El mito negrolegendario número uno es la conquista de América y el modo en que los conquistadores se comportaron con los indígenas amerindios. Pero, ¿qué ocurrió realmente?
El hispanista Arnaud Imatz aborda la cuestión en un artículo publicado en el dossier especial de La Nef (en su número de enero) sobre la leyenda negra antiespañola:
¿Una conquista genocida?
La leyenda negra española es particularmente atroz cuando se trata de la conquista de América. Se dice que los «invasores españoles» aprovecharon el factor sorpresa y su superioridad tecnológica para dominar, saquear y destruir pueblos y sociedades, algunos de ellos muy desarrollados, con identidades milenarias. No hubo «descubrimiento» ni «encuentro de dos mundos», sino aplastamiento, sometimiento y exterminio de los nativos por extranjeros sedientos de oro y sangre.
Se dice que España esclavizó a los indios y que la Inquisición los torturó hasta la muerte; se dice que fue responsable de lo peor, de un verdadero «genocidio» voluntario. ¿Quién no conoce los grabados de Theodor De Bry que ilustran los pasajes más terribles de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas? Pero, ¿de qué se trata exactamente?
Los grabados de Theodor de Bry (1528-1598), quien jamás estuvo en América, fueron el principal instrumento de la primera gran campaña visual de propaganda política de la historia, destinada a producir efectos en Europa en favor de la Reforma protestante denigrando a su gran adversario, la España católica.
Cuando España comenzó a navegar por el Atlántico, el círculo islámico amenazaba con estrangular a los reinos cristianos de Europa, muy fragmentados en aquella época. El objetivo era llegar a Asia evitando los territorios bajo control musulmán. La conquista española de América estuvo delimitada en el tiempo por dos fechas: 1492 y 1550. Hubo tres áreas de avance: las Indias Occidentales (1492-1520), las grandes culturas amerindias (1520-1550), el sur de Chile (1541) y Río de la Plata (1519-1536). En dos siglos, según el Archivo General de Indias, no menos de 200.000 españoles (mujeres y niños incluidos) emigraron a América.
Cuando llegaron los conquistadores, disponían de recursos irrisorios en cuanto a hombres y material. El 16 de agosto de 1519, Hernán Cortés marchó sobre Tlaxcala y México-Tenochtitlan con 400 soldados, 32 caballos y 6 piezas de artillería. En 1528, Pánfilo de Narváez desembarcaba en Florida con 300 hombres. En 1531, Francisco Pizarro partió a la conquista de Perú con 297 hombres. Otros pequeños grupos de aventureros españoles descubrieron Georgia, Colorado, Oregón, Arkansas, Utah, Nevada, Kansas, Misuri, Texas, Nuevo México, Luisiana, California… En la segunda mitad del siglo XVI, los exploradores dirigieron su atención hacia el Pacífico. Exploraron las Filipinas y en 1570 fundaron Manila.
El «encuentro» con «otras» culturas es posterior al «descubrimiento». Ocurrió entre veinte y cuarenta años después. La América precolombina estaba aún en la edad de piedra pulida. Un verdadero abismo cultural la separaba del continente europeo. El historiador y sociólogo argentino Enrique de Gandía señala que las culturas amerindias practicaban la antropofagia ritual y no ritual en más del 70% de su territorio. Antes de la llegada de los españoles, el continente estaba formado por una serie de universos totalmente cerrados. Las guerras étnicas eran endémicas. América no existía como tal, fue una creación de los españoles. Los indigenistas denuncian, no sin razón, la destrucción de la cultura azteca por los conquistadores, pero olvidan mencionar que, cien años antes, los aztecas habían destruido la civilización tolteca para imponer la suya.
América nunca fue una colonia
El Nuevo Mundo nunca fue «jurídicamente» una colonia de España, y sus habitantes indígenas siempre fueron súbditos de la Corona, como lo eran los españoles en la Península. Existían reinos o virreinatos ultramarinos oficialmente equiparables a los de la «Madre Patria» en su dependencia de la Corona.
El Imperio español duró tres siglos y se diferenció no solo en el tiempo, sino también en el espacio. Su historia está marcada por casos de crueldad y explotación atroz e inhumana, pero también por ejemplos formidables de sacrificio y acción generosa y altruista. «La supuesta masacre de los indios en el siglo XVI [por los españoles]», escribe el historiador protestante Pierre Chaunu, «encubre la masacre objetiva de la colonización en la frontera en el siglo XIX [por los estadounidenses]; la América no ibérica y la Europa del Norte se liberan de sus crímenes contra la otra América y la otra Europa». En su Historia de América Latina añade: «En los siglos XVI y XVII, España había concebido un sistema colonial que era un modelo para las demás naciones europeas, el más respetuoso de toda la humanidad colonizada. En este punto, todos los historiadores contemporáneos están de acuerdo».
De hecho, si la monarquía española se hubiera ajustado a las ideas imperantes en el siglo XVI, habría reducido a la mayoría de la población india a la esclavitud legal y efectiva. Sin embargo, la monarquía española estableció la libertad de los indios en la ley -y subrayamos en la ley– y solo permitió la servidumbre para los caníbales y los indígenas que practicaban sacrificios humanos y se oponían por la fuerza a cualquier forma de educación cristiana. La situación de los indios no era brillante, pero la de los siervos en Europa no era mejor. Había encomenderos brutales, salvajes y criminales, pero la esclavitud estaba oficialmente prohibida por las leyes que los Reyes Católicos y Carlos V habían promulgado.
La leyenda de una Inquisición que torturaba a los indios americanos para convertirlos a la fe es radicalmente falsa. En teoría, la Inquisición no podía perseguir a los indios. Su acción se dirigía contra judíos falsamente convertidos al catolicismo y protestantes (generalmente franceses y holandeses), y contra cristianos viejos acusados de blasfemia y conducta escandalosa. Las condenas a indios por parte del Santo Oficio fueron extremadamente raras. La Iglesia afirmaba que la única base sólida del derecho de los españoles a poseer territorios en América era su capacidad para convertir a los indios a la fe cristiana. Los laicos y religiosos españoles sabían que los indios eran, como ellos, hijos de Dios, iguales ante Él en la dignidad de la persona. Las diferencias solo podían basarse en circunstancias culturales particulares, siempre contingentes. Estos principios, a menudo violados, estuvieron siempre vigentes.
‘Isabel de Moctezuma‘, de José Miguel Carrillo de Albornoz, novela la vida de la hija de Moctezuma: tuvo un hijo con Hernán Cortés y se casó con varios miembros de la nobleza española. El propio autor, vizconde de Torre Hidalgo, es descendiente suyo.
El resultado fue una ausencia de prejuicios de color que no se encontró en la conquista protestante de América del Norte. La tesis materialista según la cual los españoles fueron a América exclusivamente por codicia de oro y plata, y no por celo misionero, es igualmente falsa. El De Indianorum juredisputatione (1629) del padre Juan de Solórzano Pereira es el desmentido más radical. Se trata de infinidad de actas y órdenes con directrices relativas a los indios, acompañadas de amenazas en caso de desobediencia, que los reyes de España dirigían a sus virreyes. En su testamento, redactado en 1504, Isabel la Católica decía: «Nuestra principal intención era incitar y urgir a los pueblos a convertirse a nuestra Santa Fe Católica […] y por ello suplico al Rey, afectuosamente, y encargo y ordeno a la princesa mi hija y al príncipe su marido, que obren con este fin […], que este sea su principal objetivo, que le pongan la mayor diligencia y que no consientan ni permitan que los indios […] sufran injusticia en sus personas o bienes, y ordeno que sean bien y justamente tratados. Si sufrieren injusticia, que sea reparada«.
Críticas precoces
La conquista de América provocó muy pronto fuertes críticas y condenas por parte del clero. Los primeros misioneros alertaron a la opinión pública y a la Corona de los malos tratos infligidos a los indios por los conquistadores. Eminentes personalidades lucharon por la justicia en favor de los indios, como el arzobispo de México, Juan de Zumárraga, el virrey Juan de Palafox y Mendoza, el jesuita peruano defensor de los guaraníes… Uno de los más célebres, a menudo considerado el fundador del derecho internacional público, fue el dominico Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca. Sus ideas inspiraron el monumento que representan las seis mil Leyes de Indias promulgadas por los reyes españoles a lo largo de sus reinados.
La actitud de la Corona española hacia Bartolomé de Las Casas es especialmente interesante por su sorprendente benevolencia. No solo nunca se censuró al dominico, sino que los ministros y consejeros del monarca silenciaron a sus opositores (especialmente a Juan Ginés de Sepúlveda). A pesar de todas las críticas a la actitud de Las Casas, Carlos V promovió la publicación de sus escritos. El cardenal Cisneros le nombró Protector de los Indios y le nombró obispo de Chiapas (1543).
Durante la Controversia de Valladolid (1550-1551), famoso y enconado debate sobre el «descubrimiento, conquista, evangelización y colonización de las Indias», Las Casas sostuvo que la colonización de los indios por los españoles no estaba justificada, ya que la evangelización podía llevarse a cabo sin esclavitud; por su parte, Juan Ginés de Sepúlveda (que no defendía la esclavitud) pensaba que la colonización española era necesaria para acabar con las prácticas idolátricas, los sacrificios humanos y el canibalismo, por lo que defendía un régimen de tutela o protectorado.
Cabe señalar que solo España tuvo el valor de organizar un debate sobre la legitimidad y la justicia de la presencia europea en las «Indias». Un cuestionamiento que fue tan sincero que, el 15 de abril de 1550, Carlos V decidió detener la conquista de nuevas tierras hasta que la cuestión hubiera quedado zanjada en el debate de Valladolid.
En este vídeo de Javier Rubio Donzé en Academia Play, encontramos a partir del minuto 9:10 los precedentes y desarrollo de la Controversia de Valladolid: la única vez en la historia de la humanidad en la que un Imperio ha detenido su expansión para debatir los fundamentos morales de su actuación.
Liberación de los pueblos indígenas
En realidad, hubo menos conquista por parte de los conquistadores que liberación de los pueblos indígenas dominados que ansiaban sacudirse el yugo de los pueblos dominantes. Las tiranías, las guerras civiles, la represión, los sacrificios humanos y la antropofagia explican la actitud amistosa de los numerosos pueblos indios que fueron aliados infalibles de los españoles. Los éxitos de Cortés en México y de Pizarro en Perú no pueden explicarse de otro modo. ¿Y qué decir de la pretendida «dominación religiosa española»? Los españoles enviaron al Nuevo Mundo predicadores franciscanos y dominicos, dos órdenes reputadas entre las mejor formadas y más cultas de Europa. La mayoría de ellos procedían de las universidades de París y Salamanca. Los miembros de la administración española también estaban sujetos a estrictos procedimientos de control.
Cuando un funcionario (cualquiera que fuera su categoría, desde virrey a simple agente de policía) finalizaba su mandato, quedaba automáticamente sujeto a un «juicio de residencia» que consistía en revisar su gestión, examinar los posibles agravios en su contra y, en su caso, sancionar sus actuaciones.
En lo que atañe a la cuestión económica, Alexander von Humboldt atestiguó, tras sus viajes, que el trabajador indio de México vivía mejor que el campesino europeo. Los españoles no «despojaron sistemáticamente» a los indios de sus tierras por la sencilla razón de que en el siglo XVI la mayor parte de estas tierras estaban sin cultivar. El sistema de encomiendas era indudablemente inhumano, pero tenía precedentes tanto o más crueles y anteriores a la conquista española, como el trabajo forzado en las minas, la mita (el tributo ocasional en trabajo para los pueblos dominados por los incas) y el yanaconazgo (sometimiento perpetuo de los pueblos dominados que osaban rebelarse).
La espada española iba siempre acompañada de la cruz y la pluma. Entre 1500 y 1550 se abrieron a todos, sin discriminación racial, veinte grandes hospitales y un gran número de otros más pequeños. Las dos primeras cátedras de medicina se crearon en Lima en 1635 y en Bogotá en 1636. En 1750, la biblioteca del Colegio de San Pablo de Lima era la mayor de América. Los españoles fundaron más de treinta universidades en América entre 1538 y 1812. Todas enseñaban lenguas indígenas y estaban abiertas a indios de familias nobles.
¿Los indios diezmados?
Existe, por supuesto, la culpa última: se dice que la población de decenas de millones de habitantes se redujo despiadadamente a un tercio de su tamaño anterior en menos de dos siglos (según los indigenistas, llegó a caer de 70 millones a 3,5 millones de almas).
Pero, ¿qué ocurrió realmente? Es indudable que la población indígena disminuyó tras la llegada de los españoles, pero no sabemos en qué proporción. Para saberlo, necesitaríamos datos demográficos creíbles sobre la población indígena antes de 1492, pero no es el caso. Según las escuelas de pensamiento, los historiadores hablan de 300 millones (Riccioli), 60 (Chaunu), 13,3 (Rosenblat) u 8,4 millones (Kroeber). Europa, mucho más poblada y desarrollada, apenas contaba entonces con 80 millones de habitantes.
Teniendo en cuenta el carácter rudimentario de las técnicas de cultivo y la escasa capacidad nutricional de los pueblos cazadores-recolectores, el especialista venezolano Ángel Rosenblat estima que la población de todo el continente no pudo superar los 13,5 millones de habitantes. Sitúa la despoblación entre 1492 y 1570 en 2,5 millones. Sin embargo, los especialistas están más de acuerdo sobre las razones de esta despoblación. A menudo atribuida a la conquista, la guerra y la explotación, en realidad se debe al factor microbiano. Las verdaderas culpables fueron las enfermedades infecciosas contagiosas importadas del Viejo Mundo, para las que los aborígenes no tenían ni defensas ni inmunidad. No se trataba tanto de la viruela, que ya existía en el continente americano, como de las principales enfermedades infantiles: sarampión, varicela, paperas, etc. La elevada tasa de mortalidad no se produjo hasta finales del siglo XVI, tras la llegada de las familias y, sobre todo, de los niños.
Comparación con Inglaterra
En Norteamérica, a mediados del siglo XVIII, los ingleses contaban con un ejército permanente de unos 100.000 hombres, mientras que el número de soldados españoles en Hispanoamérica, un territorio veinte veces mayor y mucho más poblado, apenas alcanzaba los 50.000 efectivos. El declive del Imperio español no comenzó hasta principios del siglo XIX. Se acentuó con los desastres de la invasión y ocupación francesa de la Península. Entre 1810 y 1825 estallaron en los países iberoamericanos una serie de sublevaciones y guerras civiles que culminaron con la destrucción del Imperio.
Estas guerras, interpretadas como guerras «anticoloniales» y de «liberación nacional» por las escuelas liberales y socialistas, también pueden definirse como guerras civiles entre hispanoamericanos que se volvieron en beneficio del Imperio británico y del mundo anglosajón.
En efecto, las 4/5 partes de los ejércitos reales españoles estaban formadas por criollos, indios y negros, generalmente defensores acérrimos de la monarquía española. A riesgo de exagerar, podemos concluir que la conquista de América la llevaron a cabo los aborígenes con la ayuda de los españoles y que la independencia la lograron los criollos, hijos de los españoles, sin la ayuda de los indios.
Desde la independencia de los países de Hispanoamérica, es frecuente escuchar que la colonización española es la principal razón de su retraso económico en comparación con los países de Norteamérica. Olvidamos que la industria que se desarrolló durante el periodo español desapareció cuando las repúblicas hispanoamericanas adoptaron el libre comercio. También olvidamos que en el momento de la independencia los territorios hispanos eran mucho más prósperos que los del Norte. El declive económico de América Latina solo se produjo después de la independencia. Y fue entonces cuando el Imperio estadounidense inició su periodo de expansión.
Traducción de Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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