17/11/2024

El demonio le indicó dónde estaba su enemigo para que fuera a matarlo… pero Dios se lo impidió

Jorge Alfredo Reyes Tinoco nació en 1988 en la ciudad de Moroleón, estado de Guanajuato, México. De niño convivía en la calle con los de su barrio, a quienes admiraba. «Yo la primera vez que probé un cigarro fue a los 8 años, la primera vez que probé una cerveza fue a los 9, la primera vez que vi cocaína fue a los 10, y la primera vez que me emborraché fue a los 11″, recuerda.

En México no llegó a ingerir drogas, pues «me daba mucho miedo». Pero sí inhalaba alguna vez con sus amigos thinner y pegamento. «Incluso ahora, de grande, me gusta mucho el aroma cuando pintan con alguna lata de aerosol; no sé si será porque me recuerda a mi infancia».

¿Qué lleva a un chico a buscar una familia paralela?

La hermandad que imperaba con sus amigos del vecindario era lo que hacía tan atractiva esa vida para Jorge: «Si comía uno, comíamos todos; si robábamos, era para que todos comiéramos. No nos dábamos cuenta de que éramos pobres, no nos dábamos cuenta de que había necesidad, porque siempre estábamos para apoyarnos entre nosotros».

Ahora bien, ¿por qué a Jorge le llenaba más esa familia que la suya propia? Responde: «Lo descubrí años después: era el abandono que yo sentía de mi familia desde una temprana edad, pues yo soy el mayor de mis hermanos; tengo dos hermanas después de mí, y luego un hermano menor, que ya falleció».

‘Si comía uno, comíamos todos; si robábamos, era para que todos comiéramos’, confiesa.

Cuando nació la primera de mis hermanas, yo andaba con ella para todos lados. Luego nació mi segunda hermana, y las dos niñas se apegaron, y a mí, como varón, me hicieron a un lado. Yo sentí que en la familia le daban más amor a ellas que a mí, y me sentí orillado». «Y ahí fue donde yo encontré familia en los ‘compas’ del barrio. Mi trauma psicológico desde los 5 años —continúa— ha sido el abandono. En cambio, en esos ‘marihuanos’, en lo más bajo del mundo, es donde encontré mi hogar».

En busca de asilo

Cuando Jorge era un adolescente de 13 años de edad le gustaba pelear. «Empecé a estudiar la Secundaria, y ahí había unos chavos que me hacían bullying, y, mientras los demás alumnos de primer grado sí se dejaban, yo no me dejaba«.

Los agresores eran como de segundo o tercer grado, y todos les tenían miedo, pero yo no. Si ellos me hacían algo, yo se lo devolvía. Entonces el problema se tornó tan grave que comenzaron a llevar navajas a la escuela.

Ahí Jorge se dio cuenta de que su vida estaba en peligro: lo seguían, lo acorralaban y llegaban a amenazarlo con las armas dentro de la misma escuela. «Así que saqué la excusa de que quería ir a conocer Estados Unidos».

Como tenía visa, pidió a su familia permiso para irse allá a estudiar, y una tía que vivía en Chicago le ofreció asilo. Después su padre decidió que toda la familia se mudara a dicho lugar, estableciéndose todos finalmente en la ciudad de Joliet, cercana a Chicago.

Jorge Reyes, a la izquierda, junto a sus nuevos amigos de la Iglesia.

Un encuentro inesperado con el racismo

«Cuando llegamos a Joliet —confiesa Jorge— me encontré con el racismo de los propios mexicanos. Fue la primera vez que me llamaron ‘mojado’, ‘frijolero’, ‘bracero’. En la Junior High tenía mucho conflicto con los mexicoamericanos».

Tristemente, desde que vivía en México había experimentado rechazos racistas, por lo cual «durante un tiempo sí odiaba a mi propia raza». En su misma patria las muchachas llegaban a decirle: «Estás muy guapo pero estás muy prieto (de piel morena)».

En cambio, entre las estadounidenses, fueran rubias o morenas, «las muchachas se me quedaban mirando y me decían que está bonito mi color de piel«. Gracias a esto, Jorge fue sanando en ese aspecto: «He pasado de odiarme por mi color de piel a empezar a quererme».

En el mundo de las pandillas

Al principio no se interesó por el mundo de las pandillas. Sólo años después «me empecé a involucrar por aburrimiento. Nunca me metí de fondo. Hay chavos que lo tomaban como una opción de vida, y otros lo hacían por necesidad, pero yo lo hacía porque no tenía nada que hacer».

Cuenta Jorge: «En ese tiempo, si traías tu gorra para un lado, indicaba que era de una pandilla. Si la traías para el otro lado, pues eras de otra pandilla. Si tus colores eran rojo y negro pertenecías a tal pandilla, negro y azul a otra, o café y negro, o negro y amarillo. Se escuchaba mucho de eso».

Cuando ingresó a la High School, se mudó con su familia a otro vecindario. «En el primer vecindario la pandilla de ahí usaba rojo y negro. A donde me mudé, que es donde actualmente vivo, el color es negro con azul, y la mayoría de sus miembros son afroamericanos».

Y con ellos encontró Jorge «una nueva zona de confort«. Tanto, que él adoptó su forma de vestir, el tipo de joyas que ellos usan, su música, etc. «Ellos me enseñaron a hablar inglés. Me adoptaron, creo que en parte por mi color de piel, pues soy muy moreno«.

Las drogas en su vida

También fue en la High School cuando Jorge comenzó a consumir marihuana. «Yo era bien ‘marihuano’ cuando tenía entre 15 y 18 años«, confiesa.

La cocaína, en cambio, «sólo la probé una vez, y no me gustó porque sacó al Jorge con el que siempre he peleado, sacó a un monstruo, a un ogro. Me puse súper violento».

Jorge Reyes conoció a su mujer de un modo realmente sorprendente. 

Adicto al sexo

Al paso de los años Jorge tuvo una novia mexicoamericana, la cual se enteró de que Jorge, por un reto que ella misma había suscitado, la había engañado con numerosas mujeres.

Jorge reconoce que ya se había convertido en un adicto al sexo, y explica la causa: «Honestamente es porque yo tenía muchos problemas de autoestima. Especialmente con aquella novia me hice muy inseguro de mí mismo. Y al andar con esas mujeres yo buscaba llenar mi autoestima«.

«Algunas de ellas me decían: ‘¿Por qué no dejas a tu pareja y mejor andas conmigo?‘, y yo contestaba: ‘Contigo me siento a gusto, y si yo estoy aquí es porque tú me das algo que ella no me está dando, pero al final del día la amo'».

Dios le hizo una invitación 

«Me entró el miedo —dice Jorge— porque mi novia también tenía un historial de andar en pandillas y de hacer cosas locas, y temí que me mandara golpear, o que me quemara mi automóvil. Así que yo me quise esconder». 

«Por esos días un amigo me invitó a un retiro de hombres, donde conocería más de Dios, y yo al principio contesté que no, que no era para mí, que no me interesaba saber de Dios». 

«Pero, cuando iban manejando mi auto, escuché una vocecita que me dijo: ‘¿No me vas a regalar un fin de semana, Yo que te he dado tantas cosas?’, y le contesté: ‘Vamos a hacer algo: voy al retiro, pero primero voy a una noche de parranda'».

Así que Jorge planeó ir a divertirse el jueves, pues ya tenía boletos para asistir a un juego nocturno de los Cubs de Chicago, y asistiría al retiro la tarde del viernes y el sábado y domingo completos. Pero el jueves en la mañana, cuando Jorge estaba en su trabajo, le llamó su amigo para rectificar: «Oye, me equivoqué: el retiro empieza hoy a las 4 de la tarde».

Jorge mintió: «Entonces no voy a poder ir, porque voy a trabajar hoy jueves toda la noche, hasta las 2 de la mañana». Mas la vocecita que él había escuchado antes le volvió a hablar: «Regálame todo el fin de semana«. Y Jorge de nuevo puso una condición: «Si les digo en el trabajo que me quiero tomar esos días libres y no se oponen, entonces voy».

Y aunque era requisito pedir permisos con dos semanas de anticipación, su supervisora le dio el permiso sin ningún problema. «Yo, como buscaba pretextos para no ir, hasta me enojé; pero ella me dijo que cuando un buen trabajador quiere un tiempo libre es por algo«.

El retiro que cambiaría su vida

Así que Jorge fue al retiro, organizado por el movimiento Encuentros de Resurrección. «Éramos como 60 caballeros. Ahí es como una montaña rusa de emociones. En la primera noche, 10 de los 60 empezaron a llorar, y yo me asusté bastante. Pero el sábado en la tarde ya también a mí me tocó chillar como a ellos; de los 60, unos 40 estábamos llorando». «

En esa dinámica sacaron al Santísimo, y hasta este día es el más grande que yo haya visto. Parecía un sol y, en el momento en que lo acomodaron, yo sentí como si se me hubieran subido 2 personas a los hombros. Así estuve unos 10 minutos y luego me senté, pero entonces sentí como el peso de 4 personas sobre mí; y yo me resistía hasta que algo me dijo: ‘¡Dobla rodilla, dobla rodilla!’. Y yo todavía me decía: ‘¡No, no, yo no doblo nada!'». «

Estuve peleando como 15 o 20 minutos con esa vocecita que me pedía doblar rodilla, hasta que me cansé y lo hice. Y en el mismo momento en que mis rodillas tocaron el piso, sentí cómo esa armadura que yo cargaba desde los 5 años se me rompía, y que la voz me decía: ‘¡Jorge, esa armadura ya no la necesitas!’. Y empecé a llorar como nunca había llorado en mi vida». «

De ahí en adelante sentí el amor de Dios. Conocí a un Cristo de perdón, de amor. Las personas me preguntan cómo sé que fue algo real, y les cuento que yo antes hacía ‘meditación’ y me alineaba los chakras, y que con eso sientes una energía que viene a tu cuerpo. Cuando sentí la energía de Dios fue como cuando hacía ‘meditación’, pero multiplicado como por mil veces o hasta más. Era una energía tan fuerte, tan hermosa que dije: ‘¡Uauh, Dios de verdad existe y me está sanando este corazón roto que he cargado toda mi vida!'».

De ahí en adelante Jorge comenzó a hacer cambios en su vida. Para empezar, acudió al sacramento de la Confesión.

A punto de cometer un crimen

Tras el retiro, Jorge trató de enfocarse más en Dios, y atraer a su novia hacia el camino de Cristo. «Pero yo aún estaba en una batalla interna, pues sabía lo que tenía que hacer, y estaba peleando con el otro Jorge, al que le gustaba hacer las cosas que no están bien».

A los meses de iniciado su camino de conversión, empezaron los rumores en el trabajo de Jorge acerca de que su novia le estaba siéndole infiel con un compañero de la misma empresa. Él decidió no guiarse por rumores sino preguntar directamente al presunto involucrado, enviándole un par de mensajes por redes sociales y llamándolo por teléfono.

Pero Jorge no obtuvo respuesta; en cambio, su oponente dijo a todos que no le importaba Jorge y que no tenía miedo de él. Y, en un momento en que ambos se cruzaron en un cambio de turno, el compañero sólo le dirigió una sonrisa burlona. «Eso me causó tanto enojo —dice Jorge—, que cuando me tocó trabajar en un mismo turno que él, hasta dejé mi máquina para ir a hablarle, pero él se subió a un montacargas y huyó».

Entonces Jorge decidió lastimar a ese muchacho: «Puse un destornillador en mi bolsillo. Tomé mis llaves y me las coloqué en el puño, entre los dedos. Pensé atacarlo con ambas cosas».

Pero su oponente vio aquello, y fue a buscar al personal de seguridad, el cual lo ayudó a marcharse en su automóvil sin que Jorge lo supiera. «Yo no me di cuenta hasta que mi novia me dijo que él ya estaba en su vehículo. Así que salí corriendo al estacionamiento a buscarlo«. Y no lo encontró. «Me quedé pensando: ‘¿Cómo voy a hacer ahora, si no sé dónde vive él?'».

‘Y en el mismo momento en que mis rodillas tocaron el piso, sentí cómo esa armadura que yo cargaba desde los 5 años se me rompía’.

«Yo le digo a los chavos en mi testimonio que, así como Dios te habla, también el diablo te habla. Porque algo dentro de mí me decía: ‘Da una vuelta aquí, da otra acá, luego una para acá’, y así es como llegué a la casa de él. Miré su auto, sus placas, los detalles que tenía el coche, y así supe que era el suyo y que vivía en ese lugar». 

Él tenía unos perros Pit Bull grandes, y yo le tengo pavor a los perros grandes, pero mi enojo era tan grande que no me importó y toqué a su puerta mientras los perros ladraban. Abrió la puerta, me miró, se asustó y cerró». «Yo seguí tocando mientras le gritaba: ‘¡Abre! ¿No que no tienes miedo de mí? ¡Abre, pues!’. Y, como no salía, se me vino a la mente esta idea: ‘¿Y si le quemo la casa?’. El demonio me hablaba: ‘¡Quémale la casa, tienes razón!'».

La intervención divina

«En ese momento el coche que yo traía no era propio sino rentado, porque hacía como 2 semanas que me había accidentado. Y estaba buscando en él mi cartera y no la encontré, así que no tenía cómo comprar nada«.

Jorge decidió llamar por teléfono a los compañeros de su vieja pandilla para que lo ayudaran a realizar su plan malvado. Les dijo: «Vamos a hacer una barbacoa», y ellos dijeron que sí. Pero cuando le preguntaron dónde estaba, Dios intervino haciendo que la llamada se cortara, y Jorge se dio cuenta de que su teléfono celular estaba «muerto». Intentó cargar la batería pero no traía cargador porque el auto no era suyo.

Entonces siguió tocando la puerta de la casa, aún con intención de golpear a su compañero de trabajo. «Estuve haciendo eso como una hora, hasta que me puse a pensar que tenía dos opciones: sacarle la gasolina al carro (para quemar la casa), pero entonces no tendría modo de llegar a mi hogar porque traía muy poco combustible. O usar esa poca gasolina para manejar hasta mi domicilio«. «

Entonces me resigné y me fui a mi casa. De la de él a la mía se hacían entre 40 y 50 minutos. Y en esa manejada me puse a pensar cómo es que había encontrado su casa, cómo es que di las vueltas correctas en las calles correctas para llegar a donde él vivía, sin yo saber que él vivía ahí. ¿Qué había sido eso que me había dicho por dónde me debía ir y dónde dar vuelta?».

«Supe que había sido el diablo, porque se daba cuenta de que me estaba perdiendo, pues yo estaba comenzando a seguir a Dios, yo amaba a Dios. Y empecé a llorar porque recapacité y me dije: ‘¡Qué babosada estuve a punto de hacer!’. Iba a lastimar a una persona, y yo no sabía si sus hijos estaban ahí o no, así que pude lastimar a niños, cuando para mí hay una regla dorada: si hay un problema con una persona mayor y trae a un niño, ahí se acaba el asunto».

«Entonces empecé a llorar más porque, según yo, le había dado mi vida Dios y, en cambio, había estado a punto de hacer algo terrible».

Una llamada del trabajo

Jorge estaba por llegar a su casa cuando sonó su teléfono, ese mismo que rato antes estaba «muerto». Era un superior de su trabajo quien le llamaba, y le informó que ya sabía lo que había ocurrido, y que tendrían una reunión para discutir su futuro en la compañía.

«Yo llevaba como 5 años en esa compañía: empecé empacando latas hasta convertirme en uno de los operadores más grandes. Y me dije que todo mi esfuerzo de años se me iba a ir«.

El primer año es el más difícil

Analizando lo que ha vivido, hoy Jorge asegura: «El primer año de la conversión es el más difícil«. Por ejemplo, en su caso personal, los días jueves «asistía a la reunión de Perseverancia», pero al salir de ahí «me iba a beber o a un strip club a ver a las muchachas». 

«Todos en la Iglesia me decían que tenía que cambiar y hacer tal o cual cosa. Pero una señora escuchó y me dijo: ‘No les hagas caso. Si no quieres cambiar por ti, no cambies. Tú sigue emborrachándote, tú sigue con mujeres, tu continúa viendo a strippers. Pero, así como vas a seguir haciendo esas cosas malas, vas a seguir yendo también al Santísimo, a la Misa y haciendo los Rosarios, vas a continuar asistiendo a las Perseverancias. Y vas a ver que tú mismo te vas a retirar de tus cosas malas'».

Jorge tuvo gemelas y vive una vida libre de adicciones junto a su mujer.

«Pues hice como ella me dijo. Y me acuerdo que un martes estaba en el strip club con mis compas, tomando una cerveza y mirando a una chica bailar y aventándole dinero. Y de repente me entró una incomodidad tan fea que me dije: ‘¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Yo aquí no pertenezco!’. Me sentí sucio. Me levanté sin decirle nada a nadie». 

«Manejando hacia mi casa me acordé de lo que me había dicho aquella señora. Y me di cuenta de que estaba dejando mis cochinadas, no porque alguien me indicara que las dejara, sino porque Dios me estaba dando la Gracia para poder salir de todo eso».

El último paso

A pesar de todo, Jorge seguía con aquella relación tóxica que sostenía con su novia. Constantemente rompían y se volvían a reconciliar. «Era una adicción», reconoce.

Jorge esperaba que al menos el día de su cumpleaños lo llamara por teléfono o le enviara un mensaje de felicitación, aunque días antes habían peleado. Pero no ocurrió así, y él se fue solo a un bar. Luego un amigo lo invitó a su casa para beberse unas copas a fin de celebrar el cumpleaños, pero Jorge no estaba feliz, y de la casa de su amigo regresó llorando a su propio hogar, y empezó a renegar ante Dios; le dijo:

«¿Para qué me quitaste la armadura de mi corazón? Antes nada me afectaba, nada me hacía llorar, y ahora de todo chillo, ando muy emocional. ¡Yo sé que la regué, pero no me merezco tanto sufrimiento! O al menos eso es lo que pienso. Yo Te amo, Dios, pero sabes que no soy un hipócrita. Si Tú quieres que siga predicando sobre Ti, y qué tan hermoso eres, y qué tan lindo eres, no quiero seguir viviendo así. ¡No sé qué es la felicidad! Nunca la he conocido, pero yo simplemente quiero ser feliz, sea lo que sea y cueste lo que cueste. Sé que la persona con la que estoy no es buena para mí, pero no la puedo dejar».

Cuenta Jorge que al otro día su novia lo llamó, le dijo que, si se hubiera portado bien, ella lo habría felicitado por su cumpleaños y lo hubiera invitado a salir, pero «no te lo mereces». Él fue a verla a su casa y le dijo: «Sólo te pido que me abraces por mi cumpleaños, es todo». Entonces ella lo hizo por compromiso, sin ganas.

Fue entonces cuando él empezó a preguntarse: «¿Por qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo aquí?», y luego le dijo a ella: «Ésta es la última vez que voy a estar en este lugar«. Y se fue, rompiendo definitivamente aquella relación tóxica.

Y Dios le escogió una esposa

Jorge se sentía solo y triste; lleno de tatuajes, pensaba que tampoco encajaba con los demás en los diversos eventos religiosos a los que él asistía buscando ayudar a otros a encontrar a Dios.

Compró una pequeña estatua de Jesucristo, la cual llevaba siempre con él para acordarse de que Dios siempre estaba a su lado. Y este mismo ejercicio lo comenzaría a practicar con su grupo de chavitos, que no sentían que Dios los acompañara. «Yo le decía a alguno: ‘Esta semana Te lo llevas tú, llévalo a donde tú quieras y, cuando te sientas solo, abrázalo y platica con Él, pues Dios está ahí contigo’‘.

Y, en otro retiro, Jorge conoció a quien sería su esposa. Sin embargo, «ella no me llamaba la atención. Me parecía muy fresilla (superficial)», cuenta.

Iba a organizarse un retiro en Nashville, y el grupo eclesiástico al que pertenecían iba a ayudar en él. Luego ella le contaría: «Yo no había pensado ir a ese retiro, pero una señora que acababa de llegar de Tierra Santa me dijo que, si había algún retiro, entonces que yo asistiera porque ahí iba a conocer a mi futuro esposo. Dios le había dado una visión de verme de blanco, casándome».

Por su parte, Jorge dice: «En la última noche del retiro habíamos hecho una fogata, y estábamos todos ahí adorando al Espíritu Santo, y en esa reunión ella compartió su testimonio. De repente, esa vocecita que tantas veces me había hablado, me dijo: ‘Quiero que vayas con ella y le digas lo que te voy a decir‘. Y yo pregunté: ‘¿Qué le digo?’, y la vocecita me contestó: ‘Que no sabes por qué, pero que tú la necesitas en tu vida’. Yo dije: ‘¡Pero ella va a creer que estoy loco o ‘marihuano’!’, mas la voz me insistió: ‘Tú sólo dile lo que Te estoy diciendo’. «

Pero no quise, y dije que no iría, mas la vocecita me indicó: ‘Mírate tu mano’, y yo obedecí y me vi un tatuaje que tengo, que es una Cruz; y me dijo: ‘¿Te acuerdas de la promesa que hiciste cuanto te tatuaste eso?’, y contesté que sí, que ‘iba a ir a donde Tú me mandaras, aunque yo no quisiera, y que Te iba a seguir aunque no quisiera, y no Te iba a cuestionar’. Me dijo: ‘Entonces ve y háblale'». «

Me le acerqué y le dije a ella: ‘Vas a pensar que estoy loco, que estoy tomado o que estoy drogado, pero no estoy nada de eso. Dios me acaba de decir que quiere que te diga esto‘». 

«Ella se quedó sorprendida porque yo no le había hablando nunca desde que nos habíamos conocido. Y dije: ‘Dice Dios que no sé por qué, pero que te necesito en mi vida’. Me preguntó: ‘¿Qué significa?’. Contesté: ‘No lo sé. Dios no me platica todo el plan, nada más me da partes del rompecabezas, y yo estoy como loco averiguando qué es lo que quiere decir; así que nomás te paso el recado'».

Jorge confiesa: «Al momento en que le dije eso, no sé por qué pero me sentí muy atraído hacia ella. Dijo que tenía frío, y fui corriendo a mi cuarto por mi chaqueta y se la di, para que así se quedara platicando conmigo. Y cuando finalmente nos retiramos, me di cuenta de que muchos chavos estaban interesado en ella, y pensé que yo no tendría oportunidad». «

Pero en el regreso de Nashville a Chicago estuvimos conversando, y ya cuando llegamos, que eran las 10:30 de la noche, me pidieron que yo la llevara a su casa, y mientras conducía mi auto le conté mi historia. Ella me preguntó por qué le estaba contando todo eso, y le dije que era para que supiera quién soy yo, mi pasado, y lo que estaba luchando por cambiar, y así tener la oportunidad de entablar una amistad si así ella lo quería«.

«Le conté que mi relación pasada había comenzado con una mentira, y que cuando me enteré de la verdad, dolía mucho, pero que yo ya tenía sentimientos hacia esa persona, ‘y yo no quiero ponerte en ese mismo predicamento; por eso te doy la opción desde ahorita, si quieres conocerme, o bien decirme que no, no hay problema'».

Desde entonces sus pláticas eran por Facebook. Luego Jorge la invitó a tomar un café, y le propuso que fueran a Chicago de fiesta, pero ella le dijo que tenía un horario de llegada a casa, así que él la llevó. Jorge se quedó en el dilema de ir solo a Chicago, o bien retornar a su propio hogar, en Joliet, y se decidió por esto último. Ella se comunicó con él y le preguntó si ya iba para Chicago, a lo que Jorge le contestó: «No, voy para mi casa. Si tú estás en tu casa yo no tengo necesidad de estar en la calle». Al colgar, Jorge finalmente entendió lo que Dios le quiso indicar cuando le dijo: «Tú la necesitas a ella«.

Boda en tiempos de covid, y un sueño profético

Si bien ella estaba muy interesada en Jorge, al mismo tiempo sentía el llamado a la vida consagrada; así que, a pocas semanas de comenzar a ser novios, le dijo a Jorge: «Antes de que tú entraras en mi vida, yo ya estaba en el proceso de discernimiento para ser monja. Tengo que ir a Egipto por un mes para ver si la vida religiosa es para mí».

Fue un mes difícil, pues estando ella en otro país, sólo se comunicaban brevemente. Le confesaría a Jorge más adelante: «¿Sabes por qué casi no hablaba contigo? Porque lloraba después de que colgábamos, porque yo me sentía culpable de escoger mejor a un hombre que a Dios».

La madre superiora le explicó que decirle «sí» a un hombre no era malo, porque el matrimonio también es una vocación; que lo malo sería que ella tomara la decisión incorrecta, y que donde ella se sintiera en casa, donde ella sintiera paz, es a donde pertenecía. Y ella le dijo a Jorge: «Me estresaba en Egipto, me estresaba con las personas con las que estaba. En cambio, cuando hablaba contigo, me quitabas ese estrés. Y ahí es donde yo entendí que mi hogar es estar contigo, que mi llamado es estar contigo».

Después de 2 años de noviazgo se casaron, y ya tienen 3 de matrimonio. Dice Jorge: «Nos casamos cuando empezó lo del covid; ya teníamos reservado un lugar, y de repente nos avisaron que todo se cerraba. Entonces dijimos: ‘O nos casamos para complacer a Dios, o nos casamos para complacer al mundo y tener una fiesta'». 

«Así que sí nos casamos, porque al final del día lo importante era estar en Gracia de Dios, y no importaba si sólo nuestra familia más cercana nos acompañaba. Para mí hasta fue más bonito, más íntimo». 

«En la boda mi suegra nos dijo: ‘Dios tiene una sorpresa para ustedes, una sorpresa que les va a gustar’. Yo siempre quise que mi primera cría fuera una mujercita, y mis cuñadas comenzaron a tener sueños y nos decían: ‘Van a tener gemelos’. Yo preguntaba: ‘¿Cómo lo saben?’, y una me contestaba: ‘Porque a cada rato sueño a una niñas, y les miro los zapatitos y son de marca Jordan, y nadie más de la familia usa Jordan sino tú. Por eso sé que son tuyas'». 

Puedes escuchar aquí el testimonio de Jorge. 

«Dicho y hecho, en diciembre, para mi cumpleaños, mi esposa, que ya sabía que estaba embarazada, me dio la noticia de que había ido a que le hicieran un ultrasonido, y que descubrieron que eran dos bebés. Luego mi suegra me dijo que ésa era la sorpresa que Dios tenía para nosotros, y que también tenía un mensaje: ‘Todo va a salir bien con esas niñas»‘. Y así fue.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»