El otro día un buen amigo nos hizo una corrección muy al caso, cuando presentamos su realidad como una metodología.
“Nosotros no somos una metodología, promovemos una visión”, me dijo sacándome aparte.
La frase me impactó y resonó profundamente con algo que queremos comunicar en Transforma 2024 (www.transforma.red).
A estas alturas de la película, a todos es evidente que en la Iglesia vivimos una primavera de los métodos de evangelización que, como he señalado anteriormente, no está exenta de sus peligros y desviaciones. En efecto, la pastoral de los métodos por los métodos puede acabar llevándonos a una situación en la que estos se vuelvan un fin en sí mismos y acabemos en una especie de autorreferencialidad descentrada de la verdadera comunidad cristiana (y, por ende, de las parroquias).
Eso por no hablar de lo que pasa cuando practicamos los nuevos métodos sobre la vieja estructura de cristiandad esperando que sean la receta mágica que nos lleve a la conversión pastoral.
La oferta de métodos empieza a ser exponencial, y vemos cómo por todos lados se multiplica el supermercado de las experiencias, a las cuales se lanzan las parroquias como si se tratara de la nueva expresión devocional de los tiempos modernos.
Hay movimiento de gente, por fin hay frutos; se inician chispas, se experimentan nuevos ardores y se recuerdan viejos amores.
Como si de una paradoja se tratara, los que ayer eran carcas hoy se han vuelto carismáticos, y los que antes estaban atrincherados en su sota, caballo y rey (el librito de la cristiandad o el del postconcilio) se abren a viajar y a conocer nuevas realidades para importarlas a sus parroquias y son los más atrevidos e innovadores.
Y si los que no se abren son los párrocos, da igual, porque la feligresía que navega en internet y difunde convocatorias por WhatsApp ya se encarga de explorar experiencias, predicadores, retiros de impacto y lo que se tercie con tal de seguir experimentando algo de esa gracia que han intuido en las metodologías que aparecen por todos lados como setas.
Los giróvagos: se mueven, siempre desarraigados
Hemos pasado de la hora de los laicos a la hora de los métodos para, después, arrimarnos peligrosamente a la hora de los giróvagos que, después de tantos años en la Iglesia, siguen desarraigados de una constancia que, para perplejidad de los párrocos, se ha vuelto un problema filosófico-pastoral en el que, como decía aquel griego, lo único constante es el movimiento.
Ya no es la hora de los nuevos movimientos eclesiales y apenas lo es de las comunidades. Es la hora de las experiencias, las cuales, sin pretenderlo, muchas veces toman derivas individualistas.
Es como si todos nos hubiéramos vuelto millennials en un constante esfuerzo por experimentar subidones al mismo ritmo que se pasa de vídeo en vídeo por TikTok.
«Como millenials en un constante esfuerzo por experimentar subidones» (foto de Simon Maage para Unsplash).
Y como derivada de todo esto, aparecen los congresos, las ferias, los encuentros, los macroconciertos, los retiros y las convocatorias mil, que si las ponemos todas juntas dan por resultado una agenda trepidante en la que tenemos un colocón cada quince días a lo largo de toda la geografía española y hasta en la puerta de casa si vives en una diócesis grande.
Los párrocos concienzudos tiemblan, porque se dan cuenta de que lo ordinario —que tan bien representan— ha dejado de estar de moda, y los fieles que se quedan en la barca sienten de cerca la inquietud de ser los últimos que aún no pasado por tal o cual experiencia.
Más allá de los métodos: la visión
En medio de todo esto, nosotros —Cristy y yo, y nuestro fiel equipo de Nunc Coepi— nos preguntamos qué podemos aportar desde nuestra pequeña posición.
Y la respuesta nos la ha dado el amigo por el que empezaba pues, como él, nosotros no “vendemos” métodos sino visiones.
Y es que estamos convencidos de que la salida a la crisis actual pasa por redescubrir una poderosa visión de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser como Iglesia.
Personalmente, yo compro todos los métodos. Desde ya los recomiendo. A Alpha el primero si me permiten por la vinculación personal y todo lo que nos ha enseñado.
Pero también los retiros de Emaús, Effetá, Bartimeo, Juan, Seminarios de Vida en el Espíritu, Lifeteen, Escuela de San Andrés, Proyecto de Amor Conyugal, Felipes, Nuevas Fuerzas, 440, Cursillos de Cristiandad, Sine, y demás.
De la misma manera, recomiendo escuelas online o presenciales, como Encounter, Net, Real, Kerigma, Rise up, Sponsus y, como dice la canción de Hakuna, “y tantos más”.
Nada más esperanzador que la gente vaya a los encuentros diocesanos, a los nacionales organizados por la Conferencia Episcopal, o por la Acción Católica, a las Jornadas de Católicos y Vida Pública, a los Inspira, Lux Mundi, Lc24 y especialmente SED que tendrá lugar este verano… y tantos más que vendrán.
En todos ellos se pueden encontrar personas, itinerarios, metodologías (nacionales e importadas) y experiencias que a buen seguro ayudarán a muchas personas a ver un mundo nuevo que, apenas hace diez años, casi nadie podía intuir en la Iglesia.
Y precisamente porque existe todo esto, nosotros hacemos Transforma para dedicarnos a otro negociado: el departamento de la visión, los fundamentos y la innovación que son cosas tan grandes que solo pertenecen al conjunto eclesial, a la Tradición y la inspiración del Espíritu Santo.
Aunque suene pretencioso, lo nuestro es soñar con una visión de lo que puede ser, de por dónde se intuye que se abre el camino, y dónde estaremos dentro de 5, 10, 15 y 20 años.
Porque, no nos equivoquemos, sin una visión clara y fundamental de lo que somos, nada de lo que estamos haciendo importará dentro de diez años cuando tengamos que cerrar el 60% de nuestros templos por falta de personal.
Aprender a los pies del Señor
Lo difícil es que la visión no nos la inventamos nosotros. Hay que leer en lo que está pasando, dar voz a los que son profetas, juntar a lo pequeño y olvidado de la Nueva Evangelización, explorar en el pasado y la Tradición y adentrarnos en la pastoral de realidades que nunca salen en los foros ni en los grandes congresos.
Queremos escuchar, aprender y descubrir cosas juntos, aunque en el fondo apenas podemos hacer nada más que ponernos a los pies del Señor y gozarnos con las maravillas de lo que hace a través de Su Iglesia.
Nos gusta perder el tiempo contando historias, honrando a nuestros líderes del pasado, celebrando la comunidad itinerante de los “locos de la colina” que siguen buscando, y echando la mirada al cielo para esperar una vez más un Nuevo Pentecostés.
Y es que, como diría el ahora celebrado Serrat, así somos y qué le vamos a hacer, porque nacimos en el Mediterráneo. Nacimos en nuestra tierra, en nuestras parroquias, nuestros movimientos, nuestros métodos, nuestras diócesis, nuestras órdenes religiosas y nuestras iglesias vecinas.
Somos como extranjeros, siempre en peregrinación, siempre buscando esa tierra que promete el Señor, siempre soñando con nuevos horizontes sin conformarnos con lo que ya está aquí.
Lo único que tenemos claro es que solamente vendemos visión, y que esta pasa por una verdadera integración en el cuerpo de Cristo y en las parroquias.
Necesitamos la unidad, anhelamos la unidad, vivimos para la unidad.
Esto también significa que solo estamos dispuestos a invitar a visiones que confabulen juntas como Iglesia, que quieran trabajar en Red de verdad, como cuerpo de Cristo que somos.
¿Es posible encontrar en un encuentro una visión integrada y unificadora de lo que puede ser la Nueva Evangelización realizada en el día a día de las parroquias y comunidades?
¿Podemos aspirar a descubrirla sin intereses de parte, sin vender “lo nuestro”, sin pretender la fácil tentación del número y que venga mucha gente por llenar el lugar que nos acoge y quedar bien?
Nuestra única respuesta es que nosotros no podemos, pero la Iglesia como cuerpo y como Red sí que puede.
Líderes, obispos, discipulado
Por eso para este año, nos hemos propuesto juntar visiones sobre el discipulado y la comunidad, sin miedo a integrar en ellas la palabra liderazgo, porque estamos absolutamente necesitados de pastores que quieran emprender este camino y guiarnos como pueblo por el desierto hasta la tierra prometida.
Visiones de diferentes obispos que, como pastores legítimos, nos señalen el camino de la Iglesia confirmándonos en la fe y la unidad.
Visiones de nuevos sistemas celulares y matrimoniales de discipulado, que aspiran a generar una arquitectura nueva —una nueva estructura—para una vieja Iglesia que ya está cansada de no acabar de hacer el duelo por la cristiandad.
Visiones de parroquias con testimonios reales de sus éxitos y sus fracasos que viven procesos de descomposición de la visión, fructificación de la siembra, o recolección de un fruto maduro.
Visiones de personas que ven la parroquia como la casa de los más desfavorecidos, o el mundo del nuevo continente como la mayor comunidad de la historia de la humanidad.
Visiones también de comunidades de alianza que se constituyen en una legítima alternativa a la vida parroquial.
Visiones que, en definitiva, a lo mejor no nos prometen un resultado inmediato, pero que como dice Isaías, nos invitan a sembrar y segar plantando viñas que, echando raíces por debajo, den un fruto maduro en lo alto. (Isaías 37, 30-31)
Se trata de sumergirnos en la poderosa visión del Señor para Su Iglesia para así soñar juntos con la transformación que se intuye y está por llegar si sabemos acogernos a la novedad del Espíritu Santo. Se trata en definitiva, y de nuevo, de Pentecostés.
¿Conseguiremos entonces que sea un encuentro diferente? El día en que dejemos de hacerlo, lo sabremos, porque entonces será que ya no hará falta que nos recuerden la visión, porque estaremos ya viviendo en la tierra prometida de la conversión pastoral.
En definitiva, con toda pobreza y sinceridad, nos confesamos: no somos nada más que gente que comparte visiones y no métodos en un momento en el que, para algunos se hace patente que hace falta algo más —y más fundamental— para seguir creciendo.
¡Todo sea para la Gloria del Señor!
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