, física y mentalmente. Sufrí tal cantidad de experiencias terribles y perversas -algo inenarrable- que aquellos seis días me parecieron años. El 15 de noviembre de 2020 me dejaron en libertad y mi madre me llevó al Centro de Atención al Trauma gestionado por la diócesis de Maiduguri».
«Tras varias sesiones de asesoramiento, me llevaron al hospital para un chequeo y para recibir tratamiento si fuera el caso. Después de seis meses de terapia, oración y orientación, ahora estoy recuperada, aunque al principio me resultaba casi imposible dejar atrás mi pasado. Ahora estoy muy feliz, voy a darlo todo para terminar mi carrera universitaria y convertirme en alguien importante para la sociedad. He aprendido el arte de sanar dejando atrás mi dolor. Mi fe se ha fortalecido».
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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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