«Os digo, pues: todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios. Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir».
Jesús nos recuerda que somos sus enviados en medio de los ambientes que nos rodean. No ha querido que su vida llegue a los demás a través de otros medios que no sean el contagio personal de unos testigos, que con cuerdas de amor y con lazos de cariño, aproximen su salvación a cada vida. A sus primeros discípulos les dijo: “Venid y lo veréis”. Es la cercanía y la proximidad con un creyente lo que activa el deseo de conocer más, de experimentar y de vivir en carne propia las acciones salvadoras de Jesús hoy. La respuesta que Jesús nos pide es clara, abrir nuestras vidas a las necesidades de los demás. Compartiendo lo que somos y tenemos. Ahí la creatividad debe ser grande. Que el Espíritu nos regale a todos la valentía de estar cerca, de nuestras familias, de nuestros mayores. Con nuestra disponibilidad, con nuestros gestos y palabras. Creando el ambiente que más se necesite. De escucha, de comprensión, de servicio. De sumarnos al caudal de esperanza. De no intoxicar los diálogos con quejas, críticas, indignación o calumnias. Es tiempo de escuchar como san Francisco de Asís: «Reconstruye» mi Iglesia. Reconstruyamos la confianza, la alegría, el ánimo, el futuro.
Orar la palabra de Dios cada día nos ayuda a desplegar toda nuestra capacidad de apertura a Dios y a los hermanos. Orar es un conjunto de actividades y pasividades. Es hablar y es escuchar. Es proponer y es acoger. El ejercicio de oración es lo que responde a la dignidad más alta de la persona humana. Porque es escuela de relación. El pecado al Espíritu Santo del que habla hoy el Evangelio es precisamente ese cerrarnos a nosotros mismos. Reducir nuestras vidas a un modo supervivencia en el que satisfacer nuestras necesidades se convierte en el único propósito de lo que vivimos. El gran pecado contra el Espíritu Santo es vivir atrapados en el miedo, en la soledad, en la falta de amor que convierte nuestras vidas en un auténtico infierno. La vida fraterna es el termómetro que mide el nivel de nuestra oración. Es el regalo que nos hace Dios a través de las personas que nos acompañan en el camino de la vida. Las que iluminan los espacios de mi vida que no soy capaz de reconocer.
La evangelización desarrolla al máximo nuestras capacidades y talentos, nos lleva siempre a ir más allá de nuestros límites y nos regala caminar continuamente por encima de las aguas. No es una existencia segura, calculada y previsora, es vivir ungidos por el Espíritu en un dinamismo de entrega y de generosidad crecientes. Por eso confiemos en que el Señor camina con nosotros para desplegar la misión que nos ha concedido como peregrinos de la esperanza.
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