21/12/2024

El milagro aprobado para canonizar a Frassati: «Sentí un calor, pensé que había un incendio»

Pier Giorgio Frassati, que murió en 1925 con 24 años, será canonizado cien años después, en 2025. Para la Iglesia es un modelo de joven católico: montañero, escalador, deportista, laico de espiritualidad dominica y miembro de la Acción Católica, que destacó por sus virtudes en grado heroico y santidad de vida, volcado en los pobres.  

El milagro que permite esta canonización sucedió en 2017, está documentado y observado con toda la capacidad de la tecnología moderna en EEUU. El milagrado es Juan Manuel Gutiérrez, que entonces era un seminarista en el seminario St. John en Camarillo, California, donde se forman aspirantes al sacerdocio de las distintas diócesis de California. Ha contado ahora la historia del milagro, con detalle, Pablo Kay en Angelus News, el digital de la diócesis de Los Ángeles, en inglés.

De México al seminario en California

Juan Manuel Gutiérrez nació en 1986, en Texcoco, en la periferia de Ciudad de México. Sus padres se separaron cuando él tenía 2 años. Con 19 años, Juan Manuel llegó a Estados Unidos buscando reunirse con su padre en Omaha. Allí, invitado a un retiro de fin de semana, volvió a la fe católica de su adolescencia. Y notó que algo le llamaba insistentemente al sacerdocio: en 2013, con 27 años, entró en la la Casa de Formación Juan Diego, se graduó en 2017, y pasó con sus compañeros al Seminario de San Juan.

El accidente

A Juan Manuel de joven le había gustado jugar a fútbol y baloncesto y se animó a apuntarse a estos juegos en el seminario. El 25 de septiembre de 2017, pisó la cancha sin calentar mucho, y a los pocos minutos de juego, sintió como si le golpearan el tobillo derecho, seguido de un sonido raro, un «¡pop!».

Desde ese momento ya no podía caminar con normalidad. Primero pensó que no sería grave, pero esa noche le dolía y no pudo dormir. Días después, en el hospital la radiografía no mostró ningún hueso roto. Un médico le recetó analgésicos. Le dijeron que probablemente se había desgarrado un músculo.

En el seminario, un compañero, René Haarpaintner, viudo de 50 años que había dejado la medicina al entrar en el seminario, le recomendó caminar con muletas. «Estaba hinchado por todas partes y realmente no podía palpar gran parte porque la hinchazón era tan grande que todo estaba azul», recuerda Haarpaintner.

Le recomendó unos estiramientos, pero resultaban muy dolorosos. Aquí ya Haarpaintner sospechó de una lesión de ligamentos. Tras un mes de descanso y con una escayola prestada en el pie, Juan Manuel pudo hacerse una resonancia magnética: se comprobó que tenía un desgarro grave en el tendón de Aquiles.

Le hablaron de cirugía, que en EEUU es carísima, y que le bloquearía en su rendimiento académico. Pasó esa noche en su habitación buscando en Google “lesiones del tendón de Aquiles”, historias de infecciones y sangre que le asustaban.

Una idea tras la misa

Al día siguiente, 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, tras la misa, se quedó rezando y pensó: «Creo que necesito ayuda desde arriba». Y le vino un pensamiento: «¿Por qué no haces una novena?» Él de niño había rezado novenas muchas veces a distintos santos. Pero ¿a quién rezarla? «Tenía un susurro en mi cabeza que me decía: ‘¿Por qué no vas a ver al beato Pier Giorgio Frassati?’. Recuerdo que pensé: ‘Sí, es una buena idea’».

Juan Manuel Gutiérrez no tenía ninguna devoción personal por Frassati. Lo había conocido de la misma manera que había conocido a tantos otros santos: viendo videos de YouTube.

Frassati: rico, escalador, activo en caridad

Frassati nació en Turín, Italia, en 1901, hijo de Alfredo Frassati, periodista que fundó el diario La Stampa, y luego político y diplomático. Su padre era agnóstico y masón, pero Pier Giorgio Frassati desde niño fue muy devoto de la Eucaristía, iba a misa diaria y rezaba horas ante el Santísimo Sacramento. Su lema era «Hacia lo alto»: le servía para la escalada de montaña y para la fe.

Tenía dinero, y lo usaba en ayudar a los pobres de la zona. Murió en 1925 de polio, quizá contagiada visitando enfermos en los barrios marginales de Turín. Cientos de pobres de la ciudad siguieron su ataúd durante la procesión fúnebre.

Juan Pablo II, él mismo un enamorado de la montaña y apasionado por dar modelos a los jóvenes, impulsó su causa. Cuando los restos de Frassati fueron trasladados a la Catedral de Turín en 1981, su cuerpo fue encontrado incorrupto. Juan Pablo II lo beatificó en 1987, reconociendo su intercesión milagrosa en la curación de tuberculosis de un hombre.

No rezaba en realidad por curación

Y 30 años después, en 2017, Juan Manuel Gutiérrez empezaba a rezar su novena al Beato Frassati, en el tiempo reservado para que los seminaristas oren ante el Santísimo Sacramento. En realidad no pedía ser curado. Su petición era más amplia. «Mi oración fue: ‘Señor, por intercesión del beato Pier Giorgio Frassati, te pido que me ayudes en mi herida’».

Pero al empezar el rezo, tuvo otra «inspiración»: le añadió una declaración. «Prometo que, si sucede algo inusual, se lo informaré a quien sea necesario«, se dijo a sí mismo. «Esa parte me sorprendió», reconoce Gutiérrez. «Me pregunté, ¿de dónde ha venido eso?»

Un hombre ora ante los restos de Pier Giorgio Frassati en Italia, foto de Pellegrini en Avvenire.

Un calor extraño en oración

Unos días después, Gutiérrez entró en la capilla para rezar su novena. No fue durante la Hora Santa habitual de las 5 de la tarde, recordó, porque esta vez no había nadie más allí. Sintió «un calor alrededor del área de mi lesión» mientras se arrodillaba y oraba.

«Era leve. Pero fue aumentando poco a poco, y por un momento pensé que un enchufe de la electricidad se estaba incendiando. Busqué el fuego, pero no había fuego allí. Recuerdo mirarme el tobillo y pensar: ‘Qué extraño’, porque podía sentir el calor».

Gutiérrez sabía por sus experiencias pasadas en encuentros de la Renovación Carismática Católica que el calor en el cuerpo a veces se asocia con la sanación de Dios. Gutiérrez miró hacia el tabernáculo que contenía el Santísimo Sacramento y comenzó a llorar.

«Le dije al Señor en mi corazón: ‘No puede ser. No porque no tengas el poder para sanarme, sino porque sé que no tengo la fe para algo así’. Y eso me conmovió». Después del llanto y la oración, dejó la parroquia. No recuerda exactamente en qué día ocurrió eso, sólo que faltaban unos días para el 9 de noviembre, fecha prevista para concluir su novena. Pero ese día dejó de usar el aparato ortopédico que utilizaba para inmovilizar su pie derecho: “Simplemente ya no lo necesitaba”.

La prueba del médico

El 15 de noviembre, llegó a la consulta con el cirujano ortopédico que tenía que examinar su lesión y operación. Para confirmar el diagnóstico de rotura del tendón de Aquiles que veía en las resonancias, el médico realizó la llamada prueba de Thompson: apretar la pantorrilla del paciente mientras estaba acostado boca abajo en la cama del hospital. Si el pie se movía cuando apretaba, eso significaría que el tendón estaba conectado. Si no, confirmaría la rotura.

El cirujano apretó y dijo «hmm». Luego presionó el lugar del desgarro. A Juan Manuel no le dolía. El médico le preguntó si podía presionar más fuerte, y luego más fuerte otra vez. Gutiérrez seguía sin sentir dolor. «No tienes ningún hueco», dijo el cirujano. «Tienes que tener a alguien ahí arriba cuidándote«.

Juan Manuel empezó a preguntar de todo al médico. ¿Podría haberse cerrado la brecha por sí sola? No, respondió el médico, de hecho, tienden a abrirse aún más con el tiempo. ¿Y si la resonancia magnética estaba equivocada? De ninguna manera. “Esta es la tecnología más avanzada que tenemos para algo así”. Señalando la pantalla, el cirujano le dijo al seminarista: “A partir del 31 de octubre, usted tenía un desgarro en el tendón de Aquiles, pero ahora no puedo encontrarlo”.

Pasar desapercibido

Gutiérrez quería contarle a todo el mundo lo que había pasado, pero no quería llamar la atención. Sus compañeros dicen siempre de él que es «un tipo bastante discreto», que tiende a «pasar desapercibido». Los compañeros veían que ya ni cojeaba ni usaba ayudas, pero como tampoco había hablado mucho de su lesión, no prestaron mucha atención. Sólo contó su curación al su director espiritual y a algunas amigos cercanos.

Pasaron unos meses. En una convención juvenil católica, se encontró una foto recortada de tamaño natural de Frassati. Había unas estampitas y tarjetas del beato, que indicaban un e-mail pidiendo contar favores por intercesión de Frassati. Y recordó su promesa: «Si ocurre algo inusual, se lo comunicaré a quien sea necesario». ¡Lo pospuso durante meses! Pero finalmente escribió su testimonio y lo envió por correo electrónico. Nadie le respondió.

Desayunando con un ex-oficial de Causa de los Santos

Pasaron dos años. Ya era otoño de 2020, el año de los confinamientos del coronavirus. En clase se encontró hablando con Robert Sarno, un sacerdote estadounidense que se había jubilado recientemente después de casi 40 años en el Dicasterio de las Causas de los Santos del Vaticano. A Juan Manuel le daba mucho apuro contar su historia, temía que la desestimaran con desinterés. «Jesús, dame valor para decir algo sobre esto porque yo personalmente no quiero», rezó.

Un día, después del desayuno, se animó y se lo contó a Sarno. «¿Por qué has esperado tanto para contarme esta historia?», dijo el profesor. «Porque es usted muy intimidante», respondió el seminarista. «Sí, ya me lo habían dicho antes», admitió Sarno. Ese mismo día, a la hora de la cena, Sarno se acercó a Gutiérrez para decirle que en Roma (sus colegas de Causas de los Santos) estaban «muy interesados» en el asunto.

A Sarno le encargaron investigar el caso a nivel diocesano y el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, le facilitó los permisos para hacerlo. Le ayudaron el dominico Joseph Fox y Michael Carcerano. En otoño de 2023 Sarno entrevistó a testigos y reunió las pruebas, incluyendo las médicas. Y en 2024 se anunció la aprobación del milagro.

Un corazón para los pobres y necesitados

Juan Manuel Gutiérrez fue ordenado en 2022 y ejerce su servicio sacerdotal en la parroquia de San Juan Bautista, en Baldwin Park, California, un suburbio al este de Los Ángeles. Se da la circunstancia de que la catedral donde descansan los restos de Frassati también está dedicada a San Juan Bautista. Es una parroquia con muchos hispanos y filipinos, muchos ministerios para jóvenes y al menos una docena de misas cada fin de semana.

«Creo que Pier Giorgio fue un gran modelo a seguir de lo que significa ser un joven católico en el mundo», dice Gutiérrez. Pero a la vez se da cuenta de que él es muy distinto del santo que le ayudó: bromea con que no es excursionista y que tampoco fue nunca rico.

Pero sí ve una conexión: «Él era conocido por su gran corazón con los necesitados y los pobres. En mi momento de necesidad, él se acercó a mí y me ayudó. Y hay mucha gente que ha recibido gracias de él. No soy el único», dice.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»